Ya antes de su estreno, la actuación de Chadwick Boseman en Ma Rainey’s Black Bottom de George C. Wolfe, se consideraba una de las mejores del año y quizás, de la década. En un principio, la afirmación se consideró exagerada y se atribuyó a la imprevista muerte del actor, ocurrida luego de sufrir por casi un lustro un agresivo cuadro cancerígeno. Pero en realidad, Boseman no sólo brinda la mejor actuación de su carrera, sino una que será recordada por resumir un tipo de vitalidad, inteligencia y brillante noción sobre la sensibilidad que recuerdan su tesitura como extraordinario artista en pleno crecimiento.

Eso sucede a pesar de que Ma Rainey’s Black Bottom es una colección de poderosas actuaciones. La película — adaptación de la obra de August Wilson de 1982 del mismo nombre — tiene un especial interés en reflexionar sobre el poder esencial de lo artístico. Y lo hace desde la construcción de una atmósfera en la que la música, una portentosa necesidad de expresión y, sin duda, la cualidad de sus personajes para aspirar a la belleza a través de la música, lo es todo. Tal vez por ese motivo la película comienza con un recorrido a vuelo de pájaro por lo que está a punto de ocurrir.

Alcanzar la belleza a través de la música

Wolfe toma la inteligente decisión de convertir a su cámara en otro observador, pero también en uno que está en la búsqueda de un sentido a lo que ocurre bajo una carpa iluminada para el espectáculo. Desde sus primeras secuencias, la película está en la búsqueda de algo más profundo que el mero hecho de mostrar la historia de un grupo de músicos rebeldes. Desea profundizar en lo que anima a la rebeldía, a la poderosa e intuitiva posibilidad de sostener un tipo de revolución discreta que en Ma Rainey’s Black Bottom lo es todo.

El papel de Chadwick Boseman es impetuoso y lleno de un brillante talento que se convierte en el centro de la película.

El director podría haberse conformado con únicamente detallar el ambiente festivo y audaz que se espera a medida que las escenas se unen entre sí para mostrar al final, algo más elaborado. Pero en lugar de eso, crea una circunstancia: la banda está a punto de demostrar su fiero poder, su talento que trasciende el lugar en que se encuentra. La sustancia misma del talento de sus músicos. Pero también de hacer valor su pequeño poder: el de cambiar las historias pequeñas a través del talento.

Por supuesto, Viola Davis como Rainey es el centro y corazón de una película destinada a conmover y que lo logra sin recurrir, ni una vez, a las tácticas habituales para mostrar la segregación en contraposición a la voluntad de crear. En realidad, Wolfe contempla la audacia de la década de los ’20 y envuelve al personaje de Ma Rainey en un aura potente, brillante y salvaje, que tiene una evidente reminiscencia con Billie Holiday, pero sin su carácter trágico.

Davis brinda a su papel la suficiente vitalidad y brillo como para mostrar que a pesar de todo lo que le rodea — y pronto, el director mostrará la dura realidad a la que debe enfrentarse — , es la encarnación del talento como panacea de los dolores el tópico central de la película. Davis toma el fervor frenético de los años ’20, la exuberancia de la música como cualidad de pura independencia y la belleza radiante de una Ma Rainey cuya voz la convierte en un símbolo, para crear varias de las escenas más emocionantes del año.

Leeve es un personaje impetuoso y lleno de vida

Hay una arrolladora sensación de que el triunfo se basa en la capacidad de la cantante para subir al escenario, para abrir los brazos y abrazar a distancia al público, para ser el centro de todas las miradas. Y la vitalidad de Ma Rainey’s Black Bottom reside justo allí. No hay una sola secuencia que no esté cargada de una eléctrica capacidad para sacudir de pies a cabeza el tiempo y la noción sobre el individuo, incluso sobre la violencia que acecha la discriminación que sujeta. La música es mucho más grande que todo eso y Wolfe lo pone en relieve en cada oportunidad posible.

Claro que el director también muestra la oscuridad entre semejante brillo. Los cantantes negros son la novedad en una década de ruptura y el guion se ocupa de detallar el nivel de ese poder efímero. Pero al margen están también las leyes de segregación, los desmanes y los prejuicios. Es una combinación complicada de registros que Wolfe logra con enorme cuidado y, en especial, con la condición de tomar la violencia sugerida y no codificada a través de pequeñas secuencias veloces. La banda canta y más allá se escuchan gritos y violencia, pudiendo percibir el enfrentamiento entre la realidad y la fantasía del escenario. En Ma Rainey’s Black Bottom hay una dualidad consistente y bien construida sobre lo que el mundo es en contraposición a la ilusión de lo artificial, y se construye a través del talento, un tema que para Wolfe parece ser de considerable importancia.

Sin duda, el centro de la película es la capacidad de su director para equilibrar la oscuridad exterior con el brillo que la banda sustenta con esfuerzo. Hay además un despliegue de maravillosas actuaciones y personajes memorables. Desde el frío y ecuánime Cutler (Colman Domingo), el trombonista obsesionado con cada pormenor de las actuaciones, el sereno pianista Toledo (Glynn Turman) y el bajista Slow Drag (Michael Potts). El grupo tiene la suficiente química entre sí para que resulte creíble la forma en que comprenden la música como una forma de encontrar poder y, sobre todo, relevancia en una época que podría negar ambas cosas a hombres como ellos. No obstante, entre todos destaca Levee (Chadwick Boseman) impetuoso y lleno de un brillante talento que es el centro de la película, punto vital argumento y el sostén del dilema que propone un guion creado a la medida del actor y Viola Davis.

Ma Rainey’s Black Bottom escena
Ma Rainey's Black Bottom (2020): (L to R) Chadwick Boseman ("Levee"), Dusan Brown ("Sylvester"), Colman Domingo ("Cutler"), Michael Potts ("Slow Drag"), Viola Davis ("Ma Rainey"), Glynn Turman ("Toldeo")
Cr. David Lee / Netflix

Porque Levee se enfrentará con Ma Rainey por algo parecido al triunfo en una tensa sesión de grabación. Un productor prometió al primero escuchar sus acordes y audaces experimentos con la trompeta, mientras May Rainey cantará según lo que desea y lo que el instinto le dicta. Este enfrentamiento entre lo viejo y lo nuevo, lo potente y lo venial, son la columna vertebral de una película en que la ambición es una medida de las aspiraciones privadas. Levee sabe que sólo la fama le mantendrá a salvo — o podría hacerlo — de toda la presión y represión que le espera fuera del estudio, mientras May Rainey sabe que su Universo es el de los músicos que le rodean y la forma en que todos, crean un espacio seguro para explotar un tipo de éxito impensable décadas atrás.

Un debate sobre el poder y el talento

Wolfe convierte la obra de Wilson en un debate sobre el poder, la preeminencia del talento y la búsqueda de los objetivos personales, pero también es una conversación sobre el racismo, la vida de los afroamericanos durante el siglo XX y algo más misterioso relacionado con la necesidad de escapar de un pasado marcado por la tragedia. La forma en que el director convierte una sesión de grabación en una disputa de voluntades y, en especial, una conversación brillante sobre el bien y el mal de una cultura llena de grises resulta eficaz y poderosa, a medida que avanza hacia el motivo central del argumento.

Ma Rainey’s Black Bottom es un dilema pero también una gran pregunta. ¿Por qué hacemos lo que hacemos en busca del triunfo?

El cambio que transforma cada idea, que sostiene todas las versiones del talento y lo convierte en necesidad para crear, son la base de la actuación de Boseman que deja atrás sus tics y rigidez habitual por una interpretación portentosa que deslumbra por su vitalidad. Su Levee es un joven que desea apartarse del miedo, que avanza hacia lo contemporáneo y que deja atrás todo el pasado traumático. O lo intenta. Lo hace con un fervor que desarma, que conmueve, que se eleva por encima todas las convenciones, que se hace una sacudida eléctrica y al final, brinda a la película su cuidadoso trasfondo sobre el poder y la belleza.

Al final, Ma Rainey’s Black Bottom es un dilema pero también una gran pregunta. ¿Por qué hacemos lo que hacemos en busca del triunfo? ¿A dónde nos conducen los dilemas morales e intelectuales? ¿Qué es el éxito cuando el mundo parece ser demasiado pequeño para la ambición personal? Las últimas secuencias de la película son un homenaje inevitable y quizás muy notorio para Boseman, la cámara le sigue, exalta su figura, crea una concepción sobre su vitalidad que resulta conmovedora. A pesar de eso, Ma Rainey’s Black Bottom tiene el poder de ser un mensaje único: la necesidad de reencontrar el motivo por el cual seguir en una época azarosa. Un silencioso homenaje quizás, no sólo a Boseman, sino a todos los sobrevivientes de este atípico 2020.

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