La afantasía o ceguera mental es un trastorno del que sabemos desde hace más de un siglo. Ese hombre renacentista que fue el británico Francis Galton (1822-1911) lo describió en 1880 con su artículo “Estadísticas de imágenes mentales” para el número cinco de la revista Mind (desde 1876). Este versaba sobre un estudio suyo para “definir los diferentes grados de viveza con que distintas personas tienen la facultad de recordar escenas familiares bajo la forma de imágenes mentales y las peculiaridades de las visiones mentales de diferentes personas”. Y se percató de que hay gente incapaz de ello.

Sin embargo, no conocimos de un modo algo más profundo los detalles de esta patología hasta mucho después, cuando su compatriota Adam Zeman, neurólogo clínico de la Universidad de Exeter, dirigió otro estudio de 2015 que fue publicado en la revista Cortex (desde 1964) con el título de “Vidas sin imágenes: afantasía congénita”. O el del encabezado por el australiano Alexei Dawes, neurocientífico de la Universidad de Nueva Gales del Sur, que la revista Nature (desde 1869) ha difundido en “Un perfil cognitivo de imágenes multisensoriales, memoria y sueños en afantasía” este 2020.

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Buscando el origen

Pero no fue Francis Galton quien le puso nombre al asunto, sino el profesor Zeman un siglo y cuarto más tarde, lo cual nos puede dar una idea bastante elocuente de lo abandonada que ha estado tal condición hasta fechas muy recientes, máxime cuando la sufre entre el dos y el cinco por ciento de la población mundial según el estudio de Dawes. Y, si uno está al tanto de que existe una cosa así, tan extraña, tal vez se pregunte si las personas con afantasía pueden servirse de su imaginación para narrar historias sin problemas como novelistas o incluso directores de cine, y si hay profesionales de ambos ámbitos que la padezcan.

“Descubrí que vivía sin imágenes mentales en la secundaria. Un día noté que mi hermana podía imaginar lo que leía de un libro y yo no”, cuenta Alejandro Hernández Murillo (n. 1973), escritor y cineasta mexicano que tiene en su haber novelas como K (2011), Sin temor a Fukushima (2015) o El código de Pandora (2018), cuentos e incluso una obra de teatro, además del corto Basura (2008) y el largo Kanssizi (2017). “Me pregunté si era algo normal e, indagando, noté que todos mis amigos hacían lo mismo. Yo, en cambio, cuando leo una historia, no «veo» a los personajes ni las acciones en mi mente. Solo conservo la información”.

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El poder de "ver mentalmente"

Murillo ha participado en los estudios del equipo de Adam Zeman: “Lo que más les sorprendió fue descubrir que existe gente como yo que se dedica a las artes”, comenta. “Se pensaba que el proceso creativo estaba ligado directamente con una imaginación real, por así decirlo. O sea, «ver» mentalmente. Pero no, los que la padecemos tenemos una mente ciega y debemos adaptarnos a ella para desenvolvernos”. Así, sus obras “se basan en la emociones, las sensaciones, más allá de las acciones con descripciones físicas”, sin mucho detallismo en “decoración, paisajes o fisonomías”.

En esto coincide con el novelista británico-estadounidense Mark Lawrence (n. 1966), autor de libros traducidos a veinticinco idiomas como los de la Trilogía de la sangre (2011-2013), la de The Red Queen’s War (2014-2016), The Book of the Ancestor (2017-2019) o Impossible Times (2019). Aunque asegura en The Guardian que “es muy difícil saber si la afantasía tiene un impacto en su escritura”, confiesa que “tiende a evitar descripciones visuales extensas” y “a estirar el lenguaje de una manera que roza la poesía”, centrándose “en un sentimiento” y no tanto en “detalles físicos específicos”.

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Afantasía y prosopagnosia: de la mano muchas veces

Por otra parte, a no pocos afantásicos se les suma la prosopagnosia. “Al estar con alguien, en el momento en que cierro los ojos, su rostro desaparece. Lo he olvidado por completo por lo que no puedo reconocer a las personas”, dice Murillo. “Tengo que ver a alguien un mínimo de tres veces para conservar la información básica de quiénes o cómo son” y, si varía cualquier aspecto de su apariencia, “le es casi imposible reconocerlos”. Así, en un casting para una película, su socio elige “a los actores que se parezcan al personaje que él sí logró imaginar”, y el director califica su trabajo y “escoge al más idóneo”.

Y no son lo únicos narradores con afantasía: también, la japonesa-canadiense Michelle Sagara (n. 1963) y la estadounidense Yoon Ha Lee (n. 1979), autoras de la larga saga de Chronicles of Elantra (desde 2005) y de las tres novelas de Machineries of Empire (2016-2018), por ejemplo. Pues hay que comprender que lo único que ellos no pueden es elaborar imágenes en sus cabezas, pero sus capacidades artísticas les dan de sobra para inventarse situaciones y aventuras, describir sentimientos comprensibles y otras sensaciones y planificar lo que desean mostrarnos en una pantalla de cine.

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