Debes ver His House. “Llevas a tus fantasmas a todas partes”, dice Bol Majur (Sope Dirisu) de pie en la sala desolada y descuidada de la casa que ha recibido en su condición de refugiado. A su lado, su esposa Rial (Wunmi Mosaku) le mira con tristeza, y después toma su mano. La alianza matrimonial de él es visible por un momento y la cámara enfoca los dedos entrecruzados en lo que parece ser un poderoso símbolo de complicidad de una dureza emocional e implacable. Entonces, el ojo omnipresente alza la mirada y observa lo que rodea a la pareja. Una multitud de espectros les observa en silencio, inmóviles, aterradores por el mero hecho de su número y su profundo desamparo.

Varias de las escenas de His House tienen la misma carga emocional y terrorífica. Weekes creó un cuidadoso estudio sobre un trauma compartido, que además se manifiesta a través de una serie de piezas desordenadas y rotas que terminan por calzar en un durísimo subtexto sobre el desarraigo, la pérdida y lo moral, todo mezclado con una tensa y bien narrada historia de fantasmas de mínimos recursos y extraordinarios resultados.

El argumento tiene una clara conexión metafórica con el hecho de la emigración forzada, la violencia institucionalizada y al final, un tipo de horror que se nutre de los habituales giros del cine de género y también de una versión sobre la pérdida que resulta de inusual riqueza. Hay algo de formidable fortaleza en las múltiples dimensiones que el director y guionista brinda a su narración, que cambia de tono, forma y ritmo de manera imprevisible y en ocasiones por completo desconcertante. Pero el film jamás abandona el tono de lúgubre sensación de pérdida, como si los personajes estuvieran fuera del alcance de cualquier consuelo, aislados y desterrados de su tierra y también de su mente.

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Uno de los logros de His House es que a pesar del poderoso acento político que subyace bajo el guion, brinda mucho más interés al trasfondo humano que se sostiene a partir de los fragmentos de información que la película crea paso a paso, con pulso firme y en especial con una extraordinaria capacidad para sostener la tensión de cada hilo narrativo, unidos entre sí por la incertidumbre.

El director no se prodiga en explicaciones y se decanta por asimilar el tránsito del miedo desde el habitual tropo de una casa habitada por algún tipo de entidad desconocida, a una deuda misteriosa y obscena, que la pareja de refugiados guarda con una dolosa y desgarradora fidelidad. Perdidos de su país y de la vida que habían conocido hasta entonces, la pareja de personajes son dos huérfanos en mitad de una soledad absoluta, sin otro lugar al cual asirse que la presencia del otro.

Por supuesto, Weekes hace un considerable hincapié en algunos datos que pueden suministrar información vital para comprender las manifestaciones de lo sobrenatural que veremos a no tardar. Los Majur son refugiados de Sudan del Sur, que lograron escapar de un conflicto armado a un alto precio: la pérdida de su hija y poco después, de su libertad. Después de un año de confinamiento, la justicia inglesa les brinda la oportunidad de volver a la vida corriente: una casa nueva (desvencijada y un lugar que pudiera ser Londres, pero que nadie aclara si lo es), una vida tranquila en mitad de un vecindario silencioso y la oportunidad de olvidar.

Pero para la pareja, la paz atraviesa el terreno espinoso de mirar sobre el hombro y recordar, lo que durante las primeras escenas no están dispuestos a hacer. La atmósfera en la nueva casa se hace de inmediato enrarecida, temible y venenosa, mientras lo que parece una infección invisible de espectros inquietante, se disemina a medida que tanto Bol como Rial tratan de luchar con lo sobrenatural y lo que no lo es. Porque His House es mucho más que una historia de fantasmas: es una narración de formidable poder sobre el luto, el duelo, la pérdida y el poder de del dolor reconvertido en algo mucho más elaborado y temible.

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Mientras tanto, la vida alrededor de los Majur toma una connotación cada vez más tensa, dolorosa e imposible de definir de inmediato. Los vecinos que apenas puede vislumbrar les miran desde las ventanas cerradas. Niños silenciosos aparecen y desaparecen en las calles laberínticas y desconocidas.

La casa, se hace territorio de lo desconocido: un terror cada vez más irrespirable que termina por condenar al miedo perpetuo a Bol, testigo de los fenómeno que debe enfrentar y Rial, que batalla con el origen sin expresarlo en voz alta. Poco a la poco, la película se hace irrespirable, potente y a la mitad del metraje, ya es obvio que las apariciones terroríficas que saltan de la oscuridad y se deslizan entre las sombras no son los únicas cosas a las cuales deben temer. Y es entonces, cuando la película cambia de ritmo y sentido, en una pirueta argumental que resulta efectiva gracias al impecable control del director sobre la capacidad de la historia para admitir una revisión de la versión de la realidad que muestra y al final, una ruptura dolorosa sobre lo que se esconde y el verdadero sentido de lo fantasmal.

Para la última hora, la película encuentra un elegante sentido de la belleza y el sufrimiento que empalma con sus raíces mitológicas y simbólicas: la magia africana es un misterio y también es una serie de pequeños trozos de información que se entrecruzan para narrar lo que realmente ocurre en esta casa, escenario de un enfrentamiento terrorífico que va allá de sólo una colección de sobresaltos o una historia de trasfondo típica.

His House es una reflexión sobre el dolor que se hace retorcida, la culpa viva enraizada en elementos violentos que a medida que se hacen más claros conducen al film a terrenos desconocidos y cada vez más agobiantes. No hay nada sencillo en esta reconfiguración del bien y del mal, en medio de los espacios vacíos de una vida rota y una casa sin identidad, en la que una pareja con demasiadas heridas a cuestas debe mirar a los fantasmas que le persiguen allí a dónde vayan.

His House subvierte la idea de la casa embrujada por algo más grotesco y relacionado con el poder, la cuestión de la identidad y al final, la pertenencia. La película no se cuestiona la posibilidad de lo sobrenatural, sino que lo muestra con una puesta en escena de enorme precisión que convierte a las habitaciones de paredes desnudas y cubiertas de manchas de humedad, en un espacio escalofriante con unos pocos juegos de luz y sombras.

Weekes lleva la cámara de un lugar a otro como un recorrido penitente por los pecados de sus personajes, un observador privilegiado de sus culpas y el sufrimiento motriz que sacude toda la acción con una fuerza que resulta por momentos asfixiante. No hay una sola escena sencilla o fuera del contexto: el director logró conjugar con cuidado cada pieza de su mecanismo sobre el terror invisible, hasta crear una construcción de la memoria más potente de lo que podría haber logrado por métodos menos obvios.

Para cuando todos los horrores se desatan, His House se ha hecho implacable al señalar las grietas, heridas y cicatrices que traen de vuelta a la vida a los muertos, a los recuerdos y sin duda, al corrosivo dolor de la culpa. El trauma se hace extraordinario, inabarcable, poderoso y por último, tan cercano que para cuando la película llega a sus escenas finales —el misterio está a la luz, pero no por eso, es menos temible— el film se convierte en algo más abrumador, relacionado con los secretos que llevamos a cuestas, el miedo que somos incapaces de esquivar y al final, las puertas cerradas de nuestra mente. Quizás el más tenebroso de todos los lugares que podemos habitar.