Sin duda, el director Osmany Rodriguez tiene buenas intenciones con la inclasificable Vampire vs. The Bronx, el film de vampiros que Netflix acaba de incluir en su catálogo con toda la buena intención de añadir fuelle a un octubre lleno de estrenos de terror.

Quizás al director le falte pulso para contar una historia con cierta elocuencia o carezca de las herramientas para mostrar algo más que un desfile de escenas extravagantes, pero lo que pudo ser un desastre a todo nivel es en realidad una ingeniosa y tramposa vuelta de tuerca a la clásica parodia de las Monster y survival movies.

Sorprende que con tan pocos recursos — la película hace aguas en todos los extremos —, la película se sostenga sobre los hombros de un grupo de personajes carismáticos, graciosos y al final entrañables que rinden tributo involuntario a ese gran clásico de la sátira burlona como lo es Shaun of the Dead (2004) de Edgar Wright. Salvando las distancias, ambas películas logran enfrentarse a sus debilidades — en el caso de la película de Rodriguez muchas —, pero que de una u otra forma sostienen una percepción bien construida sobre su objetivo: la mordaz burla a los temores colectivos, transformados para la ocasión en crueles y violentos vampiros.

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Como es de suponer, el título de la película ya hace una buena sinopsis sobre lo que podemos esperar de ella: Miguel (Jaden Michael) descubre que algo especialmente siniestro está ocurriendo en su vecindario — en el Bronx, claro — cuando es testigo accidental de un asesinato. Todo mientras el barrio intenta salvar de la bancarrota el negocio local más conocido y además el personaje se enfrenta a su madre, castrante y autoritaria.

Pero lo más interesante del pequeño matiz que brinda el guion a una historia supuestamente tópica, es la manera como lo que ocurre en la trastienda de estos discretos hilos narrativos, sostienen lo que es en realidad el centro de la película: los residentes de los viejos edificios están desapareciendo, mientras los viejos negocios parecen cambiar de manos muy rápidos. A la manera de otros argumentos parecidos, lo siniestro se anuncia con una serie de detalles sutiles y que tienen una relación directa con el entorno. La cámara de Rodriguez no es especialmente diestra para dotar de atmósfera, pero aun así hay cierto aire macabro que se respira en medio de la oscuridad. Algo va a ocurrir a no tardar.

Claro está, una vez que la acción comienza — y la película no se toma demasiadas molestias para llegar a sus escenas más estrafalarias — , es evidente que el guion está enfocado en divertir. Y aunque parezca superficial, se trata en realidad de una decisión intuitiva que permite a la historia desarrollar sin problemas su extraña sucesión de secuencias paródicas.

Vampire vs. The Bronx y el terror satírico

A la manera de Juan de los Muertos (2012), de Alejandro Brugués, los personajes son el centro motor de una narración que discurre por los lugares habituales de las películas de género pero añadiendo con inteligencia el color local y el contexto.

No solo se trata de vampiros, sino de un grupo cruel que deberá enfrentarse contra los residentes de una zona especialmente complicada que se toman como una ofensa la mera provocación. A eso habría que sumar la progresiva gentrificación, que le brinda a las criaturas de las tinieblas el suficiente tiempo y una fachada perfecta para maniobrar.

La mezcla de elementos dispares es, sin duda, es uno de los puntos altos de la película: el guion resalta la idiosincrasia de un lugar especialmente parodiado en Hollywood a la vez que echa a mano a todo tipo de clichés y referencias pop para dotar a su personajes de una curiosa tridimensionalidad.

Desde Luis (Gregory Diaz IV), el experto en vampiros gracias a la invaluable ayuda de los libros de Stephen King, hasta Bobby (Gerald W. Jones III), que acaba de sufrir el ataque de una pandilla local, es evidente que hay una consciente intención de sacudir la comedia con cierto aire de crisis social. Vampires vs. The Bronx es una comedia sin pretensiones, sin una ambición real, pero sí una considerable percepción sobre la forma en que el entorno y la identidad de los lugares que tienen su propia historia, puede ser algo más un hecho anecdótico.

Rodriguez logra captar las diferencias racionales, sociales y culturales, para crear una amalgama singular que además, adereza con el inevitable ingrediente sobrenatural.

Pero es la comedia lo que domina todo, lo cual es inevitable, siendo que Rodriguez proviene de ese cantera fértil para la burla como lo es Saturday Night Live. El director utiliza todos los recursos aprendidos en el programa insigne del humor norteamericano para crear una serie de secuencias hilarantes, que aunque no todas llegan a un buen puerto son capaces de provocar carcajadas.

Hay una evidente intención de crear esa mezcla indefinible entre la tensión terrorífica y las risas, pero Rodriguez no siempre lo logra. A pesar de eso, la historia se sostiene con cierta dignidad: el guion añade referencia tras referencia al cine tradicional de vampiros, lo que termina por convertir el film entero, en un gran festival de estacas, cenizas y rostros huesudos, muy semejantes a los de los bebedores de sangre que Joss Whedon imaginó para su clásica Buffy.

Para cuando el final de la película llega y queda claro que los vampiros son una amenaza real, el film logró encontrar el carisma suficiente para mantenerse interesado hasta la última escena. Mucho más de lo que nadie podía esperar de una película semejante.