El cajero automático hace posible que tu banco esté abierto las 24 horas del día, todos los días de la semana. No importa que sea festivo. Y a no ser que esté estropeado, te permite realizar toda clase de operaciones bancarias, además de sacar dinero en papel o de ingresarlo en un sobre o mediante un cheque. Tan cotidiano es el cajero automático en la actualidad que la mayoría de bancos, al menos en España, han empezado a centrar en ellos su relación con los clientes en detrimento de la ventanilla “de toda la vida”.

Pero dejemos las distopías para otro artículo. En esta ocasión vamos a ir al origen del cajero automático. A cómo cambió la manera de relacionarse con el banco en beneficio del cliente que no podía alterar su jornada diaria al horario del banco. Un banquero disponible todo el día al que pedir dinero o al que darle un cheque que pudiera depositar en nuestra cuenta. Lo que ingleses llaman cashpoint y los estadounidenses ATM, acrónimo de automated teller machine. En castellano nos hemos quedado con cajero o cajero automático. Los cajeros humanos dejaron de ser percibidos como tal hace décadas.

En cuanto al primer cajero automático de la historia, todos coinciden en afirmar que se instaló en Londres, en una sucursal del banco Barclays allá por 1967. La paternidad del invento corresponde al escocés John Shepherd-Barron, si bien en este artículo destacaremos también el invento del armenio Luther Simjian llamado bancógrafo. Por desgracia, no tuvo el apoyo suficiente del entonces City Bank para ponerlo en marcha y acabó en el olvido.

La rigidez del ‘horario de oficina’

Aunque el cajero automático haya servido a los bancos para implementar normas que les benefician, como comisiones o limitar todavía más la atención al cliente física y presencial, en origen el cajero automático fue un invento que beneficiaba, en primer lugar, al cliente. Y claro está, también ayudaba al banco, que podía seguir ganando dinero fuera de horario de oficina.

Cartel Cerrado
Fuente: Freepik

El origen del cajero que da dinero de manera automática se ha ido embelleciendo a lo largo de la historia. Una de esas leyendas habla de un conciudadano que vivía en el campo. O lejos de la ciudad. Para tratar con su banco tuvo que viajar hasta Londres. Pero lamentablemente, al llegar allí la oficina ya estaba cerrada. La rigidez del horario de oficina, no siempre acorde con los horarios de sus clientes. Enfadado, volvió a casa y aquella misma noche, mientras se daba un baño, le dio por pensar una solución a su problema.

Lejos de madrugar todavía más o de quedarse a pernoctar en la gran ciudad para así acceder a su propio banco en horario de oficina, quiso ir más allá. ¿Y si hubiera una manera de tratar con su banco fuera de horario de oficina? Sin internet, con pocas líneas telefónicas, que tampoco sirven para nada cuando se trata de obtener dinero en mano, sin aplicaciones móviles o tarjetas bancarias… La solución sólo podía pasar por una máquina. Una máquina que diera dinero a quien lo pidiera. Claro está, sin regalarlo.

En realidad, no era algo tan descabellado. Ya entonces había máquinas dispensadoras de chocolatinas y de caramelos. Ponías una moneda, movías una manecilla y te quedabas sin moneda pero obtenías a cambio un dulce, una chocolatina o lo que fuera que había en esa máquina. Lo difícil sería hacerle entender a la máquina que quien tenía delante era un cliente y no alguien que quisiera obtener dinero gratis. Para ello hacía falta un método mecánico. Estamos hablando del primer cajero automático, muy lejos de los cajeros actuales con cámaras, sensores y pantallas táctiles.

El primer cajero automático

Antes de contar qué solución encontró, cabe decir que el inventor de esa primera máquina de dar dinero fue el escocés John Shepherd-Barron. O británico, según se mire. Nacido en 1925 en la India ocupada por los ingleses, su padre era ingeniero jefe de puertos. Su labor siguió en Londres, de manera que el joven Shepherd-Barron pudo educarse en las mejores instituciones educativas. Ya en los años 50 del siglo pasado, empezó a trabajar en De La Rue, una empresa dedicada a la fabricación de papel y de impresiones bancarias, pasaportes y demás papeleo que requería de cierto nivel de seguridad. En ella llegó a ser un alto cargo hasta el punto de dirigirla.

Tras ocurrírsele la idea del cajero automático, no sabemos si exactamente como la contó él en repetidas entrevistas, decidió contársela a quien estuviera al mando en aquel entonces en el banco Barclays, el más importante en Reino Unido y uno de los más relevantes a nivel mundial. Al parecer, John Shepherd-Barron supo vender su idea, por lo que un 27 de junio de 1967, el banco Barclays inauguró su primer cajero automático en su sucursal de Enfield, en Londres.

Cajero automático
El actor y cómico Reg Varney, primer cliente en usar un cajero automático

Su nombre, De La Rue Automatic Cash System, más popular como Barclaycash. Y su primer cliente, todo ello con la parafernalia habitual, fue el cómico y actor Reg Varney, que posó para las cámaras para inmortalizar el histórico momento.

Pero volvamos a donde nos habíamos quedado. Dejemos que Shepherd-Barron celebre la inauguración del primero de muchos cajeros automáticos y recuperemos su idea inicial. Basándose en una máquina dispensadora, ¿cómo hacer que reconozca al cliente y le dé dinero? Que sea práctico pero no por ello deje de ser segura para el propio banco.

Práctico y seguro

La solución, en parte, ya la conocemos. Si tratas con un cajero automático y quieres realizar cualquier operación, deberás introducir un código secreto. Una clave. Aquí tenemos la primera medida de seguridad del primer cajero automático. La segunda medida de seguridad es menos glamurosa. Consistía en que los cheques a ingresar, por valor de diez libras esterlinas, estuvieran impregnado en carbono 14. La máquina reconocía la autenticidad y entregaba el dinero correspondiente. Por suerte, esto dejó de ser así con el tiempo. Más que nada porque el carbono 14 es radiactivo, a grandes dosis, eso sí.

Cajero automático

En cuanto al método de seguridad del código secreto, que seguimos usando hoy en día, John Shepherd-Barron inventó lo que conocemos como PIN o código PIN. Una combinación de cuatro números que empleamos en cartillas y tarjetas bancarias, en tarjetas SIM de teléfonos móviles e incluso en los propios teléfonos móviles, si bien en la actualidad esas cuatro cifras han aumentado a seis. Eso y que hoy tenemos métodos más modernos como huella dactilar o reconocimiento facial. Algo que debería llegar a los cajeros automáticos tarde o temprano.

¿Que por qué John Shepherd-Barron decidió cuatro dígitos y no más? Por simple cuestión de práctica. No todo el mundo tiene la misma memoria numérica. En cuatro se colocó el nivel mínimo aceptable para que el sistema fuera seguro y que los clientes no olvidasen fácilmente esa cifra.

En cuanto a la evolución del cajero automático, esa es otra historia. Sólo decir que al año siguiente de la inauguración del primero, en 1968, otro escocés, James Goodfellow, presentó su propia versión de cajero automático compatible con tarjetas bancarias.

El fallido bancógrafo

Para la historia, John Shepherd-Barron será siempre conocido como el primero en crear el cajero automático. Era rudimentario, mejorable, pero ahí estará para el recuerdo. Sin embargo, no fue el único en tener esa idea, como hemos visto en tantos casos de grandes inventos de la historia.

Como decía al principio de este artículo, antes del cajero automático de Shepherd-Barron existió el bancógrafo. O al menos existió la idea. Lamentablemente, su creador no tuvo el apoyo que recibió Shepherd-Barron por parte de Barclays.

Cajero automático
Patente US3039582A de 1959, precursora del bancógrafo. Fuente: Wikipedia

Lo que conocemos como bancógrafo o bankograph en inglés, fue una idea del armenio Luther Simjian, establecido en Estados Unidos tras huir del genocidio armenio de 1915. Huérfano a los pocos meses de vida, su padre era corredor de seguros. Curiosamente, se dedicó a la invención de tecnologías y artilugios. Durante su vida, obtuvo más de 200 patentes. Entre sus éxitos destacan los rayos X a color, uno de los primeros simuladores de vuelo o el teleprompter.

El caso es que Luther Simjian patentó en 1939 una máquina que servía para realizar transacciones bancarias. A pesar de sus más de 20 patentes asociadas a este invento durante los siguientes años, en 1961 logró enseñar al público su invención con la colaboración del entonces City Bank de Nueva York, que los colocó en varias de sus sucursales durante seis meses. El bancógrafo de Simjian aceptaba dinero en efectivo y cheques. Una cámara en su interior fotografiaba los depósitos y daba una copia a los clientes. Lamentablemente, no tuvo la aceptación deseada por el banco, por lo que el invento cayó en el olvido.