Aunque en algunos casos excepcionales el miembro de un ser humano puede osificarse, por lo general, la nuestra es una de las pocas especies de mamíferos cuyos machos carecen de huesos del pene. Evolutivamente es algo que no se comprende; pues, por incómoda que pueda parecer su presencia, lo cierto es que estas estructuras, también conocidas como báculos, aportan un gran número de ventajas.
Numerosos estudios han demostrado que cuentan con muchas utilidades, desde eliminar el esperma de la competencia hasta inducir la evolución o hacer el sexo más duradero. Es cierto que lo primero no tiene cabida, o al menos no debería, en nuestra sociedad, pero las otras dos características podrían sernos muy útiles. ¿Por qué se ha perdido entonces? Para dar respuesta a esta cuestión, antes es necesario analizar mejor a los animales que aún lo tienen. Y eso es precisamente lo que han hecho los autores de un estudio, publicado recientemente en Proceedings of the Royal Society B.
Un amplio abanico de huesos del pene
Para la realización de este estudio, un equipo de científicos de Reino Unido realizó radiografías del pene de varias especies actuales de carnívoros conservadas en museos.
Curiosamente, las formas del báculo eran de lo más variado. Un análisis minucioso permitió detectar una amplia gama de crestas, surcos, curvaturas y puntas, que diferían notablemente de unas especies a otras.
Esto permitía dar un enfoque tridimensional a los huesos del pene, al contrario que otros estudios anteriores, que los simplificaban, al medir solo su ancho y su largo. Detectar las características concretas de cada uno permite seguir los pasos de la evolución y, quizás, comprender por qué algunas especies lo perdieron.
Un dato curioso
El primer dato que llamó la atención es que los huesos del pene más complejos, con más puntas y ganchos, se centraban en especies carnívoras y monógamas. Lo primero no es en realidad algo sorprendente. Pero lo segundo sí; ya que, al ser animales con una sola pareja, no sería necesario que se preocuparan del esperma de posibles competidores. ¿A qué se debería entonces?
Aunque aún es pronto para saberlo, los autores del estudio señalan que, en realidad, la monogamia social no es necesariamente equivalente a la genética.
Como ejemplo, comparan focas y leones marinos con lobos y perros. Las primeras son polígamas. Sin embargo, viven en grupos aislados a modo de “harén” en los que un macho copula con varias hembras. Esto supone una competencia prácticamente nula, de ahí que su báculo haya evolucionado hasta convertirse en un hueso simple en forma de varilla. En cambio, los segundos, aun siendo monógamos en determinadas circunstancias, pueden tener situaciones de competencia con más facilidad. El resultado es que sus huesos del pene poseen surcos uretrales profundos y evidencia de inserciones en el bulbo del glande.
Las hembras, las grandes olvidadas
Evitar la competencia es solo una de las funciones del báculo. La estimulación de la ovulación o la ampliación del tiempo de cópula pueden ser otras de las funciones de estos huesos del pene, incluso en animales muy monógamos.
Pero para saber esto con certeza es necesario conocer igual de bien la anatomía de las hembras. Por eso, los autores de este estudio esperan poder analizar las estructuras del báculo directamente en el tracto reproductor femenino.
Además, planean prestar atención a los tejidos blandos, pues su función posiblemente sea igual de relevante.
Quizás todo esto ayude a entender por qué los humanos perdieron este hueso. Aunque, bien visto, incluso sin él pueden llegar a darse fracturas muy dolorosas en determinadas circunstancias. Si también hubiese huesos de por medio, quizás el tema en ese sentido se complicaría un poco. No todas las especies disfrutan tanto experimentando nuevas posturas.