Este Halloween no podremos salir por ahí a pasear nuestros disfraces, pero eso no tiene por qué impedirnos hacer alguna celebración especial. Sin duda, uno de los planes favoritos para esta noche de brujas, incluso antes de que estuviéramos sumidos en una pandemia, es hacer una maratón de películas de terror. Las hay para todos los gustos, dependiendo también de la capacidad que cada persona tenga para disfrutar con el miedo.

Y es que, por raro que parezca, los seres humanos solemos encontrar placer en hasta en las cosas que supuestamente deberían causarnos desazón. Pero solo hasta cierto punto. Esto es algo mundialmente sabido. Sin embargo, nunca se había estudiado cómo ocurre fuera de los laboratorios. Por eso, un equipo de científicos del Interacting Minds Center de la Universidad de Aarhus, en Dinamarca, decidió llevar a cabo un curioso estudio con una Casa Encantada como escenario. Se trataba de una atracción con 50 habitaciones, en las que los visitantes iban recibiendo diferentes estímulos con el objetivo de causarles miedo. Sus reacciones se observaban a través de cámaras situadas por toda la casa y, además, mediante monitores de frecuencia cardíaca. Así pudieron comprobar que, efectivamente, hay un punto en el que el miedo dispara también el placer. Sin embargo, después deja esta sensación atrás para volverse simplemente desagradable.

Ricitos de Oro, la clave para disfrutar con el miedo

En el estudio, aprobado para su publicación en Psychological Science, participaron 110 personas.

Una vez que recorrieron la casa encantada, todos tuvieron que completar una encuesta informando sobre sus niveles de miedo y diversión en cada momento. Estos datos se analizaron luego, junto a los obtenidos por las cámaras y los monitores de frecuencia cardíaca.

De este modo, observaron que los niveles de placer se distribuían en una gráfica en forma de U invertida. En la parte inicial estaban los puntos en los que el miedo era demasiado escaso para llegar a generar diversión y, en la final, cuando ya era tan elevado que se convertía en una sensación desagradable.

Justo en medio está la “zona de Ricitos de Oro”, en la que todos comenzaban a disfrutar con el miedo. Pero no era la misma para cada participante, pues la tolerancia a este tipo de estímulos varía notablemente entre personas. Esta sería precisamente la razón por la que, ante una misma película, una persona puede disfrutar, otra aburrirse y otra tener que salir del cine por un ataque de ansiedad.

¿Se puede hacer la película de terror perfecta?

Existe una línea muy delgada entre el punto en el que empezamos a disfrutar con el miedo y el siguiente, en el que las reacciones fisiológicas son demasiado incómodas para seguir causando placer. Se podría intentar buscar atracciones o películas que se dirigieran a esa "zona de Ricitos de Oro", pero no es la misma para todo el mundo.

Sin embargo, si se logra dar con ese punto exacto, la recompensa es inmensa. Otros estudios han encontrado que la respuesta fisiológica, mediada por la aceleración del ritmo cardíaco y la frecuencia respiratoria, puede persistir una vez que termina la película o la atracción en cuestión. El resultado es que, mediante un mecanismo conocido como transferencia de la excitación, al pensar en la película no recordaremos el miedo, sino el rato placentero que nos provocó.

¿Hay entonces alguna película de terror perfecta que provoque esta situación en la mayoría del público? Esto precisamente es lo que se intenta medir en el proyecto Science of Scare, realizado por la página británica de comparaciones Broadband Choices.

En él, a través de la medición en una serie de espectadores de los rasgos fisiológicos mencionados anteriormente, han realizado un ránking sobre las mejores películas en este aspecto. A la cabeza se encuentra Sinister, de Scott Derrickson. El problema es que, en base al estudio danés de la Casa Encantada, puede que esta cinta sea demasiado aterradora para una parte más susceptible de la población.

Así lo procesa el cerebro

El estudio danés es el primero que analiza las reacciones al miedo fuera del laboratorio. No obstante, con anterioridad se habían realizado otro que, aun siendo en entornos experimentales controlados, también arrojaron resultados interesantes sobre las claves para disfrutar con el miedo.

Es el caso de uno publicado en Neuroimage, en el que se analizó mediante una resonancia magnética la actividad cerebral de un grupo de personas, mientras veían varias películas de terror. En todos los participantes se mostró un aumento de la actividad en regiones implicadas en el procesamiento visual y auditivo. Esto es algo lógico, teniendo en cuenta que estaban viendo y escuchando la película. Sin embargo, resultó llamativo que también se iluminaban las zonas relacionadas con la evaluación del peligro y la toma de decisiones. Los espectadores estaban viviendo una situación inmersiva en la que su propio cerebro los preparaba para actuar ante una posible situación de riesgo.

Esto ocurría en todas las películas seleccionadas, aunque los participantes informaron que esas sensaciones eran más intensas cuando las posibles alertas no eran evidentes, sino que se intuían. Es decir, les generaba más miedo “del bueno” el terror psicológico, en comparación con el que podrían sentir directamente al ver zombies o fantasmas.

En definitiva, el tema de las películas de terror es un mundo. Por mucho que existan clasificaciones, como la que “premia” a Sinister como la mejor de todas, las reacciones que pueda generar difieren mucho de unas personas a otras. Por eso, no hay nadie como nosotros mismos para decirnos si un estímulo nos causará placer o un miedo terrible. En base a eso, cada cual podrá elegir la película más adecuada para esta noche. Y si pasas del terror y prefieres ver algún clásico de Disney no te cortes. Es una noche para disfrutar, el miedo no es obligatorio.