Como artista de la improvisación, el perfomance y un tipo de humor incómodo que no es para todos los gustos, Boratel inesperado éxito del 2006 que cambió las reglas de la comedia y del humor a más de un nivel– fue un mazazo a la percepción de lo satírico como una idea relacionada con cierta propensión a lo intelectual.

El controversial personaje de Sacha Baron Cohen era una mezcla incómoda de desparpajo, vulgaridad y temores colectivos, y también la encarnación de un tipo de crítica social que por entonces parecía ya asombrosa en su pertinencia.

Con su marcado acento, aspecto estrafalario pero en especial, su desprecio hacia los supuestos ideales occidentales y la percepción de la corrección política como un obstáculo para un diálogo coherente de algo más turbio, el personaje fue criticado y aclamado en partes iguales. Para la historia, la imagen de Borat llevando un espantoso traje de baño que se convirtió en símbolo de lo vulgar como rechazo a cualquier convención posible.

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De modo que el regreso del personaje era una apuesta arriesgada, y en estos momentos sin duda con un alto precio a pagar en la opinión pública. ¿Qué podría esperarse de una nueva versión del polémico personaje en mitad de una Norteamérica dividida, polarizada como pocas veces en su historia, que enfrenta además una contienda política crucial? ¿Qué podría añadir la crítica social y cultural burlona de Baron Cohen, sostenida en mitad de un recorrido estrafalario a través de los extremos de un discurso socarrón sobre el modo de vida contemporáneo?

Cuando finalmente el comediante británico anunció que había grabado su película por sorpresa, y que de hecho había sido vendida a Amazon Prime Video para ser estrenada en octubre del 2020, hubo desconcierto. El gran interrogante era qué podía esperarse de un proyecto semejante. ¿Más comedida grotesca? ¿Más chistes a costas del estadounidense promedio? ¿Una mirada mucho más ruin sobre lo que la sociedad de EE.UU. considera valioso e incluso, una definición de su gentilicio?

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Borat: Subsequent Moviefilm es eso y mucho más. Si en Borat el personaje pareció encarnar un reverso perverso y muy pocas veces visible de la sociedad norteamericana — hubo ríos de tinta sobre el antisemitismo que propició el conjunto de bromas de la película — , su secuela es un recorrido por una nación en medio de una disputa histórica sobre sus peores defectos, dolores y errores. El país que recorre Borat es uno cargado de paranoia, miedo al extranjero y al distinto, un panorama enrarecido que los meses de cuarentena y la batalla dialéctica sobre los efectos de la COVID solo recrudeció.

Baron Cohen esta vez no tiene que provocar demasiado para mostrar el paisaje inquietante de un país bajo una máscara de corrección: el film muestra solo lo que encuentra, lo que sostiene un discurso de odio cada vez más marcado y en especial, lo que se oculta debajo de una mirada inquisitiva sobre la cultura estadounidense. Todo mientras Borat sonríe con una maliciosa consciencia de un paisaje conocido: hay un cierto aire de advertencia apresurada entre los chistes, los juegos de palabras y la pretendida concepción del absurdo.

La pandemia de pronto está en todas partes, pero su llegada no es casual ni tampoco abrupta. El director Jason Woliner logra crear un clima de urgencia, de pseudo documental que se nutre de la realidad con tanta osadía y destreza que solo por ese motivo podría ser una candidata a mejor película del año. La noción sobre lo extraño, lo temible y lo desagradable se unen en una única percepción sobre una cultura llena de matices grises, oculta bajo una sonrisa de dura hipocresía.

Por supuesto, ya ha trascendido uno de los puntos más polémicos de la película: la escena que involucra a Rudolph Giuliani en medio de lo que parece ser un acto sexual con una actriz adolescente, que pretende ser periodista, se convirtió en una moderada polémica, incluso antes que ningún medio especializado tuviera acceso a la secuencia. Pero sin duda, en esta ocasión Baron Cohen logró lo que parece ser una combinación de una confesión escandalosa a niveles por completos nuevos, con una más que desagradable versión sobre la desconfianza al político promedio.

La escena es mucho más dura de digerir de lo que podría sugerir los rumores: en ella, la supuesta hija de Borat (interpretada por María Bakalova) entrevista a Guiliani en lo que parece ser una especie de explosión de sinceridad, comenta situaciones tan críticas acerca de la administración Trump que resulta desconcertante y por momentos, perturbador. Es ex alcalde de Nueva York confiesa que Trump ignoró advertencias de “gente muy cercana” para “salvar vida aunque podría haber salvado un millón más”. Lo dice con una naturalidad simple que evade doble interpretaciones.

Poco después bromea con comer un murciélago y por último llega el momento que sin duda convertirá a Borat: Subsequent Moviefilm en un documento a tener en cuenta en el mundo político, y en la gran discusión política que Norteamérica lleva a cuestas. Con una escalofriante frialdad, Guiliani se retira con la adolescente a un cuarto y entre las imágenes parece que se lleva la mano por debajo del pantalón, un momento que el propio Baron Cohen detiene.

La tensión aumenta, y de pronto la película es mucho más que una simple broma grotesca y ofensiva. Es una denuncia sobre algo específico y relacionado con la versión de la verdad que se consume a gran escala, los secretos del poder y el miedo, a la revelación de lo que yace debajo de todas la sonrisas estereotipadas que sostienen el poder.

Con este golpe de efecto, Borat: Subsequent Moviefilm se transforma en un otro nivel de burlón cuestionamiento a la cultura, sus símbolos y principales formas de poder. Borat — el personaje y el concepto — ya no es un chiste pintoresco, sino también una reveladora mirada sobre docenas de temas incómodos que Baron Cohen y su equipo, muestran sin disimulo alguno.

La Norteamérica que contextualiza la película, su confrontación violenta con el miedo cultural y el desprecio hacia la diferencia hacen que la alta y desgarbada figura de Borat se más dura de asumir en toda su salvaje versión sobre la crítica.

La fórmula entera — que incluye mostrar el sexismo, la misoginia, el racismo, la supremacía blanca — es un elaborado mecanismo que se sostiene sobre un debate interminable sobre el bien y el mal contemporáneo, bien escondido bajo capas y dimensiones de casi intolerable vulgaridad.

Borat: Subsequent Moviefilm acaba con una petición al voto. O al menos, algo semejante, urgente y doloroso, que además encaja como una pieza pulcra en mitad de todo lo que ha mostrado, elaborado, analizado a través de las estrafalarias secuencias previas. El mundo que Baron Cohen muestra es temible — duro, violento — pero también, un gran chiste malo. Quizás el mensaje más inquietante en toda la película.

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