A la Mulán, de Niki Caro, no le ha ido del todo bien después de su estreno en Disney Plus: criticada a partes iguales por no ser lo suficientemente asiática, norteamericana o no parecerse al clásico animado, ahora también debe soportar el peso de señalamientos más graves que critican que la producción haya sido filmada en parte en Xinjiang, la región de China donde los musulmanes uigures han sido detenidos y maltratados en campos de concentración masivos.
La noticia no solo pone en tela de juicio a Disney como productora, sino también pone un incómodo acento en la forma en cómo las grandes producciones parecen ignorar conflictos políticos de envergadura a conveniencia de sus filmaciones.
El llamado a boicot es el más reciente ejemplo de cómo la película se ha convertido en un punto incómodo en que convergen todo tipo de criticas por las por las políticas del Partido Comunista Chino, que promueven el nacionalismo y el chovinismo étnico Han, que ya antes ha utilizado al personaje de Mulán como centro de campañas simbólicas que buscan reverdecer el nacionalismo en beneficio de movimientos políticos relacionados con el comunismo.
Antes, la película se enfrentó a otro boicot, esta vez por parte de los partidarios de las protestas antigubernamentales de Hong Kong, después de que la estrella Liu Yifei, quien encarna a *Mulán en el film, diera su respaldo público a la policía de la ciudad duramente criticada por su uso de la fuerza contra manifestantes a favor de la democracia. Las palabras de la actriz apuntalaron la polémica alrededor de la filmación de la película — que ya había causado malestar por su posible uso como propaganda política — y además convirtieron a la nueva encarnación del personaje en un debate muy público sobre China y sus formas de encontrar medios idóneos para hacer propaganda sobre el país, a pesar de sus políticas totalitarias y la presión política sobre opositores.
Un interminable ciclo de problemas
En julio, Disney masificó su campaña de promoción para su nuevo Live Action. Especialmente después de anunciar que el estreno llegaría directamente a su canal por suscripción streaming y no a la gran pantalla, lo que supuso un golpe considerable para distribuidores y dueños de salas independientes alrededor del mundo.
Se tildó al estudio de oportunista y sobre todo, de sabotear los intentos del circuito de proyección en países en los que aun los pequeños distribuidores deben luchar contra las cadenas masificadas: Mulán era uno de los estrenos más esperados en buena parte de Europa y la decisión provocó protestas de toda índole. En Francia, varios dueños de cines quemaron pósters de la película en rechazo simbólico a la decisión. En Europa del Este hubo debates sobre la posibilidad de boicotear futuros estrenos de Disney.
Al final, la compañía cedió y rebajó el precio de venta de su versión premium. Pero la incomodidad y las protestas alrededor de la película continuaron.
En especial, Disney tuvo que enfrentar el auge de las protestas en Hong Kong que aumentaron después de la detención de Agnes Chow, una prominente activista por la democracia que fue arrestada recientemente bajo la nueva ley de seguridad nacional del territorio y que, de hecho, es considerada una especie de nueva versión de Mulán por su implicación en las actividades de protesta. Dos días antes de llegar al catálogo de Disney Plus, se acusó a la película de facilitar los agresivos esfuerzos de China para absorber a las minorías étnicas del país, lo que tiene como inmediata consecuencia una rápida erosión cultural.
Son los temores por la posibilidad que el Gobierno Chino termine por asimilar de manera forzosa rasgos culturales de etnias muy específicas lo que provocó protestas en la región norteña de Mongolia, debido a una nueva y polémica política educativa que reduciría la enseñanza del idioma mongol en las escuelas locales en favor del chino. El mongol es el idioma utilizado por la mayoría étnica Han y la ley parece concebida para convertir el lenguaje en una forma de repercusión política inmediata, sino también en un incómodo recorrido por una desaparición forzosa de diversos rasgos culturales.
Todo lo anterior fue el caldo de cultivo para que el lunes, la protesta estallara a un nuevo nivel después de que un numeroso grupo de usuarios advirtieran que en los créditos de la película Disney agradecía a ocho entidades gubernamentales en Xinjiang, una región del extremo oeste de China que alberga a los uigures. La misma que durante los últimos meses ha sufrido los rigores de la nueva política gubernamental que exige cambios en los sistemas educativos con la intención de homologar cualquier manifestación cultural en favor de la estandarización del régimen chino.
La minoría étnica predominantemente musulmana y de habla turca ha vivido durante años bajo una vigilancia y represión cada vez más dura en una arremetida directa contra cualquier manifestación de separatismo o autonomía. Por si lo anterior no fuera suficiente, las entidades mencionadas en los créditos de Mulán incluye la oficina de policía en Turpan, una antigua ciudad de la Ruta de la Seda en el este de Xinjiang, también con graves antecedentes de violencia étnica y uso del nacionalismo como una forma de aislamiento cultural.
Mulán en una batalla que no podrá vencer
Los detalles de la relación entre Disney y las autoridades de Xinjiang no están del todo claros aún y la compañía no ha hecho comentarios sobre los agradecimientos o sus implicaciones. New York Times publicó esta semana que había enviado correos electrónicos y telefoneado a los departamentos de propaganda regionales y locales en Xinjiang y Turpan, sin obtener respuesta. Pero sin duda, es un hecho público que durante la preproducción y la filmación de la película, el elenco y el equipo detrás de cámara pueden haber estado en Xinjiang después de que el gobierno expandió su represión a través de la la región en 2017.
Se trata de un problema que excede las meras intenciones de Disney de mostrar una versión mucho más cercana al pueblo asiático de una heroína histórica: Mulán bien podría convertirse en un nuevo motivo de propaganda para el represivo gobierno chino.
El Partido Comunista de China rechazó varias veces durante este año, las críticas internacionales a los campos de internamiento en Xinjiang y les llamo “centros de formación laboral necesarios para luchar contra el extremismo islámico”. Pero según testimonios de detenidos, se trata de un un entorno despiadado y coercitivo en el que se usa el abuso físico y verbal, así como sesiones de adoctrinamiento comunista.
Ya este mismo año, Disney se ganó algunas críticas cuando Grant Major, el diseñador de producción de la película, dijo en una entrevista a Architectural Digest que buena parte del equipo detrás de cámara pasó algunos meses en Xinjiang y sus alrededores para investigar antes de filmar. También comentó que fueron tratados con amabilidad y que la identidad de la “región” impregnaba en la película. En septiembre de 2017, Niki Caro publicó una foto de un vasto paisaje desértico en Instagram en cuya ubicación puede leerse “Asia / Urumqi”. Urumqi es la capital de Xinjiang.
En el área que rodea Turpan se encuentran la mayoría de los campos de detención que preocupan a las organizaciones de DDHH mundiales. La situación es tan grave que la región incluye el primer caso documentado de lo que China llama “transformación a través de la educación” dirigido a los musulmanes, un dato corroborado por Adrian Zenz, investigador de la Victims of Communism Memorial Foundation en Washington que ha estudiado las políticas chinas hacia los uigures.
“Esta película se realizó con la ayuda de la policía china, mientras que al mismo tiempo esta policía estaba cometiendo crímenes contra el pueblo uigur en Turpan”, dijo Tahir Imin, activista uigur con sede en Washington. “Todas las grandes empresas de Estados Unidos deben pensar si su negocio está ayudando al gobierno chino a oprimir al pueblo uigur”.
Disney, que comienza a tomar como punto de interés en sus balances de ganancias la robusta taquilla de China y el interés de su creciente clase media por el cine estadounidense, tiene un historial de enfrentarse a sensibilidades políticas en China.
En 1996, la compañía fue excluida del mercado cinematográfico de China después de que enfureció a los funcionarios con su respaldo a Kundun, la película de 1997 de Martin Scorsese que simpatiza con el Dalai Lama.
No obstante, la relación se ha hecho mucho más cercana y se esperaba que Mulán — filmada según los patrones de las populares películas de acción asiáticas — fuera el puente definitivo en una relación mucho más fructífera con el mercado, algo que el reciente boicot pone entredicho.