A pesar de su aspecto torpe, desgarbado e inocentes ojos azules, Walter Beckett (Tom Holland) es un pequeño prodigio que llegó al MIT a los quince años y descubrió cómo modificar el genoma humano mientras se aburría en la secundaria. O eso nos narra apenas tiene la oportunidad el argumento de Espías con disfraz, de Troy Quane y Nick Bruno, en un intento un tanto forzado de justificar el ingenio y las peripecias de uno de sus personajes principales. La película, ya disponible en Disney Plus, sin duda se merece algo de atención.

La historia, también hace hincapié en algo más, y es allí el momento en que el film deja de ser un producto del todo predecible: antes de ser una extraordinaria promesa del mundo científico, Wal era un niño que quería salvar al mundo con proyecciones holográficas de gatitos y brillantina. Su madre, una agente de policía, no solo estaba encantada con la idea sino desde la primera escena de deja claro que soñar en grande y hacer el bien son aspiraciones que pueden ir de la mano sino. “Estamos aquí para protegernos unos a otros”, dice la madre de Wal, cuando le da un último abrazo antes de ir a trabajar, uniformada en azul y con toda la sencillez de un buen servidor de la ley.

Quizás el mayor encanto de la película es que a pesar de contar lo pareciera un gran chiste absurdo (la historia se basa en forma libre en el corto animado de 2009 Pigeon: Impossible, de Lucas Martell), es también una interpretación sutil y bien construida sobre ideas mucho más profundas. Lo que lleva a la narración a terrenos insospechados e interesantes. Por supuesto, el estreno de Disney Plus, Espías con disfraz, se enfrenta a la desconfianza que suele provocar cualquier producto dirigido al público infantil o que use la animación para narrar historias ¿Puede cautivar a los niños (su público natural) y a los adultos?

El film de la productora Blue Sky (responsable de la entrañable saga La Era del Hielo), no lo logra del todo pero es evidente la capacidad de sus personajes para ser duales, humanos y contradictorios. Un añadido de inusual ternura e ingenio que dota al film de personalidad y de la capacidad de hacer preguntas elaboradas y complejas sobre la naturaleza humana.

Eso, a pesar que el gran punto focal del argumento es el agente Lance Sterling (con la voz de Will Smith), una mezcla burlona y maliciosa de la mayoría de los personajes de espías que hasta ahora han desfilado por la pantalla grande durante los últimos años y de los personajes de Smith. Lance es elegante, hábil, bueno con las armas y también es un hombre que “siempre trabaja solo”, lo que además refuerza su parecido con el estereotipo que el actor ha perpetuado en el cine.

El guion hace un énfasis considerable en el hecho de que el agente, además, está convencido que es hay “buenos y malos” y que claro está, él debe luchar contra los segundos con todas las armas a su disposición, lo incluye por supuesto hacer todo el daño que pueda siempre que pueda.

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Durante la primera gran secuencia de acción muestra toda su habilidad y, también, que es un sujeto de temer lo suficientemente peligroso y valioso como para ser un ídolo de masas. El guion (escrito a cuatro manos por Brad Copeland y Lloyd Taylor) no pierde la oportunidad de insistir que Sterling, el hombre fuerte de la agencia para la cual trabaja es también una estrella, una curiosa mezcolanza de estereotipos que funcionan gracias a que Smith — un comediante natural — dota al ritmo de sus parlamentos de una burlona ironía. Pero nada es lo que parece en este personaje en apariencia unidimensional que encarna al cliché con una rara habilidad para rozar la línea del ridículo, sin rebasarla del todo.

No obstante, el centro de la película es Walter Beckett, al otro extremo del espectro de Smith en habilidad, la admiración que despierta y sobre todo su versión acerca de cómo luchar contra los enemigo. El personaje con la voz del más reciente Spider-Man del cine no es únicamente un sujeto listo: es también un inventor que trabaja desde un punto de vista creativo tan específico que se convierte en uno de los puntos fuentes del argumento. A pesar que la estructura de Espías con disfraz funciona como una habitual buddy film, el hecho real es que el personaje de Holland (que lleva a cuestas una historia de contexto que sostiene con facilidad su identidad) es una reflexión comedida sobre los motivos por los cuales hacemos lo que creemos correcto. Más allá de cierta corrección política inevitable — y que Walter Beckett encarna por necesidad —, la mirada de la película acerca del valor real de nuestras acciones, supera con creces la obviedad de una lucha contra el bien y el mal que sugiere en un principio.

Sorprende, que la película haga hincapié en ideas con cierta profundidad filosófica en medio de un despliegue de chistes absurdos y por supuesto, el nudo central de la historia que se equilibra a duras penas entre la típica comedia de aventuras y una búsqueda autoconsciente del ridículo. Pero el film (repleto de guiños a la franquicia Bond y en especial a la ya icónica Skyfall, de Sam Mendes), juega con diversos elementos que combinados entre sí logran elaborar un discurso coherente sobre temas que, con frecuencia, se ignoran en films dedicados a un público joven.

Para bien o para mal, los productos infantiles suelen simplificarse en favor de cierto objetivo ajustable a lo que el director o los productores puedan necesitar, pero en Espías con disfraz se toma el riesgo de dialogar de forma sutil sobre planteamientos que al final, son quizás los momentos más poderosos de la narración. A pesar de su pátina de simplicidad y producto sin pretensiones, Quane y Bruno logran crear una dinámica lo suficientemente interesante, para dialogar sobre percepciones sobre la individualidad, los principios y al final, el mundo interior de sus personajes con una habilidad eficaz y bien intencionada que, en sus mejores momentos, resulta conmovedora.

El héroe y el villano se encontraron una vez

Como cualquier historia de aventuras y acción que se precie, Espías con disfraz depende casi por completo de su villano, el tétrico Killian (en la voz de Ben Mendelsohn), que como otras tantas cosas en el film tiene un parentesco directo con la franquicia Bond: con su mandíbula cuadrada, pasado doloroso y extraña apariencia casi mecánica, el personaje es una caricatura del magnífico Raoul Silva de Javier Bardem en Skyfall.

Pero la maldad de este tiene mucha más profundidad que el mero requerimiento inmediato de ser una excusa para lucimiento del héroe. El guion se toma el cuidado de plantear la idea de la maldad como consecuencia — y la bondad como decisión—, lo que convierte al argumento en una cuidada reflexión sobre una serie de percepciones sobre lo moral que sorprenden por su claridad. A pesar de su simbología limitada y precaria capacidad para ser algo más que un producción que debe atenerse a los rígidos requerimientos de su naturaleza comercial.

A pesar de eso, Espías con disfraz toma el riesgo de utilizar el mal como una excusa para explorar ideas más elaboradas, y lo hace con un pulso sutil que sorprende por su mirada dual sobre la universalidad y el absoluto de conceptos complejos. De la misma manera que ¡Shazam! (2019 — David F. Sandberg), que interpretó los peligros del poder y la concepción del bien dentro del ámbito de la voluntad, el film toma al personaje de Mendelsohn como punto de partida para indagar sobre la justicia, la bondad y cierto concepción original acerca de los estereotipos sobre lo maligno y aunque al final falla en su intención de ser incisiva, logra mantener el concepto con suficiente propiedad como para reflexionar sobre el tema con soltura y buen tino.

Para Killer, la maldad es un asunto de ideas, un argumento moral en el que cumple el papel que no puede evitar. El personaje, que también tiene una historia de contexto un poco más profunda de lo que suele ser habitual en películas al estilo, toma un extraño protagonismo más allá de su capacidad para hacer daño y la forma en que lo hará. Con una garra de hierro en lugar de mano izquierda y la mitad del rostro quemado, es también, una víctima que insiste “lo perdió todo” a manos de Sterling, a quien culpa de una tragedia que la película no indaga, pero que sugiere a un nivel que evade el maniqueísmo básico de toda lucha entre polos opuestos.

Se trata de un recorrido curioso por algo más elaborado que pequeños golpes de efecto en medio de una persecución y una misión imposible. Ni Walter ni Killer escogieron su lugar en el mundo y mientras que Sterling es, sin duda, un guiño memorable y sarcástico a un tipo de heroísmo al uso, el resto de los personajes logran apartar al argumento de los arquetipos habituales, lo que ya de por sí, es una evolución de interés en un mundillo esquemático como en el que se mueven tanto uno el otro.

Claro está, Espías con disfraz es una película para niños y no lo olvida: a pesar de su inteligente reformulación del binomio sobre la bondad y la maldad, termina por ser un recorrido entre la amistad entre dos personajes dispares y como toda Buddy film que se precie, lanza débiles mensajes el trabajo en equipo, la aceptación de la diferencia y sobre todo, el valor de la individualidad.

Pero bajo los chistes de dudoso gusto, explicaciones sobre la anatomía de las palomas y las risas fáciles de un elenco de indudable talento, el verdadero valor de la película está allí: una manera novedosa de asumir el peso del dolor, el miedo y las tragedias personales.

El film se apega con habilidad a su principal premisa sobre el bien sin matices — “Al final, todos somos personas”, dice el Wal de Holland — y lo hace en una rápida y extraña carrera de obstáculos que incluye una mirada rápida pero competente sobre los motivos que nos hacen cumplir nuestras aspiraciones privadas. Walter, que está convencido de la posibilidad de proteger y luchar contra el mal sin hacer daño, despliega un arsenal de armas de distracción tan encantadoras como infantiles, como si el argumento necesitara recordar en un enrevesado juego de espejos que la maldad y la bondad, en realidad son conceptos inaplicables a conflictos reales, más allá de los vuelos de palomas risueñas y cielos azules cubiertos de brillantina.

Espías con disfraz tiene el dudoso honor de ser la última película animada estrenada por el estudio FOX antes de pasar a manos de Disney, y ahora ya disponible en Disney Plus. Hubo reprogramaciones de estreno, recortes de presupuesto en post producción — que son bastante notorias en el último tramo de la película — y al final, el film pasó desapercibido en el empaque de un proyecto menor, entre producciones de mayor envergadura y peso.

Aún así, esta parodia sobre el heroísmo que no se toma en serio a sí misma pero sí los conceptos que maneja más allá de gatitos holográficos, juegos de colores y parvadas de palomas bien intencionadas, logra un pequeño triunfo que quizás es un pequeño paso para el género: creer que hay ideas que pueden reformularse más allá del peso concreto de ser un producto sin mayor trascendencia destinado a ser olvidable. Y quizás, ese es su mayor mérito.

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