Hace dos o tres décadas atrás, el racismo y la misoginia eran parte esenciales de las películas del género de acción y se asumía que el discurso del argumento, explotaría en la medida de lo posible, la incorrección política. Una época en la que la sensibilidad sobre tópicos incómodos estaba mucho menos extendida y sin duda, la atención del público no se dirigía inmediatamente al trasfondo de las escenas truculentas en pantalla, sino al número de explosiones y muertes que el argumento podía ofrecer.
No obstante, la mayoría de las películas asumían esa carga central de ideas agresivas desde cierta distancia incidental, un contexto que logró que Martin Scorsese, David Mamet y otros tantos creadores, lograran dialogar con la ultraviolencia y el pesimismo desde una mirada escrutadora.
El film The Tax Collector de David Ayer protagonizado por Shia LaBeouf, parece no sólo intentar pertenecer a esa etapa de cine, sino rendir un involuntario homenaje a la percepción de la violencia en estado puro, que quizás en su exageración, ausencia de matices e incluso, torpe uso de símbolos, convierte a la película en una colección de giros narrativos pobremente narrados y personajes carentes de sustancia.
No se trata que Shia LaBeouf no haga el esfuerzo: como el actor complejo que es, intenta encarnar a Creeper, un matón insensible, confuso y simplón como algo más que un estereotipo. Pero el guion no solamente no se lo permite, sino que le obliga a crear una actuación carente de matices y que en la actualidad, es poco menos que una colección de clichés prejuiciosos que no aportan otra cosa que una percepción anacrónica a la película.
Si Michael Winner creo para Charles Bronson un contexto retorcido, simplificado al máximo para acentuar una historia violencia de venganza, Ayer intenta lo mismo, pero sin la extraña profundidad incómoda de la película del ’74. LaBeouf es un hombre dispuesto a matar y en el esfuerzo del actor por crear y sostener una personalidad inverosímil, termina por convertir a Creeper en una singular combinación del habitual hombre temible de las películas de acción y algo más caótico. Ayer, por su lado, es incapaz de sostener la película como algo más que una colección de insultos, escenas trepidantes y al final, una mezcla poco atinada de lugares comunes que el director no logra resolver y que sepultan a la película en el tedio.
A pesar que el nudo principal de la película queda claro de inmediato — una venganza que LaBeouf llevará a cabo a cualquier precio — el guion no las tiene todas consigo para mostrar el motivo, el cómo y en especial, la motivación principal que empuja a Creeper en medio de todo tipo de situaciones disparatadas. El personaje va de un lado a otro entre gritos, tiroteos e insultos y en lugar que toda esa carga de tensión se convierta en una forma de avanzar hacia lugares más tenebrosos del personaje o su contexto, en realidad termina por convertirse en un recorrido sin demasiado interés por viejos trucos del cine de acción, que una década atrás, ya carecían de interés.
Creeper se arroja sobre puertas, lleva un arma de forma muy visible, exagera su acento, mira a las mujeres a su alrededor como “molestias” y mientras en un guion más hábil todas estos puntos incómodos pudieron jugar a favor de una mirada realista y brutal sobre el mundo del crimen, en The Tax Collector no es otra cosa que un recorrido agotador por casi todas las escenas típicas del género de acción.
No es sencillo que una película semejante funcione sin una justificación de fondo: Aunque Ayer logra una atmósfera cuidada y de hecho, buena parte de los mejores momentos del film se basan en el aire malsano de la violencia por la violencia, el argumento resulta muy frágil para sostener la interminable sucesión de insultos, arrebatos de genio de LaBeouf y al final, la violencia como instrumento que Ayer trata de construir con la ligereza y sentido del absurdo de Guy Ritchie, sin lograrlo.
Por supuesto, el contexto que rodea a LaBeouf no hace sino empeorar la sensación general que la película, no encuentra un tono o un ritmo que no sea una combinación de propuestas mejores y más arriesgadas. En especial, cuando David (Bobby Soto) entra en escena para crear la sensación de conflicto que Creeper necesita y que en cierta forma, termina por equilibrar los desmanes y desafueros de un personaje sin norte claro. Con una química clara, ambos actores logran crear un cierto aire de frenética compulsión, que el guion no logra aprovechar del todo.
Es evidente que Ayer trató de combinar la energía de ambos actores (LaBeoufe está lleno de una frenética capacidad para sorprender e irritar, mientras que Soto, es extrañamente contenido) para crear dos extremos de una misma historia. Pero las obvias referencias a los sicarios de Pulp Fiction Jules (Samuel L. Jackson) y Vincent (John Travolta) se diluyen a medida que David y Creeper van de un lado a otro de Los Ángeles para cobrar tarifas estipuladas a pandillas y narcotraficantes para una organización mayor (de allí el nombre de la película). La complicidad e incluso, la noción entre una historia en común entre ambos personajes desaparece a medida que el director deja de brindar importancia a lo que ocurre entre ambos, para mostrar escenas de acción de poco o ningún atractivo.
El gran problema con The Tax Collector, es el hecho que los tintes étnicos — Ayer ha llegado a comentar sobre cómo la noción del origen de sus personajes tiene una considerable importancia — no sólo no juega un aspecto importante en el film en sí, sino que es un anzuelo de provocación torpe para el debate fuera de cámara. Creeper es judío pero la insistencia en mostrar sus peores rasgos relacionados con el contexto en una mezcla incomprensible, convierten al personaje de LaBeouf en trozos de una idea retorcida e incómoda sin mayor sentido.
Ayer carece de la audacia para mostrar el origen racial en toda su plenitud, ya sea a través de un comportamiento que lo refleje o la cruda connotación sobre lo que le rodea. Mientras los hermanos Safdie tomaron el camino contrario y convirtieron el personaje de Adam Sandler en Uncut Gems en una mirada a los estereotipos chocante e incluso, directamente irritante, Ayer no logra entablar un diálogo sólido con lo que parece ser la idea que sostiene al violento, trepidante y en ocasiones ridículo Creeper: el hecho de haber sido absorbido de manera completa por el mundo que le rodea.
Quizás, lo que más desconcierte de The Tax Collector, sea que carece de identidad real: Los Ángeles pierde brillo y se convierte en una ciudad cualquiera, que podría ser otra sin que la trama o el sentido del contexto de la película se afecte. Mientras que en Día de entrenamiento (2001) Antoine Fuqua, convierte a las calles en un laberinto sangriento que crea y alimenta la psiquis de los personajes, en esta ocasión Ayer usa la condición de lo callejero como un telón de fondo insustancial. La cámara recorre los largos juegos de luces y reflejan a un espacio sin nombre, indeterminado y al final, borroso.
Como cabría suponer, Ayer deja el enfrentamiento definitivo de la película para la secuencia cierre, que termina por decepcionar y al final, cuestionarse el largo recorrido del dúo de criminales e incluso, la concepción misma de la violencia que en 90 frenéticos minutos trató de mostrar, sin lograrlo nunca. Hay algunas consideraciones más o menos interesantes sobre el origen de lo criminal — o la forma como lo comprendemos en la actualidad — pero al final, Ayer está demasiado ocupado haciendo gritar o golpear a sus personajes para notarlo.