A primera vista, la producción de J.J. Abrams y Jordan Peele puede parecer en exceso oportuna para el momento histórico que atraviesa EE.UU.: Lovecraft Country es una mezcla de géneros que, además, se toma el atrevimiento de incluir una poderosa, incómoda y poca disimulada crítica social que tal vez, la televisión o el público no estaba preparada para asimilar de forma directa.

De una u otra manera, el argumento de la tensión racial en la Norteamérica profunda, en medio del ataque de monstruos inclasificables, es un híbrido por momentos desconcertantes que sostiene un evidente subtexto sobre lo terrífico, lo sobrenatural y los muy reales que debe enfrentar la cultura de un país lleno de heridas históricas. Lovecraft Country no se limita a hacer hincapié a su extremo más dado a la controversia: la serie es una cuidada y estética versión sobre los terrores inconfesables y como no, los miedos temibles e inquietantes, que acechan al borde mismo de la realidad.

Sin duda, introducir personajes negros en un contexto racista parece demasiado oportuno como para no dudar de las buenas intenciones de la producción de HBO. No obstante, de la misma manera que Watchmen, la serie es un compendio de decisiones inteligentes sobre un tema latente, que se lleva a la siguiente dimensión a través de un argumento complejo, siniestro, pero también enlazado con ficciones en las que lo humano es una fuente de terror incalculable.

Lovecraft Country y su visión del miedo

Basada en la novela de Matt Ruff del mismo nombre y con Misha Green (Underground), como showrunner, la serie es mucho más que las complejidades del prejuicio y se alimenta de todo tipo de referencias sobre lo espeluznante, relacionado con los secretos de una cultura en que lo misterioso es una combinación de factores descarnados y crueles. Lovecraft Country no analiza la idea de la raza de la misma manera en que lo hizo la obra de Damon Lindelof — llena de sofisticadas reflexiones sobre la identidad, la pertenencia y los dolores de la ruptura del individuo —, sino que va al núcleo de la oscuridad: el miedo a la diferencia.

Ya sea a un hombre negro que camina por los senderos de un pueblo o la de una criatura terrorífica que salta de entre las sombras, la serie está más interesada en explorar el terror desde la percepción de lo inminente y lo grotesco.

Todo lo que ocurre en Lovecraft Country está relacionado directamente con los enigmas no resueltos, los conflictos que aumentan la densidad de la atmósfera malsana y lo que hace más inquietante, la percepción de lo humano y lo monstruoso que habitan bajo la misma esfera. Por supuesto, y con Abrams como productor, el argumento está lleno de todo tipo de referencias de la cultura pop, que incluye desde Pulp Fiction, cómics y hasta blockbuster palomiteros, pero también la sensación perenne de las novelas y relatos de Lovecraft que el mal podría ganar por el simple hecho de ser más poderoso y comprensible en la imaginación humana, que el bien.

Uno de los puntos más altos de Lovecraft Country es que carece por completo de pretensiones: a diferencia de las sofisticadas miradas sobre la identidad, el miedo cultural y el desarraigo creado para el universo alternativo de Watchmen, Lovecraft Country es todo terror. Un desfile de excesos que hacen la experiencia poderosa, angustiosa y muy realista.

Hay mucho de gore exagerado y casi vulgar, de grandes miradas a los clásicos de ciencia ficción y horror de hace cuarenta años, en esta combinación festiva de humor muy negro con un tipo de terror físico que sorprende por su capacidad para dotar al miedo de un sentido de lo contemporáneo, a pesar de su ambientación histórica. Se trata, además, de las bondades de un buen guion que asume desde las primeras escenas que la historia que narrará en pantalla. Es una combinación de una percepción sobre la búsqueda y el poder de lo que se esconde detrás de la aparente normalidad, y algo más turbio.

Lovecraft Country

La raza, una trama esencial

El recorrido comienza pronto: Atticus Freeman (Jonathan Majors), un veterano de la Guerra de Corea lleno de un odio retorcido y peligroso, comienza un recorrido a través de EE.UU. en plena década de los años 50 para encontrar indicios sobre su historia perdida, la desaparición de su padre y la figura lejana e inalcanzable de su madre. En el trayecto, Atticus intentará encontrar la paz y también cierto equilibrio mental perdido en medio del conflicto bélico: el personaje es la encarnación de la versión norteamericana de las esperanzas perdidas y el futuro destruido.

La raza cumple un papel fundamental en Lovecraft Country. Atticus viaja en compañía de Leti (Jurnee Smollett) y su tío George (Courtney B. Vance), editor de una guía barata y chapucera sobre el país de la ficción. El viaje les lleva a Massachusetts, a un pueblo llamado Ardham — un homenaje cifrado al terrorífico Arkham de H.P. Lovecraft — en el que tanto el título de la serie como los horrores insinúa toman sentido, forma y corporeidad. Desde el racismo y el prejuicio convertidos en arma de la ley, hasta las criaturas que habitan los bosques que rodean al lugar, la serie desarrolla una serie de trampas y trucos argumentales para alimentar la fantasía y lo terrorífico desde una vertiente humana que resulta tan incómoda como bien elaborada.

La serie no duda en llenar varias de sus escenas principales con dolorosos juegos de percepción, en la que la cultura escindida de un país en el que racismo es una realidad latente está en todas partes. Una y otra vez, la serie regresa al hecho de que los monstruos que habitan en el bosque son tan o más aterradores que los que discriminan y menosprecian a través de la violencia a los personajes. Poco a poco, el ambiente se hace tan caldeado e irrespirable como las intrincadas tramas de Lovecraft, pero mientras los monstruos dignos de sus narraciones aparecen en todas direcciones y atacan a sus víctimas desprevenidas, los verdaderos horrores ocurren a plena luz del día. En medio de la complacencia de hombres y mujeres de una crueldad inaudita, tan realistas y temibles como para ser el verdadero centro de atención del argumento.

Con una hora de duración, los episodios de Lovecraft Country podrían ser comprendidos como pequeños films perturbadores, que a su vez enlazan una historia mayor que palpita al fondo. Como los grandes terrores que Lovecraft imaginó dormidos en medio de la inmensidad del Cosmos, lo que realmente ocurre en la serie, es una insinuación, una puerta abierta a lo desconocido. Un horror que apenas comienza a tomar forma en toda su extensión.

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