Marcos es un diseñador web que trabaja en una pequeña agencia de publicidad en Valencia. Antes del confinamiento a causa de la pandemia por la COVID-19, su jornada laboral habitual iba de 8.30 a 17 con una hora de descanso para comer. Al comenzar el Estado de Alarma, su empresa pasó a trabajar en remoto. Cada trabajador se llevó a casa en discos duros sus archivos imprescindibles y en su caso en concreto el mismo PC con el que trabajaba. Reconoce que en eso -en la provisión de medios- su empresa ha podido adaptarse mucho mejor que lo que ha hablado con otros amigos y familiares. Sin embargo, pronto surgieron los problemas.
“Normalmente rara vez al salir de la oficina teníamos que atender algo, a no ser que fuera algo de causa mayor, como que a un cliente se le hubiera caído la web o algo por el estilo. Pero con el comienzo del confinamiento nuestro jefe empezó a ir derivando los mails que llegaban de clientes pasada nuestra jornada habitual. No había obligación de atenderlos, pero claro, si alguien del equipo empezaba a hacerlo se extendía la sensación de que debíamos hacerlo los demás. Y claro, todos estábamos en casa”, nos cuenta.
Su caso es uno en el que se pueden sentir identificados muchos trabajadores que en las últimas semanas han tenido que mudar su puesto de trabajo de la oficina a casa. Y seguramente no sea el peor. Marcos contaba con un pequeño despacho ya en su casa que le permitía tener separación entre lo laboral y lo personal. Para otros, y en especial familias con niños, o personas que viven en pisos pequeños y que se las han apañado con una silla de tijera en la mesa de la cocina, el teletrabajo se ha convertido en todo lo contrario a las virtudes que se le achacan.
“En la mayoría de casos lo que hemos vivido en estas semanas no se puede considerar una situación de teletrabajo o de trabajo en remoto real”, sostiene David Blay, periodista y autor del libro ¿Por qué no nos dejan trabajar desde casa?, que en las últimas semanas ha estado asesorando a empresas que se han visto obligadas a dar este salto hacia el teletrabajo casi sin pestañear.
“El teletrabajo debe servir para tener una mayor capacidad de conciliación, una productividad basada en tareas y no en horarios… Eliminar ese síndrome de que el empleado no se levanta de la silla hasta que lo hace el jefe. Y claro, en España especialmente en muchas empresas sigue pesando mucho la cultura del presentismo. Si a ello le sumamos que no hemos vivido una situación para nada ‘normal’, con los padres trabajando con los niños 24 horas en casa, y sin ningún tipo de preparación, la experiencia para mucha gente ha sido mala”, señala.
Pasar del 4% al 50% en un día es complicado
En España, antes de que la pandemia apareciera, apenas un 4,3% de los trabajadores solían hacerlo desde casa al menos la mitad de los días de la semana, según el INE. Esto sería en torno a 840.000 personas. Durante estas semanas, según las estimaciones de los sindicatos, ese porcentaje ha podido ascender a una horquilla de entre el 40 y el 50%. Esto es, más de 10 millones y medio de trabajadores.
“El salto ha sido brutal y ha pillado a la mayoría de empresas con el pie cambiado. Apenas unas pocas habían empezado a formarse e implementar el teletrabajo. Y aún más, hace sesenta días la mayoría de los trabajadores y empresas no sabían lo que era Zoom, ni Slack, ni Teams, ni otras tantas herramientas que ahora manejamos mucho más”, comenta Blay.
España no era de los países donde el teletrabajo estuviera más asentado dentro de la Unión Europea. Nuestro 4,3% está por debajo de la Eurozona, donde es de un 5,4% según Eurostat. El país que va a la cabeza es Holanda, con un 14%, seguido de Finlandia y Dinamarca rondando el 11%.
Existen condicionantes que hacen que este porcentaje sea menor, como los sectores más importantes, como el turismo o la construcción, pero también hay un componente cultural. “En los últimos años se ha hablado mucho de lo mal que conciliamos en España, de cómo nuestras jornadas laborales se alargan, y es cierto que hay muchos condicionantes, pero para mí el principal es que hay una cultura laboral que sigue imperando y que costará cambiar”, comenta a este respecto Blay.
Más confinados, más horas, más quemados
Pero, ahora bien, ¿ha servido este experimento del teletrabajo forzoso para apreciar las ventajas que supuestamente tiene? La respuesta es, por desgracia, que no del todo.
Según un informe elaborado por NordVPN y que reportó Bloomberg, en todos los países se han estirado las jornadas laborales entre dos y tres horas de media durante estas semanas, incluyendo España. Más horas pegados a la pantalla, en definitiva.
Entre las causas, está de nuevo que estas no han sido unas condiciones de teletrabajo naturales. “Volvemos a lo mismo: padres con niños, pero sobre todo, en lo que sí que se podría actuar, es de nuevo en esa cultura presencial. Por desgracia con todos en casa por obligación tanto clientes como superiores saben que estamos ahí por si hay que atender algo urgente, tareas que en la oficina seguramente se habría quedado para el día siguiente”, dice Blay.
A ello se suman otras cuestiones como las curvas de aprendizaje del uso de nuevas aplicaciones para trabajar en remoto, y algo que hemos descubierto durante la pandemia: las videollamadas agotan nuestro cerebro. Es lo que se ha denominado como la ‘fatiga de Zoom’ que retrataban en este artículo varios expertos consultados por la BBC. Los seres humanos estamos acostumbrados a interactuar de una forma que no es la que nos proporcionan las videollamadas, donde el lenguaje no verbal y la multiatención hacia distintos rostros acaban por hacer carburar nuestro cerebro un poco más.
“Esto se podría corregir con una buena higiene en el uso de aplicaciones. Organizar un plan en el que las reuniones por conferencia sean breves, se concreten horarios en el día en el que apuntar dudas o tareas en Slack, y que una vez hechas, no se vuelvan a revisar en la jornada siguiente, o utilizar métodos como las conferencias por voz o los correos bien organizados que pueden ayudarnos a gestionar mucho mejor la información”, añade Blay.
https://hipertextual.com/presentado-por/huawei/mejorar-productividad-teletrabajo
Tampoco el sector público ha escapado de esta suma de horas añadidas que ha supuesto el teletrabajo. Juan es un profesor de secundaria de un instituto de Castilla y León. “Normalmente cuando surgía un problema tras el horario lectivo que debía ser resuelto por el claustro de profesores, se solventaba en la reunión del día siguiente. Ahora se hace añadiendo horas”, cuenta a Hipertextual.
"En España especialmente en muchas empresas sigue pesando mucho la cultura del presentismo. Si a ello le sumamos que no hemos vivido una situación para nada ‘normal’, con los padres trabajando con los niños 24 horas en casa, y sin ningún tipo de preparación, la experiencia para mucha gente ha sido mala”
David Blay
El cambio en el profesorado también ha sido drástico. “Yo estoy acostumbrado a usar las tecnologías con las que hemos ido dando clase online estos días. Usando la integración con una tablet en Microsoft Teams -la herramienta que ha estado utilizando Educación en Castilla y León- puedes hacer que funcione como una pizarra que ven los alumnos. Pero hay profesores ya de una edad avanzada que en algunos casos no contaban ni con ordenador en sus casas”, cuenta.
Presentismo en remoto
Otro de los problemas que han llegado de la mano de la implementación forzosa del teletrabajo ha sido el uso de herramientas de trackeo de las tareas de los empleados.
En Estados Unidos se han extendido el uso de aplicaciones que llegaban a vulnerar la privacidad, como algunas que hacían aleatoriamente fotos por la webcam para ver si el trabajador estaba ‘en su puesto’ o el control de las pestañas abiertas en el navegador.
“Desde luego no son buenas soluciones, que habría que preguntarse incluso si son legales y también si son realistas, porque cuando estamos en la oficina podemos procrastinar y no estar con nuestras tareas igual”, dice Blay. Aunque sin el uso tan extendido de estas herramientas de control en España, Laura, una community manager que trabaja con distintos clientes y agencias, también ha acusado esta especie de ‘panóptico digital’.
“Cuando un cliente solicita algo urgente ahora, a menudo lo ha estado haciendo ya fuera de su propio horario de trabajo, cuando le ha venido la idea a la cabeza. Puedes optar por no responder, pero dadas las circunstancias, al final lo acababa haciendo, aunque fuera simplemente por notificar que lo he recibido. Se hace mucho más complicado desconectar”, relata.
Y, pese a todo, es un paso hacia delante (a falta de legislación)
Con todo, el mundo del trabajo en remoto parece que de este experimento, aunque antinatural y trastabillado, ha salido beneficiado.
“No se ha dado en las circunstancias en las que se debería, y mucho me temo que la cultura laboral que tenemos en España tardará mucho en cambiar. Pero lo que ha pasado estos días es importante porque, al menos, muchas compañías que decían que en sus empresas era imposible implementar el teletrabajo han comprobado que se puede hacer. Ya no hay excusa. El camino a recorrer ahora, no obstante, es que cada vez más empresas vayan flexibilizando o haciendo disponibles bolsas de días o de horas en las que sus empleados puedan trabajar desde casa cuando lo necesiten”, comenta Blay.
Otra de las patas todavía sin abrir en España es la de la legislación, completamente ausente en temas de trabajo en remoto y que por ejemplo ha abierto dudas sobre quién debe acarrear los gastos de los dispositivos que hacen falta.
En España, los sindicatos han aprovechado este momento para pedir una legislación urgente, aunque Blay señala que, en este campo, “España está muy atrás. Países como Colombia y varios más de América Latina tienen desde hace cuatro años una regulación concreta de trabajo en remoto que obliga a las empresas a enviar a las casas de sus trabajadores especialistas en riesgos laborales para proveerles del material adecuado. Es algo mucho más avanzando incluso de lo que se está empezando a proponerse aquí”, concluye.