Cada 20 de marzo, la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible para las Naciones Unidas publica su Informe de Felicidad Mundial, en el que se muestran más de 150 países clasificados según sus niveles de felicidad. Este año, a la cabeza se encontraba Finlandia, seguida de cerca por Dinamarca, pero muy lejos de Sudán del Sur, ubicada a la cola de la lista, en el puesto 156.
Es posible elaborar este tipo de estadísticas gracias a los resultados de una serie de encuestas realizadas a los habitantes de estas naciones. Sin embargo, la costumbre de llevar a cabo estos cuestionarios es algo nuevo, que comenzó a realizarse en todo el mundo en 2011 y en unos cuantos países en los años 70. Por eso, resulta complicado establecer cómo ha evolucionado la felicidad de las personas en base a diferentes momentos de la historia anteriores a esa época. Esta es la razón por la que un equipo de investigadores procedentes de la Universidad de Warwick, la Universidad de Glasgow y el Instituto Alan Turing ha llevado a cabo un estudio, publicado hoy en Nature, en el que se analizan los cambios acaecidos en el bienestar emocional de los habitantes de cuatro países del mundo a lo largo de 189 años de una forma bastante curiosa.
Casi dos siglos de felicidad… e infelicidad
Los autores de este estudio partieron de la premisa de que, por normal general, lo que la gente dice o escribe revela mucho sobre su felicidad subyacente.
Al no disponer de bastantes grabaciones de voz, optaron por analizar la escritura de una muestra suficientemente representativa de personas a lo largo de dos siglos. Para ello, recurrieron a Google Books, una colección de más de 8 millones de libros, que supone más del 6% del total de títulos publicados en total en cualquier medio. Concretamente, se centraron en aquellos que habían sido lanzados de 1820 a 2009, en cuatro países diferentes: Estados Unidos, Reino Unido, Alemania e Italia.
Una vez seleccionada la muestra, solo quedaba analizarla, en busca de términos utilizados en psicología como medidores indirectos de felicidad. Se tuvo también en cuenta la evolución de las palabras, ya que las connotaciones de una misma a menudo varían con el paso de los años. Aunque se observó la evolución de los niveles de felicidad a lo largo de los 189 años completos, se prestó especial atención a las épocas de crisis o conflictos bélicos de cada una de las naciones participantes. De este modo se llegó a varias conclusiones.
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Para empezar, determinaron que un aumento de los ingresos económicos de un país mejoraba la felicidad de sus habitantes, pero que era necesario un incremento muy grande para que las consecuencias emocionales fuesen perceptibles. También la mejora de la esperanza de vida afectó positivamente. De hecho, si esta se hacía un año más larga equivalía a un aumento del 4’3% en el PIB.
Las guerras supusieron un deterioro en el bienestar emocional de las personas detrás de los escritos analizados, tanto que un año menos de contienda suponía un aumento del 30% en los niveles de felicidad. Por ejemplo, en Estados Unidos el punto más bajo coincidía con la Guerra de Vietnam y la evacuación de Saigón.
Llamó también la atención de los investigadores que estos efectos se recuperaban rápidamente. Asuntos como el fascismo europeo o la Gran Depresión, así como un gran número de conflictos bélicos, provocaban una caída en el estado de ánimo de los habitantes de la zona, pero este volvía a su situación anterior rápidamente, una vez finalizado el problema. Pero aún parecen afectar más las crisis económicas. Por ejemplo, en Italia se observa una disminución progresiva de la felicidad durante los años de dictadura de Mussolini, mientras que la caída es mucho más drástica en la etapa posterior a la última crisis económica.
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En definitiva, los seres humanos damos pistas sobre nuestro estado emocional sin ni siquiera ser conscientes de ello. Pero la ciencia sabe bien cómo detectarlo. Solo es necesario aprender a leer entre líneas. Literalmente.