En 1807, el naturalista George Harris describió por primera vez a un curioso marsupial que había avistado en la isla australiana de Tasmania. En un principio pensó que pertenecía a la familia de los didélfidos, de ahí que decidiera bautizarlo como Didelphis ursina, también por la apariencia de sus orejas, que le recordaban inevitablemente a las de un oso. Pronto este nombre debió cambiarse, pues ya había otra especie bautizada con él. Fue así como aquel peculiar animal fue desplazándose de una clasificación a otra, hasta estabilizarse finalmente en 1841 como Sarcophilus harrisii, precisamente en honor a Harris.

El demonio de Tasmania podría tener la clave de la regresión de tumores

Pero lo que ni el naturalista inglés ni ninguno de los científicos que lo describieron en los años inmediatamente posteriores sabían es que aquel mamífero, más conocido hoy como Demonio de Tasmania, aportaría en un futuro una clave esencial para la investigación del cáncer. Investigadores de todo el mundo llevan mucho tiempo analizando los factores comunes entre un tumor que devasta las poblaciones del marsupial australiano y algunos tipos de cáncer de humanos. Existen claras diferencias entre una enfermedad y otra. Para empezar, el del animal es uno de los pocos tumores conocidos que se contagian. Sin embargo, sí que existen puntos en común que están aportando a los científicos pistas importantes para el desarrollo de tratamientos futuros. Es el caso de la investigación llevada a cabo por el equipo de la doctora Marian Burr, del Centro de Cáncer Peter MacCallum de Australia, cuyos resultados se han publicado recientemente en Cancer Cell.

Esquivos del sistema inmunitario

El tumor facial del diablo de Tasmania (DFT por sus siglas en inglés) es uno de los pocos tipos de cáncer transmisible que se conocen. Cuando los marsupiales se muerden las caras, se pasan células tumorales, que esquivan el sistema inmunitario del nuevo hospedador y comienzan a proliferar en su organismo, como si de un parásito se tratara. ¿Pero cómo hacen para evitar este batallón defensivo?

El equipo de Burr comprobó después de aislar y cultivar células extraídas de estos tumores que la clave está en el complejo mayor de histocompatibilidad I (CMH I), un grupo de genes implicados en la colocación de ciertas sustancias que sirven como etiquetas al sistema inmunitario para reconocer qué células deben ser destruidas. Si todo funciona bien, cuando se desarrolla un tumor o la infección de un patógeno, las células afectadas expresarán los genes de CMH I, que se encargarán de exponer en su superficie los antígenos que señalan que deben ser atacadas por un tipo de glóbulos blancos, llamados linfocitos T. El problema es que este proceso no se da correctamente en las células tumorales del demonio de Tasmania.

Al analizar las causas que conducen a ello, estos científicos australianos descubrieron un notable aumento en la actividad del complejo proteico PRC2. El aumento de los niveles de estas proteínas parecía estar detrás de la inhibición en la expresión de CMH I. ¿Pasaría lo mismo en los tumores humanos?

Demonio de Tasmania: el diabólico marsupial que puede salvar al ser humano

Para comprobarlo, pasaron a cultivar en el laboratorio células extraídas de cáncer de pulmón humano de células pequeñas y neuroblastoma. De nuevo, observaron que se producía un aumento en la actividad de PRC2 y una disminución de la expresión de CMH I. Esta parecía ser la razón por la que muchos tumores se vuelven resistentes a la inmunoterapia.

En busca de un tratamiento

Una vez descubierto esto, el siguiente paso era buscar una forma de “parar los pies” a PRC2. Para ello, utilizaron un grupo de fármacos, conocidos como inhibidores EZH2, con muy buenos resultados in vitro. Estos compuestos ya forman parte de varios ensayos clínicos contra diferentes tipos de cáncer, aunque hasta ahora siempre se habían utilizado en base a un mecanismo de acción diferente. El conocimiento de esta nueva arma del cáncer ofrece un nuevo camino para su utilización, pues podrían utilizarse junto a la inmunoterapia para evitar resistencias. A fin y al cabo, para combatir al enemigo el primer paso es conocerlo. Y cuando el enemigo es el cáncer parece ser que el demonio de Tasmania tiene mucho en lo que ayudar.