universitarios en España

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En un mundo globalizado casi en su totalidad, pocas cosas quedan ya por trascender en la unificación de las costumbres y modas. Las series y las películas nacidas en la meca del cine, ahora incrementadas con los diferentes servicios a la carta y un sinfín de opciones, habían actuado con un agente normalizador de ciertas cuestiones sociales. El American Way of Life.

Al menos en lo que a música o ropa se refiere poco queda ya que hacer. Sin embargo, hay ciertas cuestiones que separaban el universo de Estados Unidos con el colectivo europeo: los servicios públicos, que aunque en un estado precario en el Viejo Continente, siguen siendo un punto de referencia. A estas alturas aún sigue sorprendiendo la serie o película que muestra la peor cara de los servicios médicos del país norteamericano; Sicko de Michael Moore es uno de los mejores ejemplos de ello. Otro de los puntos que marcaban la diferencia eran las famosas cuotas universitarias, o concepto universitario estadounidense en sí mismo.

Jóvenes entrenando en un equipo del colegio para conseguir una beca de estudios o trabajos de verano para ahorrar para las tasas. Los clásicos del cine adolescente. Tras ellos, aquellos que debían pagar un crédito para financiar los estudios a costa de la economía familiar o del futuro de los estudiantes. Algo que ya se ha definido como un sistema para garantizar el ingreso, y permanencia, del ciudadano medio estadounidense en el ciclo económico capitalista por excelencia. Joven de clase media, con deudas por sus estudios, sale de la carrera y acto seguido entra en el mercado de trabajo obligado ante las cuotas a deber: aceptación, sin remedio, del sistema establecido, y de un entorno laboral que sabe de su necesidad.

Todo contrastaba con los sistemas de educación en Europa, algo menos competitivos, pero públicos o a precios asequibles en su mayoría. Y entonces, en resumidas cuentas, llegó la popularización de escuelas privadas, los máster obligatorios para ciertas disciplinas o empleos en empresas y la popularmente conocida como titulitis.

Con estas nuevas modalidades llegaron, por supuesto, los precios impagables para ciertos grupos de la sociedad. Si hasta hace unos años, la universidad privada era para aquellos que carecían de las notas adecuadas, ahora se ven con mejores ojos. Una matrícula elevada asegura, en muchas ocasiones, un empleo a la salida del curso. El clásico pagar por trabajar. En todo este contexto, y como no podía ser de otra manera, junto a la promoción de la educación privada ha llegado la financiación para los estudiantes a España.

Los conocidos créditos estudiantiles que tantos quebraderos de cabeza están dando en Estados Unidos no han tenido suficiente con las fronteras del país; solo la deuda generada por este tipo de préstamos alcanza los 1.500 millones de dólares en Norteamérica. El doble que hace 10 años y comparable, por algunos expertos, a la deuda inmobiliaria de 2008 en España. Un problema antológico al que, ya en 1955 con el Nobel Milton Friedman y su preocupación por la intervención del Gobierno en la educación, le surgió un sustituto visto con mejores ojos: los Income Share Agreements (ISA) o Acuerdo de Ingresos Compartidos.

La teoría sobre los ISA es sencilla. Un inversor, ya sea bajo la figura de una empresa o universidad, financia la educación del estudiante con la promesa de recibir su dinero una vez este entre en el mercado laboral, y no antes. Cuando este termine sus años académicos y comience a trabajar deberá pagar un porcentaje acordado de sus ingresos durante un tiempo que puede ser determinado, o no; siempre y cuando se supere un umbral mínimo de ingresos establecido en el contrato. Ahora, este modelo creciente en Estados Unidos, ha llegado a España de la mano de una startup: StudentFinance.

Y aquí nace la pregunta: ¿hay demanda en España de esta modalidad de pago?. Mariano Kostelec, CEO de la compañía, explica a Hipertextual que "hay una gran demanda por cursos educativos enfocados en los sectores altamente demandados por empresas, y hay cada vez más programas educativos ofreciendo este tipo de cursos. Sin embargo, el coste de las matriculas es la principal barrera a muchas personas en hacer estos cursos". Esto quiere decir que, de momento, dicho sistema está enfocado a "los programas/carreras aprobados por StudentFinance con los que tenemos acuerdos firmados. Y está enfocado en sectores donde hay una gran falta de talento en el mercado".

La compañía, además de financiar la educación a sus estudiantes en materia de competencias digitales, promete la inserción laboral de los mismos en base a unos acuerdos con empresas en el sector.

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Anna Gutermuth (Flickr)

Los problemas asociados

En cierto modo, suponen una ventaja comparativa respecto a los créditos para estudiantes; aunque por su novedad aún están por verse las consecuencias de los mismos. Igualmente, en los créditos se debe de pagar, independientemente de los ingresos; en los segundos solo cuando se ha accedido al mercado laboral con un sueldo mínimo.

Sin embargo, no están exentos de problemas asociados. Por un lado, algunos expertos en la materia apuntan a que los ISA suponen una apuesta contra uno mismo al determinar, antes de tiempo, el futuro de su carrera. La llamada inflexibilidad laboral. Esto, según los primeros datos, ha generado tasas más altas de deserción ante el aumento de los graduados descontentos, que ante la perspectiva de tener trabajo a futuro no eligen la disciplina académica deseada. Asímismo, al igual que sucede con el bucle estadounidense, es un compromiso financiero inicial que retiene a los estudiantes en el ciclo ante el temor de no cumplir con las expectativas. En algunas modalidades de ISA en Estados Unidos, que cobran en función del puesto, se apunta a que se suelen incentivar los puestos de alto rédito por encima de los deseados por los propios estudiantes.

Por otro lado, también se teoriza sobre la posible influencia negativa en el refuerzo de los desequilibrios en el mercado laboral. ¿Trabajadores que prometen sus futuros ingresos laborales? Nada podría salir mal con esto... Igualmente, se apunta a este sistema de estudios como una modalidad para reducir la brecha tecnológica en el mercado laboral ante la ausencia de ciertos perfiles muy específicos. El problema, que ya se reseñó cuando Indra dejó vacantes 800 puestos ante la falta de candidatos, no son los empleados; si no lo que se quiere pagar por ellos –muy por debajo de la media europea–.

Condicionar nuevos empleos a acuerdos comerciales con financieras, que además solo cobrarán si se alcanza un sueldo mínimo, tiene peligro de caer en una perversión de un sistema que se aprovecha de cualquier brecha para reducir los derechos del mercado laboral y la laboralidad en sí misma. ¿Qué impide a las empresas contratar solo a los perfiles que hayan pasado por este proceso ante un acuerdo previo con la financiera? Estaríamos, de nuevo, en un sistema que prima el pago inicial por encima del mérito.

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