Gracias a los restos fósiles que los paleontólogos han ido encontrando a lo largo de los años, hoy en día conocemos un gran número de características de los dinosaurios, que permiten tener una idea muy aproximada sobre la apariencia que tenían en realidad. Sin embargo, la función de muchas de esas estructuras sigue siendo un misterio para los científicos.

Este es el caso de los dos agujeros que coronaban el cráneo del *Tyrannosaurus rex*, conocidos como fenestra dorsotemporal. Ya a principios del siglo XX, algunos paleontólogos, como el estadounidense Henry Fairfield Osborn, apuntaron a que posiblemente ambas cavidades debían ser un sitio de sujeción de los músculos encargados del movimiento de la mandíbula. Dada la fama de gran mordedor de este dinosaurio la teoría fue muy bien aceptada y ha perdurado casi hasta la actualidad, aunque en ningún caso ha podido demostrarse. Además, ahora un nuevo estudio, llevado a cabo por científicos de las Universidades de Missouri, Ohio y Florida, ha dado con una explicación alternativa, que sí cuenta con pruebas que la apoyan: que los dos agujeros sirviesen como termostato interno.

Brian Engh

Gracias, caimanes

A falta de dinosaurios vivos a los que investigar, este equipo de científicos, cuyos resultados se han publicado en The Anatomoical Record, decidió buscar alguna especie actual emparentada con ellos que sirviera como modelo.

Concretamente, sabían que unas estructuras similares a la fenestra del T. rex se encuentran en los diápsidos, una clase de animales que incluye a los cocodrilos, las aves, los lagartos y los tuataras, entre otros. Por eso, el primer paso fue analizar los orificios presentes en la cabeza de varias de estas especies, en busca de los que más se parecieran a los del dinosaurio. Finalmente, concluyeron que los más similares eran los del cocodrilo y el caimán, por lo que se desplazaron hasta el parque zoológico St Augustine Alligator Farm, situado en Florida. Allí utilizaron cámaras térmicas para comprobar cómo evolucionaban las temperaturas en la fenestra de los caimanes. Se sabe que estos animales son ectotermos, lo cual significa que la temperatura de su cuerpo varía en respuesta a lo que ocurre en el medio que les rodea, por lo que podría ser que los orificios tuviesen algo que ver. Y así fue, ya que comprobaron que cuando hacía más frío esa zona de su cráneo se iluminaba, mostrando un aumento de la temperatura que compensaba el clima exterior. En cambio, a medida que hacía más calor esas “luces” se apagaban, puesto que los orificios del cráneo comenzaban a enfriarse.

A día de hoy existe un intenso debate entre expertos con respecto a si los dinosaurios, como el T. rex, eran ectotermos o endotermos. Incluso existe un grupo de científicos que apoyan que en realidad poseían características de ambos, por lo que podría decirse que eran mesotermos.

Este cráneo de 1.134 kg, entre los restos mejor conservados del ‘Tyrannosaurus rex’

Lo que parece más claro ahora es que al menos tenían un rasgo común con los ectotermos, pues la fenestra dorsotemporal posiblemente servía para calentar o enfriar la sangre que circulaba a través de los vasos sanguíneos, con el fin de compensar la temperatura del medio circundante. Lo demás, seguirá siendo un misterio, pero al menos ya sabemos que no todo en el rey de los dinosaurios estaba destinado a dar grandes mordiscos.