Hablar de software hoy implica hablar sobre todo de aplicaciones móviles, que son el mercado más potente hoy en día con permiso de los videojuegos, entre los que también están bien representados. También triunfan las aplicaciones web, aquellas que usamos desde el navegador y que permiten hacer de todo sin instalar nada en tu ordenador o dispositivo móvil. Eso sin contar con el ecosistema ampliado de apps móviles enfocadas a relojes, televisores, vehículos inteligentes, altavoces y toda clase de dispositivos conectados.

Desde el punto de vista económico, hay varios modelos de negocio, es decir, distintas maneras de sufragar el gasto de inversión en esas apps. Hoy día nos encontramos con apps gratuitas sin más, pero muchas integran publicidad, otras funciones adicionales que desbloqueamos con un pago, y el modelo de suscripción va ampliándose más allá de las aplicaciones de contenido multimedia tipo Netflix o Spotify. Apple Arcade o Stadia, por ejemplo, emplean la suscripción para obtener un número indeterminado de juegos, algo que ya sucede en las consolas con Playstation Now o Xbox Game Pass. Pero también hay ejemplos en software como Setapp para Mac y especialmente se emplean las suscripciones en aplicaciones web de tipo profesional.

Y es que el software para ordenador ha vivido tiempos mejores. Todavía podemos encontrar cajas en las estanterías de las tiendas de informática, pero parecen más un objeto de colección y se limitan a sistemas operativos, juegos para PC, algún que otro antivirus y herramientas profesionales de contabilidad o similares. Seguimos pagando por algún que otro software, pero gracias al empuje del movimiento de código abierto u open source, hay una oferta mucho mayor de programas gratuitos que incluso nos permiten acceder a su código para alterarlo o mejorarlo. Incluso hay juegos gratuitos con los que jugar y que cuentan con pagos o suscripciones como fuente de financiación.

La era del software

En la década de los 80, el sector del software vive un momento importante gracias a que la informática personal empieza a despuntar. Además, ésta logra estabilizarse con el estándar del PC de IBM y la proliferación de clones, de manera que no hay que pelearse por varias plataformas, arquitecturas incompatibles y sistemas operativos varios. Obviamente habrá problemas de compatibilidad entre las distintas versiones de DOS, y más adelante entre Windows, OS/2 y Mac OS Classic, por citar dos ejemplos, pero el mercado está prácticamente dominado por DOS y Windows, por lo que el esfuerzo de la mayoría de desarrolladores de software irá encaminado a estas plataformas.

Además se produce un cambio de paradigma. Durante años, se le ha dado especial importancia al hardware, pero el software empieza a tener cada vez más importancia ya que permite exprimir las posibilidades de las computadoras del momento. El mayor ejemplo se ve en el cambio de poderes en Silicon Valley. Grandes como IBM, HP, Oracle o Intel empiezan a convivir, y pronto les harán sombra, con Microsoft, Adobe, Lotus o Autodesk. Pero no nos adelantemos ni nos desviemos del tema.

El software empieza a ser importante y ya no es solo un complemento que viene acompañando tu nuevo ordenador, si bien eso sigue siendo así hasta nuestros días. Y junto al software de pago y al software gratuito, escaso en los 80 y más popular en los 90, surge una tercera opción, el shareware.

El nacimiento del shareware

Al principio fueron los programas de pago. Y en 1982, surge el primer programa gratuito o freeware. Con el nombre PC-Talk, este programa de telecomunicaciones había sido creado por Andrew Fluegelman para computadoras compatibles IBM. Si querías una copia, debías enviar un disquete formateado para DOS a una dirección de correo de California donde estaba la sede de Freeware, la compañía que había creado el propio Fluegelman para distribuir software gratis “a modo de experimento económico más que por altruismo”, declaraciones que aparecen en una revista PC Magazine de la época (agosto de 1982). Eso sí, junto al disquete podías enviar una donación voluntaria de 25 dólares, pero PC-Talk como tal era gratuito.

Y el primer shareware surge al año siguiente, en 1983. El primer programa de licencia shareware fue PC-Write y lo creó Bob Wallace. Como su nombre indica, se trataba de un procesador de textos para DOS similar al entonces popular WordStar. En un principio, su modelo de negocio fue el habitual de la época. En concreto, consistía en pagar 10 dólares por licencia, pero la propia distribuidora de PC-Write, Quicksoft, empezó a fomentar que los usuarios hicieran copias y las distribuyeran gratuitamente. Eso sí, si querías servicios adicionales, como soporte técnico telefónico, acceso al código fuente y un manual en papel, debías abonar 75 dólares.

Manuales de PC-Write para quienes adquirían la licencia de 75 $. Fuente: ArchaeoBlog

Pero la novedad iba más allá. Si alguien adquiría esos servicios por 75 dólares, quien registró la copia original de PC-Write que acabó llegando a ese usuario, recibía 25 dólares por haber difundido el programa entre otras personas con las copias gratuitas. Es decir, pagabas 10 dólares, compartías copias de PC-Write, y si una de esas copias se registraba con el servicio de 75 dólares, tu inversión de 10 dólares recibía un pago de 25 dólares. De ahí que el nombre de este tipo de licencia fuera shareware, del inglés share que significa compartir.

Si bien la manera de distribuir PC-Write fue un experimento de su creador, igual que ocurrió con PC-Talk, la cosa salió bien. Quicksoft, la empresa que distribuía y desarrollaba el programa, llegó a tener 32 empleados y unos beneficios de más de 2 millones de dólares.

El modelo shareware pronto fue adoptado por otros muchos desarrolladores de software, en especial aquellos que empezaban o que no tenían un gran nombre detrás que les apoyara financieramente. Debemos tener en cuenta que en los 80 y 90 el uso de internet no era como hoy en día, con centenares de páginas dedicadas a ofrecer programas de ordenador para descargar en segundos gracias a las conexiones actuales. La Web en mayúsculas no existía, y la única manera de difundir un programa de ordenador era con el intercambio de disquetes. Que tu programa fuera gratuito, en principio, lo hacía más popular.

Mientras, la industria del software propietario ideaba campañas para luchar contra la copia indiscriminada de sus programas con lemas del tipo Don’t Copy That Floppy (1992). Curiosamente, el lema del shareware hubiera sido el opuesto de haber tenido uno. Y centrándonos solo en el sector del videojuegos, nombres ilustres como 3D Realms, Epic Games o id Software no hubieran llegado a nuestros días si no hubieran empleado licencias shareware para difundir sus juegos. Pero este capítulo de la historia da para otro artículo.

Compartir y difundir

La popularidad del shareware hizo que surgieran distribuidoras especializadas, como la popular Educorp, que distribuía discos CD-ROM repletos de programas para distintas plataformas, como PC o Macintosh. Estas recopilaciones, que en ocasiones iban a dirigidas a un público concreto, como el infantil, o que recopilaba únicamente juegos, eran la única manera de acceder a programas gratuitos o tipo shareware en una época en la que acceder a internet estaba al alcance de unos pocos y, aunque te conectaras, no había manera de acceder a descargas de software. El disquete y el disco CD fueron un elemento importante de la difusión de este tipo de software, a lo que contribuyeron posteriormente las revistas especializadas, tradición que se extendió hasta sus últimos días en papel.

Con la llegada de internet, los CD y disquetes empezaron a convivir, y luego fueron sustituidos, por los servidores FTP, algunos gratuitos y otros de suscripción, que permitían acceder a contenido de toda clase, incluyendo software. Y servicios tipo BBS (Bulletin Board System) también contribuyeron a la difusión del shareware en los primeros años de democratización de internet.

Más adelante, ya en los 90, la World Wide Web dio pie a la proliferación de sitios web especializados en ofrecer software para descargar que con el tiempo fueron ampliando su catálogo de servicios con reseñas, análisis y la posibilidad de adquirir licencias de pago.

Portadas de 1992 y 1993 de los catálogos de The Software Labs. Fuente: Internet Archive

Hoy en día todavía queda algún remanente de programas de ordenador que se hicieron muy populares especialmente por su licencia shareware, pero este tipo de licencia ha pasado al olvido tal y como comentaba al principio de este artículo. Los modelos de suscripción como los que ofrecen grandes como Adobe o Microsoft, el primero en todos sus productos y el segundo en Office y Onedrive, por citar dos ejemplos, combinados con las versiones gratuitas, han relegado el shareware. Nació para que programas indie se hicieran populares en una era preinternet, pero precisamente debido a internet ya no tiene sentido. Además, las tiendas de aplicaciones, primero en iOS con la App Store y Android con lo que ahora llamamos Google Play y más adelante en Linux (primero con los gestores de paquetes que evolucionaron en repositorios tipo Ubuntu Store y similares, macOS (con su Mac App Store) y Windows (con la Tienda Microsoft), hacen que el modelo shareware carezca de sentido.

En el recuerdo quedan nombres como WinZip, WinRAR, Internet Download Manager y tantos otros. Algunos mostraban una pantalla recordándonos que debíamos adquirir una licencia para seguir usando dicho programa, pero éste seguía funcionando sin problemas. Otros tenían bloqueadas ciertas opciones, pero no suponía un problema muy grave y seguíamos usándolo.

Es poco probable que el modelo de negocio basado en shareware vuelva a estar de moda, pero es innegable que gracias a esa original manera de distribuir software, han llegado a nuestros días grandes programas y juegos. Y es que por muy bueno que sea tu programa, si no logras difundirlo entre el público, difícilmente se haga popular.

Nota: La imagen que encabeza este artículo ha sido extraída del portal The Macintosh Garden.

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