Cuenta la leyenda que al nacer Hércules, fruto de la relación del dios Zeus con la mortal Alcmena, tenía una fuerza sobre humana y muchos de los atributos de un dios. Sin embargo, para poder serlo por completo, necesitaba mamar del pecho de Hera, la esposa legítima de Zeus; a la que, por razones obvias, no le caía muy bien el niño. Por eso, fueron necesarias ciertas triquiñuelas. Una de las versiones más famosas es la que describe cómo Hermes, emisario del Olimpo, colocó al bebé sobre el pecho de la diosa mientras esta dormía. Sin embargo, poco después de comenzar la succión esta se despertó y apartó al niño bruscamente de su pecho, provocando un reguero de leche, que dio lugar a la Vía Láctea.

Obviamente, este no es más que un relato popular, que nada tiene que ver con el verdadero origen de nuestra galaxia. Para saber lo que ocurrió en realidad, los astrónomos llevan años retrocediendo paso a paso en su historia, en busca de información sobre sus inicios. Así han ido surgiendo nuevos datos tan importantes como los que acaba de sacar a la luz en Nature Astronomy un equipo internacional de científicos, liderado por Investigadores del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC).

Un viaje al pasado

Para la realización de este estudio los astrónomos se han basado en datos recogidos en el observatorio espacial Gaia.

Se sabe que las actuales galaxias masivas, como la Vía Láctea, se formaron hace miles de millones de años, por la fusión de otras galaxias más pequeñas. Sin embargo, hasta hace poco cuáles habían sido estas galaxias agregadas y, sobre todo, cuándo lo habían hecho, era todo un misterio.

Lo han conseguido después de medir los parámetros de color, magnitud (brillo), posición y velocidad de un millón de estrellas de la Vía Láctea, ubicadas en un radio de 6.500 años luz alrededor del Sol. Pero no las han clasificado todas por igual, pues también han tenido en cuenta su posición dentro de la Vía Láctea; es decir, si pertenecían al halo estelar o al disco grueso. El primero es una estructura en forma de esfera que rodea a las galaxias espirales, mientras que el segundo se corresponde con las estrellas que están en el disco galáctico, pero a cierta altura.

Investigadores descubren una de las estrellas más antiguas de la Vía Láctea

Estudios anteriores ya habían establecido que en el halo galáctico se encuentran dos poblaciones de estrellas, unas rojas y otras más azuladas. Incluso se había ubicado el origen de estas últimas en una galaxia enana, llamada Gaia-Encélado, que debió colisionar con la Vía Láctea en sus albores. Sin embargo, no se sabía cuándo tuvo lugar este impacto, ni tampoco cuál era el origen de las estrellas rojas. Ahora por fin ambas cuestiones tienen una respuesta.

Según explican en una nota de prensa los investigadores del IAC responsables del hallazgo, el análisis de los datos obtenidos por el telescopio Gaia permitió establecer que ambas poblaciones estelares tenían aproximadamente la misma edad y que el promedio de esta era superior a la de las estrellas pertenecientes al disco grueso. Ambas eran igual de viejas, ¿pero cómo habían llegado a unirse? La respuesta estaba en su composición, ya que las azules tenían una cantidad menor de metales (elementos que no son ni hidrógeno ni helio) que las rojas. Esto aportaba por fin el último capítulo de una historia a medio escribir, que empezó hace 13.000 millones de años, cuando dos sistemas estelares, uno pequeño y otro mucho más masivo y con más metales, empezaron a formarse por separado. Permanecieron así durante 3.000 millones de años, hasta que, pasado ese tiempo, se produjo una colisión entre ambas, que dio lugar a la Vía Láctea que conocemos hoy. Buena parte de las estrellas azules de la “pieza” más pequeña se lanzaron al halo estelar de la nueva galaxia, donde también se quedaron algunas procedentes del disco progenitor original, dando lugar a la población roja que puede verse a día de hoy.

Así es el mapa más completo y preciso de la Vía Láctea

Finalmente, el estudio concluye que este fenómeno dio lugar también a la aparición de más gas, que alimentó la formación de nuevas estrellas.

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Y así fue como se formó esa brecha de luz que se abre sobre nuestras cabezas en las noches oscuras. Ni los dioses ni las infidelidades tuvieron nada que ver en su origen, pero igualmente hay una curiosa historia que contar si decidimos salir a verla con amigos durante una de estas noches de verano.