Todos sabemos lo que ocurrió en una mansión de Cielo Drive una noche de agosto de 1969. La historia de la matanza de la mujer de Roman Polansky, la actriz Sharon Tate, junto a cuatro amigos a manos de varios miembros de la secta de Charles Manson es tristemente conocida. Pero no es lo que vamos a ver en la novena película de Tarantino.

El aclamado director emplea esta cinta como una carta de amor al cine de los sesenta, la época dorada con la que siempre se ha sentido muy conectado. Se centra en el personaje de Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), un actor de westerns venido a menos, y su doble de acción, Cliff Booth (Brad Pitt). La carrera de Dalton está llegando a su fin, y ya no consigue papeles protagonistas como lo hacía quince años atrás, pero se aferra a su vieja gloria con uñas y dientes. A modo de Bojack Horseman de carne y hueso, el actor se ha dado a la bebida y al tabaco con un ansia que hace que los personajes de Stranger Things parezcan de hábitos sanos. El especialista es su único amigo, convertido ahora en manitas, chófer y confidente, ya que le es difícil encontrar otro trabajo desde que comenzaron los rumores de que había asesinado a su esposa.

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La magistral interpretación de ambos convierte el retrato de su día a día en un cuento atrayente y dinámico. Narcisista como cualquier actor que se precie, pero al mismo tiempo frágil e inseguro, DiCaprio se llevará de pleno la nominación a los Oscars —habrá que ver si le quieren premiar con una segunda estatuilla—. Sin embargo, el ritmo de la película no deja de ser pesado y farragoso. Con una parsimonia propia de sus últimos trabajos, Tarantino va construyendo una fotografía muy detallada del contexto de Hollywood a finales de los sesenta, así como de la amistad entre Rick y Cliff. Son dos horas y cuarenta minutos bellamente montadas, gracias al trabajo de fotografía de Robert Richardson y del editor Fred Raskin, pero cabe preguntarse si serían igual de aclamadas si la cinta la firmara otra persona. No hay momento en el que uno no se maraville con los encuadres escogidos, pero no se puede negar que es demasiado larga.

De Tarantino, para Tarantino

Tarantino ya avisó de que esta sería su antepenúltima película, y se nota en el aire de nostalgia y melancolía que desprende. Al tiempo que retrata el ocaso de la carrera de Rick, refleja sus propios miedos como creador. Sin embargo, la cinta no es una película triste, al contrario. El mensaje final es de esperanza, de amor por el cine y por sí mismo. No es posible especificar de qué va la trama porque prácticamente carece de ella, pero sí podemos hablar de Érase una vez… En Hollywood en términos de oda. Una oda al cine, a la creación de historias gracias a las películas, y una oda a las nuevas generaciones.

Así, mientras que los protagonistas y algunos otros personajes están interpretados por grandes estrellas como DiCaprio, Pitt o Al Pacino, los papeles más jóvenes los ha otorgado a pequeñas promesas de los últimos años. No solo aparece la gran Margot Robbie, sino que vemos, en papeles menores, a la antigua estrella Disney Channel Austin Butler, Dakota Fanning (The Runnaways), Margaret Qualley (The Leftovers), Mikey Madison (Better Things) y Sydney Sweeney, que se ha hecho un hueco en todos los proyectos importantes, como El cuento de la criada. Incluso Maya Hawke, el reciente fichaje de Stranger Things, se pasea por la película como la viva imagen de su madre, Uma Thurman, en alguna de las primeras cintas del director.

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En este contexto lleno de nostalgia por tiempos mejores, encontramos una mezcla de estilos que van del western al drama, pasando por la comedia romántica. Esta última es más que patente en las escenas con Rick y Cliff, cuya historia no deja de ser un romance entre dos hombres que no paran de llamarse “bro”. Desgraciadamente, pese al paralelismo con la historia de Bill Nighy en Love, Actually, no tenemos beso al final.

El trágico final de Sharon Tate

Como telón de fondo, siempre, la Familia Manson. Los jóvenes hippies seguidores del asesino en serie protagonizan varias escenas que van elevando la tensión y nos recuerdan qué es lo que hemos venido a ver. Es gracias a ellos que los últimos minutos de película se convierten —por fin— en la explosión de violencia que uno espera de Quentin Tarantino. Sin embargo, el director disfruta con giros que sorprendan y diviertan al espectador, de modo que este cuento de Hollywood no es, ni de lejos, lo que esperamos encontrar. Y por eso mismo Sharon Tate es una historia que suena a lo lejos, cuando la cámara hace un paneo para alejarse momentáneamente de los protagonistas y visitar la casa vecina en Cielo Drive. Sus escasas apariciones son excelentes, pero exasperantes por su propia intrascendencia.

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A estas alturas de la película cuesta no preguntarse, como lo hizo una periodista en Cannes, por qué se ha empeñado Tarantino en tener en plantilla a Margot Robbie si solo le va a servir de modelo. La actriz, nominada al Oscar en 2018, es un bonito maniquí que se mueve por el Hollywood de los sesenta a la espera de ser asesinada por Charles Manson y que tiene apenas tres líneas de guion. Su personaje es un contrapunto del de DiCaprio; frente al final de una carrera, el comienzo de otra nueva. Su ingenua ilusión por el cine suma un punto de dulzura a una película que, por lo demás, es reflejo de la decadencia de la industria, de una carrera profesional y de la propia vida.

Sin embargo, al director no le interesa contar la historia de la joven, y así es como un gran talento queda aparcado en el eterno papel secundario de "la mujer de", siempre a la sombra. No deja de ser interesante la ironía si pensamos que la película parte de la base de que el personaje de DiCaprio ya no encuentra papeles protagonistas y aquí, sin embargo, le roba el foco a Sharon Tate en su propia historia, por mucho que Tarantino "rechace la hipótesis".