“El amor es dejar marchar. En este caso, así es” escribió Noa Pothoven, de diecisiete años, antes de morir. Lo hizo en su cuenta de Instagram (ahora eliminada), en la que durante los últimos meses, contó con dolorosa sinceridad, su decisión irrevocable de morir. Noa sufría de un grave caso de anorexia y finalmente, dejó de comer y murió en el comedor de su casa por inanición.

Durante casi toda su vida, luchó contra un cuadro de depresión, estrés postraumático y un grave trastorno alimenticio, como consecuencia directa de tres agresiones sexuales que sufrió entre los once y catorce años de edad. Con su muerte, el debate sobre el derecho a morir y sus consecuencias —incluso en países como Holanda en que la eutanasia es un hecho socialmente aceptado y respetado— alcanzó una nueva dimensión.

En la última fotografía que Noa incluyó en su cuenta Instagram, tiene una apariencia apacible y frágil. Un rostro hermoso, a pesar de la delgadez y el aspecto demacrado de los largos años de lucha contra la anorexia. También era talentosa: escribía, debatía y argumentaba en público sobre su sufrimiento mental y el cuadro clínico contra el que luchaba, cada vez con menos armas y menor éxito. Los padecimientos psiquiátricos de Noa se hicieron tan insoportables que hace un año, Noa solicitó la eutanasia (legal en Holanda desde el 2002 para padecimientos crónicos físicos y mentales), alegando que “no podía continuar viviendo”.

El procedimiento le fue negado debido a su edad, pero aún así, Noa insistió en su decisión, que finalmente llevó a cabo luego de abandonar todos los cuidados médicos que le permitían sobrevivir a pesar del agudo caso de anorexia que sufría. “Seré directa: en el plazo de diez días habré muerto. Estoy exhausta tras años de lucha y he dejado de comer y beber. Después de muchas discusiones y análisis de mi situación, se ha decidido dejarme ir porque mi dolor es insoportable”, escribió en su cuenta de Instagram el sábado.

Lo hizo además, consciente de la repercusión que su caso podría tener: Noa Pothoven era la autora del libro autobiográfico «Ganar o Aprender» y además, era abierta al debate público sobre el hecho de considerar la depresión y el estrés postraumático, uno de los puntos más controvertidos sobre la ley de Eutanasia holandesa. Cualquier ciudadano mayor de doce años puede solicitar el procedimiento, si sufre daños incurables o padecimientos insufribles y bajo la autorización de los padres, su caso puede ser estudiado. Pero a partir de los dieciséis, la solicitud puede hacerse por cuenta propia y ser analizado por un comité médico especializado.

Pero Noa no murió debido a un procedimiento de eutanasia sino al abandonar los cuidados paliativos que le permitían seguir viviendo, a pesar del crítico cuadro de anorexia que sufría desde hacía casi seis años. En su cuenta Twitter, la periodista Naomi O’Leary desmiente el hecho que Noa haya recibido la eutanasia y aclara, que aunque la solicitó, le fue negada por las autoridades médicas de su país. Con todo, la muerte de Noa Pothoven abre de nuevo la discusión internacional sobre el derecho a la muerte digna y sobre todo, la complejidad del diagnóstico de cuadros médicos de sufrimiento mental, que puedan llevar a solicitarla. ¿Hasta que punto un cuadro psiquiátrico pueda ser considerado incurable? Es un cuestionamiento que no sólo rodea el hecho que Noa Pothoven haya solicitado la eutanasia debido a un cuadro de estrés postraumático que no pudo superar, sino, sobre todo, al sufrimiento que le producía un tipo de trauma difícil de cuantificar en su profundidad y gravedad.

“No vivo desde hace mucho tiempo, sobrevivo, y ni siquiera eso”, explicó antes de morir y de hecho, durante los últimos tres años, Noa dejó claro que no deseaba vivir y que el sufrimiento que soportaba, no tenía consuelo o curación terapéutica alguna. Además, Noa padecía un cuadro de anorexia severo luego de sufrir tres episodios de violencia sexual, lo que provocó que, durante casi cinco años, fuera recluida en numerosas ocasiones en centros de salud para evitar muriera de inanición.

En la última ocasión, fue internada a la fuerza durante seis meses y alimentada con sonda nasogástrica, en un intento de evitar sucumbiera a los estragos del severo trastorno. A los dieciséis años, la vida de Noa se había convertido en una lucha contra la muerte y también, en un complicado análisis sobre el horror de los padecimientos psiquiátricos y los tratamientos que se aplican para sobrellevarlos. En el caso de Noa, ninguno fue efectivo y de hecho, la agresividad de varios de los que recibió, le convenció que su caso estaba más allá de toda ayuda. “Nunca, nunca más volveré a un sitio así. Es inhumano”, dice Noa en su libro, en el que además asegura que no volverá a recibir tratamiento para “obligarle a vivir”.

De hecho, al salir del Centro de asistencia para la Anorexia, el deterioro fue completo y rápido: Noa perdió de inmediato el peso que recuperó gracias a los tratamientos y se auto lesionó en varias oportunidades. Su familia llegó a denunciar la carencia de Centros especializados en Holanda, para casos críticos como el de su hija. El estado de salud de Noa se deterioró de nuevo rápidamente: a pesar de eso, tuvo que esperar durante seis meses — lapso legal para hospitalizaciones voluntarias de esta naturaleza — hasta que fue admitida en una clínica privada especializada en desórdenes alimenticios. De nuevo, fue sometida a un agresivo tratamiento de alimentación a través de sonda nasogástrica y su caso fue tan controvertido — Noa no deseaba ingresar al Centro y hubo una discusión muy pública sobre el tema — que el caso se volvió noticia durante buena parte del año 2008, en el que se debatió el hecho y la efectividad de los tratamientos para pacientes con cuadros crónicos y la incapacidad para brindar sostén físico y mental a pacientes de su condición.

Para Noa el tratamiento había sido un hecho traumático con el que tuvo que lidiar, además de las heridas psiquiátricas debido al abuso físico que había sufrido. La combinación de ambas cosas —y la conciencia que no había curación posible a la que pudiera aspirar— le llevaron a tomar una decisión que se debate a través del mundo. ¿Tiene el derecho una adolescente de diecisiete años de morir? ¿Puede alguien en sus condiciones mentales y físicas tomar una determinación semejante? ¿Cuando el sufrimiento mental es lo suficientemente profundo e incurable como para que la muerte sea su única opción?

En el caso de Noa, resulta aterrador que, a pesar de su sufrimiento, fue lo suficientemente lúcida para analizar su derecho a morir desde una franca convicción de lo inevitable. Meses atrás, Noa escribió una lista de las cosas que desearía hacer y que no podría, porque su extremo sufrimiento mental no se lo permitía. “Ir en moto, fumar un cigarrillo, beber alcohol, pedir un tatuaje y comer una chocolatina”. Para Noa, la conciencia de la muerte — lo inevitable que era la decisión de morir antes o después — estuvo presente en todo momento y formó parte de su manera de analizar los tratamientos, dolores, pequeños triunfos y decaídas en su historia médica.

Por cuenta propia, se puso en contacto con un Centro Privado holandés que facilita la muerte a pacientes en condiciones críticas, tanto mentales como físicas, este último un debate controvertido que la mayoría del país aún analiza de manera pública. La eutanasia le fue negada —se consideró que aún su cerebro no tenía la madurez biológica suficiente para tomar una decisión semejante — pero para Noa, fue la puerta abierta para analizar sus padecimientos médicos desde otro cariz. La ley de Eutanasia Holandesa contempla además del suicidio asistido y la eutanasia propiamente dicha, el rechazo al facultativo, que permite al paciente rechazar cualquier cuidado médico que pueda alargar su vida en condiciones “insoportables e incurables”. Para Noa, fue la puerta abierta hacia la culminación de un largo trayecto para el que no encontró otra solución o consuelo.

El caso de Noa no es único, aunque sí el más notorio. Luego de su muerte, la madre de Noa denunció que Holanda carece de un sistema de salud que pueda brindar ayuda efectiva a pacientes con sufrimientos mentales crónicos. Habló sobre la falta de preparación de hospitales y clínicas en casos semejantes al de su hija y que la burocracia, atenta directamente contra los lapsos de curación de pacientes que requieren ayuda inmediata y que rara vez la reciben de manera oportuna. Para la familia Pothoven, el trayecto ha sido un interminable tránsito entre centros de salud que sólo insistían en la nutrición de su hija — y no los motivos que desencadenaron la anorexia — y por último, una verdadera batalla por lograr los cuidados apropiados para víctimas de sufrimientos mentales y físicos como los de Noa. Al final, la muerte de Noa, ha mostrado al mundo que la posibilidad del derecho a morir también es un análisis de las herramientas de las que dispone un paciente con un sufrimiento mental incalculable para encontrar ayuda o consuelo que pueda evitar la decisión final.

Hace unos meses, el libro de Noa Pothoven ganó un premio en su natal holanda. La jovencísima escritora dejó claro que la decisión de morir era irrevocable. “No sé si seguiré escribiendo” declaró entonces. Una despedida silenciosa y sutil para una larga batalla personal.

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