Corría el año 1969, cuando en plena guerra de Vietnam, dos biólogos de la Universidad de Harvard iban a realizar un hallazgo importante en pleno océano Pacífico. Los investigadores encontraron tres especies diferentes de lagartos en Nueva Guinea, al norte de Australia, que contenían sangre verde —en los seres humanos, la sangre también puede volverse verde por culpa de una enfermedad llamada sulfohemoglobinemia—. Según explicaron por aquel entonces en la revista Science, la tonalidad verdosa se extendía por el resto del organismo, hasta impregnar sus huesos, músculos e incluso sus bocas. En contacto con las soluciones de alcohol empleadas para conservar reptiles en los museos, la tonalidad desaparecía rápidamente hasta dar una apariencia oscura o pálida. Por eso no existía ninguna especie en las colecciones con ese extraño color verde.

La existencia de sangre verde en algunos tipos de animales ha intrigado desde entonces a los científicos. En realidad, este color se debe a la presencia de biliverdina. Este compuesto tóxico se genera por la degradación de la hemoglobina, la proteína responsable del color rojo de nuestra sangre, que se encarga del transporte mayoritario del oxígeno. Lo sorprendente de los lagartos de Nueva Guinea no es realmente la tonalidad verdosa de su sangre, sino su capacidad de soportar niveles tan elevados de biliverdina. Esta sustancia es realmente tóxica —si está elevada de forma crónica en los vertebrados puede causar ictericia—. Esta enfermedad es un problema que afecta al hígado, el órgano encargado de degradar este compuesto, junto con la bilirrubina, otro de los productos en los que se metaboliza la hemoglobina. La patología provoca que la piel y las partes blancas de los ojos se tornen amarillas.

La historia de los reptiles de sangre verde

Uno de los lagartos de Nueva Guinea, la especie Prasinohaema prehensicauda, parece estar en un buen estado de salud a pesar de contar con niveles de biliverdina cuarenta veces más altos que la concentración letal en humanos. Estos reptiles resisten cantidades de pigmento verde que, en realidad, deberían matarles; es decir, de alguna forma han logrado evolucionar hasta tolerar niveles que resultan tóxicos en otros animales. "Comprender los cambios fisiológicos subyacentes que han permitido que estos lagartos permanezcan libres de ictericia puede dar a lugar a [desarrollar] enfoques alternativos para problemas de salud específicos", destaca Zachary Rodríguez, primer autor de un artículo recientemente publicado en la revista Science Advances.

A pesar de contar con biliverdina, una sustancia relacionada con efectos perjudiciales como daño en el ADN y la muerte de las células —incluidas las neuronas—, los reptiles de Nueva Guinea están en un perfecto estado de salud. Y, además, estos animales parecen no desarrollar ictericia. ¿Por qué? El equipo de Rodríguez ha estudiado la historia evolutiva de estos lagartos y, para su sorpresa, parecen haber descendido de un antecesor con la sangre roja. La lógica nos lleva a pensar que este llamativo rasgo fisiológico debería haber evolucionado una única vez; sin embargo, según los análisis genéticos realizados, la tonalidad verde presenta cuatro orígenes independientes.

malaria
Jim Gathany (Wikimedia)

En otras palabras, la aparición de la sangre verde en estos reptiles cuenta con una historia evolutiva más compleja de lo que podría parecer. "Incluso si el rasgo solo hubiera evolucionado una vez, el hecho de que se haya retenido en varias especies indica que les confiere una tremenda ventaja", destaca a The Atlantic la bióloga Adriana Briscoe, de la Universidad de California (Irvine), que no ha participado en el estudio. ¿Cuál sería el potencial beneficio de tener la sangre verde? La respuesta podría estar en el paludismo. Desde hace tiempo, los investigadores saben que el parásito que causa la malaria, Plasmodium falciparum, utiliza la hemoglobina de los glóbulos rojos como nutriente. Al digerirla, se producen residuos de hierro que son tóxicos, por lo que convierte los grupos hemo en cristales de hemozoína, que no suponen una amenaza.

Algunos estudios apuntan que la biliverdina podría tener un efecto protector en los reptiles de sangre verde frente al paludismo. Este pigmento aparentemente bloquea el crecimiento de los parásitos de la malaria, eliminando los glóbulos rojos infectados, lo que podría haber conferido a estos lagartos una ventaja evolutiva. No obstante, tampoco están del todo libres de esta enfermedad: los animales son atacados por una especie diferente de parásito, Plasmodium minuoviride, presente en Nueva Guinea, que es capaz de alimentarse de la sangre verde. Quizás este parásito también evolucionó de alguna manera hasta encontrar la forma de atacar a los reptiles verdosos, una vez que estos consiguieron sortear el ataque de otras especies de parásitos. Saber por qué estos llamativos lagartos son capaces de tolerar niveles tan altos de biliverdina no solo nos permitirá entender su propia historia, sino también desarrollar aplicaciones biomédicas de interés.