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Lo más habitual en la narrativa fantástica y de ciencia ficción es, por un lado, imaginar formas en las que lo sobrenatural influye subrepticiamente en el mundo que podemos considerar verdadero, tierras distintas a las que pisamos, tiempos remotos en los que la magia era el pan de cada día o futuros llenos de maravillas tecnológicas, distopías aparte. Sólo en ocasiones hay quien opta por reimaginar un presente en el que las características de nuestro mundo y, por tanto, de nuestra historia son diferentes a las reales desde un principio, y es lo que nos propone **Bright, la nueva película de Netflix con la dirección del estadounidense David Ayer en la que algunos de los personajes típicos de la fantasía de J. R. R. Tolkien o World of Warcraft, procedentes de las mitología europeas, han formado parte de la evolución de la vida terrestre y, así, han convivido con los seres humanos desde el albor de los tiempos.

La sociedad contemporánea es la misma, con sus ciudades abarrotadas, sus empleos ingratos y sus hipotecas que pagar, pero también con orcos discriminados y criminales, elfos burgueses y gobernadores y hadas descerebradas formando parte de la ecuación junto con hombres y mujeres, y el poder de la magia y las profecías como algo que mantener bajo control a toda costa. En esta tesitura, los agentes de policía Daryl Ward (Will Smith) y Nick Jakoby (Joel Edgerton), humano y orco no muy bien avenidos, se encuentran con una amenaza imprevista contra la que no dan la impresión de estar a la altura. Y, con esta trama, Ayer incide de nuevo en su mayor interés narrativo: contar las peripecias de policías, aspirantes a ello u otros miembros de fuerzas armadas que afrontan la violencia, la criminalidad y la corrupción reinantes, y los límites confusos que les separan de los delincuentes y su comportamiento.

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Tal interés lo ha evidenciado sin vacilar en su filmografía, desde la desigual Harsh Times (2005), pasando por la llevadera Dueños de la calle (2008), la vívida Sin tregua (2012), la desastrosa Sabotaje y la áspera Corazones de hierro (2014), hasta la amena Escuadrón suicida (2016). Pero esta vez ha rodado Bright según el guion escrito por otra persona, el californiano Max Landis, responsable del de la curiosa Chronicle (Josh Trank, 2012), en la que la que se adopta un enfoque realista para una situación sobrenatural, o el de la limitada Victor Frankenstein (Paul McGuigan, 2015) y su vuelta de tuerca al mito gótico. Y es que Ayer suele escribir sus propios guiones, con la excepción de Dueños de la calle y, ahora, Bright, lo que le convierte en un protoautor cinematográfico al menos, pues su personalidad fílmica aún no se le ha visto con toda la desenvoltura posible en sus siete largometrajes.

Este último comienza poniéndonos directamente en el contexto mínimo de la sociedad plural y heterogénea en que se desarrolla, pero no va mucho más lejos de cierta ambientación urbana ni detalla demasiado la estructura o el clima social a lo largo del metraje, sino que se contenta con dar pinceladas aquí y allá en escenarios y conversaciones, restándole solidez de este modo al mundo que trata de construir. Pese a ello, el primer tramo despierta nuestra curiosidad por el mismo y nos parece prometedor, con algún que otro estilizado plano en cámara lenta. Pero sólo es un espejismo triste, pues las expectativas se van desinflando conforme se demuestra más tarde la poca entidad dramática e incluso cómica del libreto de Landis, que desdibuja la cohesión y hasta la lógica de las andanzas de Ward, Jakoby y la elfa Tikka (Lucy Fry), y unos desmañados modales de Ayer, que impiden insuflar intensidad a la puesta en escena.

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Los compañeros de esta buddy movie no son memorables en absoluto, hagan lo que hagan los capacitados Will Smith y Edgerton, que tampoco se lucen ni un poquito, y sus conversaciones carecen de auténtica chispa. Ni por asomo recordaremos a otros personajes, sea Tikka, su afín Kandomere (Edgar Ramírez), el federal Montehugh (Happy Anderson), el jefe pandillero Poison (Enrique Murciano), el agente Pollard (Ike Barinholtz) o la esposísima Sherri Ward (Dawn Olivieri), y los villanos de la función no pueden mostrarse más insulsos, con la elfa Leilah (Noomi Rapace) a la cabeza. Diríase, en otro orden de cosas, que la planificación visual se ha realizado con titubeos en su segunda parte, sin tener en mente una idea clara del efecto que se quiere conseguir con cada secuencia; lo cual tal vez se relacione con lo inseguro que dejaron a Ayer las críticas injustamente devastadoras que recibió Escuadrón suicida.

En verdad, de lo que no hay duda es que, si se sustituyesen los elementos fantásticos de Bright por otros de la realidad y se conservase la misma trama, se trataría de un filme policiaco al uso, bastante mediocre, que no se derrumba del todo porque sus problemas no lo precipitan por el barranco de la inverosimilitud, del despropósito formal o de la pusilanimidad completa. Lo más lamentable en último término es su presumible voluntad de constituir el inicio de una franquicia que, pese a su resultado pasadero, no dan ganas de seguir, por lo que uno espera que la historia no continúe, que se una al club de sagas interrumpidas al nacer y que, de ese modo, David Ayer y Netflix puedan destinar su tiempo, energías y recursos a propuestas más provechosas al estilo de las que se les conocen a ambos. Porque la alternativa, que de veras quisieran acabar la historia así, desaprovechando su potencial, sería mucho peor: Bright es un callejón oscuro y sin salida.

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