Para mí, como jugador que dio sus primeros pasos en Xbox 360 de la mano de TES IV: Oblivion, es difícil olvidar el once de noviembre de 2011. Tras muchos meses de hype desde su grandilocuente anuncio, llegaba The Elder Scrolls V: Skyrim, uno de los RPG occidentales más relevantes e influyentes del medio.
No recuerdo muy bien cómo ni por qué pero, tras unos días con el juego a la venta, Internet estaba plagado de memes sobre el juego, del ya clásico chiste de la flecha en la rodilla y cualquier hijo de vecino sabía qué era aquello del Fus Ro Dah!. Bethesda tocó todas las teclas para conseguir que la quinta entrega de la franquicia fuera el juego más mediático y popular de la compañía. Y, posiblemente, sigue siéndolo todavía hoy.
Pero es que más allá de un proyecto fácilmente vendible con una identidad muy marcada, Skyrim resultó ser un excepcional videojuego que, entre otras cosas, popularizó y marcó el camino a seguir en lo que a mundos abiertos se refiere, con uno de los más extensos, completos y variados de la pasada generación.
Eso y mucho más hizo del título un auténtico fenómeno de masas que se dilató en el tiempo y al que, todavía seis años después, Bethesda sigue estando íntimamente ligado. Primero llegaron sus notables expansiones, más tarde se anunciaría un The Elder Scrolls Online inspirado profundamente en el título singleplayer y muy recientemente volveríamos a encontrarnos con personajes y criaturas de Skyrim en TES: Legends, el título de cartas del estudio norteamericano.
Por el camino, hace no demasiado, nos topamos con la Special Edition del título: una versión remasterizada del videojuego para PS4, Xbox One y PC que sirvió para que muchos, entre los que me incluyo, volviéramos a las tierras nórdicas de Tamriel. Y es que si algo pasa con los universos de Bethesda en general y con Skyrim en particular es que uno siente un gran apego por sus mundos y no tarda en sentirse cómodo, una parte móvil más, de cada uno de ellos. Y en eso, pese a la llegada de Fallout 4 en 2015, Skyrim sigue sin tener rival dentro del catálogo de la compañía.
Quizá esa atracción que genera el mundo y el punto dulce entre accesibilidad y profundidad en todas sus mecánicas, incluído un sistema de progresión que deberían haber tomado como influencia más RPG, así como una ingente cantidad de contenido que pone fácil aquello de tener siempre algo que hacer, son motivos evidentes por los que volver a Skyrim no cuesta demasiado y, conforme das tus primeros pasos, cuesta mirar atrás. Por ello, pese a mis más de 300 horas acumuladas en su mundo, se antojaba decirle que no a mi enésima aventura, ahora en Switch.
Y sí, aquí el selling point es tan evidente como parece: disfrutar de lo enormidad y la indiscutible calidad de Skyrim (y sus DLC) allá donde quieras, en una consola como Switch, es atractivo. Hay que tener en cuenta, eso sí, que hablamos de un proyecto nacido en 2011 y al que, por más que nos duela a los aficionados, se le ven las costuras más a menudo de lo que nos gustaría. Además, y esto se evidencia muy prontamente, la versión de Nintendo tiene carencias como la no compatibilidad con los mods que se pueden disfrutar en PS4, Xbox One y PC.
Asimismo, el videojuego aguanta el tipo en lo técnico pero lo hace a costa de ciertos recortes aquí y allá; de hecho, durante la mayor parte del tiempo se acerca más a lo que vimos en PS3 y Xbox 360 que a lo que llegó recientemente a PS4 y Xbox One. Es algo comprensible (no hay que olvidar las dimensiones de Nintendo Switch) pero que, en apartados como la definición, suele afear bastante el resultado final, sobre todo si jugamos en modo portátil. Por suerte, eso sí, la tasa de frames es relativamente estable durante todo momento. No estamos ante un recorte tan severo como el del reciente DOOM pero sí que hablamos de un downgrade ciertamente evidente. En este caso, eso sí, se repite la jugada de que el título incluya solo voces en inglés y se tengan que descargar, a partir del día 17, las demás en la eShop. Con la pérdida de espacio adicional que ello conlleva.
Y eso, claro, es algo que destaca más si hablamos de una versión cuyo principal añadido o “mejora” son las piezas de equipamiento inspiradas en el Link de Breath to the Wild, conseguibles tanto mediante amiibo como sin ellos. Cualquier jugador que avance en la historia llegará a cierto punto del mapa (no queremos hacer spoilers) en el que se topará con la túnica, el escudo hyliano y la espada maestra. Un curioso detalle diferenciador. También están ahí los controles por movimiento con ambos Joycon que, en mi caso, no dejaron de parecerme un obstáculo y no un atajo; quizá sea por tener tan interiorizado el control clásico después de cientos de horas jugadas pero, más allá de la curiosidad, movimientos como disparar con el arco son más lentos e incómodos que hacerlo al modo tradicional.
Con todo, la versión de Switch de Skyrim es disfrutable, como no podía ser de otra manera, y atractiva en tanto en cuanto se puede disfrutar cuando y donde quieras. Las concesiones que se han de hacer para tal fin son evidentes, recordando demasiadas veces al juego que vimos hace seis años y no a su reciente revisión pero es prácticamente imposible no recomendarlo a todo poseedor de la consola híbrida de Nintendo que no lo haya jugado nunca. Más allá, si lo que realmente te interesa es el juego (y no experimentarlo en modo portátil), se hace difícil no recomendar la Definitive Edition de PS4, Xbox One o, claro, PC. Y ahora, crucemos los dedos porque Bethesda comience a trabajar en la sexta entrega de la saga.