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Pocos imaginaban que aquel joven, cuya infancia estuvo marcada por la tragedia, llegaría tan lejos. Cuando apenas era un niño, Arvid Pardo sufrió la repentina muerte de su padre y de su madre como consecuencia del tifus y de una malograda operación de apendicitis. Tiempo más tarde, su propio hermano falleció por culpa de un accidente de automóvil, por lo que de la noche a la mañana, Pardo quedó solo bajo la tutela de su tío, el diplomático italiano Bernardo Attolico. Sus vacaciones junto a este familiar le abrieron las puertas a un mundo desconocido, y en parte también cambiaron la historia del planeta.

Tal y como recordaba Carl Q. Christol, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad del Sur de California, el joven siguió el ejemplo de su tío y decidió embarcarse en la carrera diplomática. Tras graduarse en la Universidad de Tours (Francia) en 1938 y doctorarse por la Universidad de Roma al año siguiente, Arvid Pardo vivió en primera persona el conflicto bélico que asoló el viejo continente. Tras el estallido de la II Guerra Mundial, decidió unirse a la resistencia italiana para oponerse a los regímenes totalitarios. Por desgracia, Pardo pagó muy caro su anexión a la lucha antifascista.

Primero en 1940, y después en 1945, el joven fue arrestado por las fuerzas de Benito Mussolini y por la Gestapo de Adolf Hitler, respectivamente. Su última detención, que le llevó a la cárcel de Alexanderplatz en Berlín, terminó en una condena a muerte. La sentencia pudo ser conmutada gracias a las gestiones de la Cruz Roja y del Gobierno suizo, país del que procedía su madre. Tras su liberación, después de que el Ejército rojo tomase Berlín, Arvid Pardo fue arrestado por última vez, hasta que una vez interrogado y puesto en libertad, cruzó el río Elba para adentrarse en territorio aliado. Así fue como se trasladó a Londres, donde comenzó una nueva vida.

El padre de la 'Constitución del Mar y de los Océanos'

Su llegada a la capital británica no fue fácil. Tras huir del horror de la guerra, Arvid Pardo se encontraba sin dinero ni contactos para moverse por la ciudad. El joven trabajó como friegaplatos y camarero en un restaurante hasta que logró comunicarse con un viejo amigo de su padre, David Owen, que participaba por aquel entonces en la creación de la sede de Naciones Unidas en Londres, lo que le permitió acceder a un empleo como auxiliar de la organización en Nueva York. Dos décadas después de empezar a trabajar en la ONU, el diplomático fue enviado como representante en Somalia (1963) y Ecuador (1964).

A pesar de que el oficial había nacido en Roma, Pardo contaba también con la nacionalidad maltesa y suiza por el lugar de origen de sus progenitores. Esto permitió que en 1964, cuando Malta se incorporó a Naciones Unidas, el diplomático fuera elegido como representante permanente del país durante siete años. En esta época, Arvid Pardo llevó a cabo un gesto que marcó un punto de inflexión en la historia de la ONU. Según explica Jean Buttigieg, de la Universidad de Malta, su trabajo estuvo muy influenciado por la encíclica Pacem in terris del papa Juan XXIII y por el libro Mineral Resources of the Sea, publicado por el ingeniero John L. Mero, que le ayudaron a tomar conciencia.

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Continental Europe (Wikimedia)

Ambas obras inspiraron a Arvid Pardo, que entendió que su posición privilegiada en la ONU le confería una oportunidad que no debía desaprovechar. El 1 de noviembre de 1967, un día como hoy hace cincuenta años, el diplomático pidió la palabra ante la Asamblea General. Fue un discurso electrizante, en el que Arvid Pardo, por aquel entonces representante de Malta ante las Naciones Unidas, exhortó a los delegados a considerar los recursos marinos más allá de sus propias jurisdicciones nacionales, reconociéndolos como "patrimonio común de la humanidad". Aquellas palabras, recordó la ONU tras el fallecimiento de Pardo en 1999, fueron el pilar sobre el que luego se desarrolló la también conocida como Constitución del Mar y de los Océanos.

El diplomático logró convencer durante las tres horas de arenga al resto de representantes de Naciones Unidas. Tanto que sus palabras fueron incorporadas primero en la Resolución 2749 (XXV), de 17 de diciembre de 1970 y posteriormente en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982. Ambos textos declararon que los fondos marinos y oceánicos, junto con su subsuelo y sus recursos, eran "patrimonio común de la humanidad", tal y como había apuntado el delegado. Este reconocimiento permitió establecer que, fuera de las jurisdicciones nacionales, la exploración y explotación del mar "se realicen en beneficio de toda la humanidad, independientemente de la situación geográfica de los Estados". La arenga de Arvid Pardo durante aquella reunión marcó un antes y un después en la protección de los recursos marinos, dando el pistoletazo de salida a un marco regulatorio para reconocer y conservar el mar y los océanos a través de un Tratado, suscrito en la actualidad por 157 países y que entró en vigor en 1994.