Sede de la SGAE | Mattia Panciroli (Flickr)

La Sociedad General de Autores y Editores rezuma podredumbre por los cuatro costados. Del que un día fue un órgano creado por y para los artistas, por sus derechos, no queda hoy sino una mala broma que no solo no cumple con sus funciones, sino que además incumple la legislación a través de estafas y tretas varias organizadas de manera conjunta con otras empresas y organizaciones.

La última artimaña utilizada por diversos miembros de la Sociedad, imputados dentro del caso conocido como La rueda de la SGAE ha sido expuesta hoy por el diario El Mundo, donde exponen parte del contenido obtenido de grabaciones a Manuel Carrasco y Fernando Bermúdez, la pareja que más beneficios habría percibido por estas actividades ilícitas.

En ellas se hace referencia al retoque de obras antiguas, de cierta duración, a las cuales se podría aplicar una ligera modificación para añadir así una coautoría que permitiera extraer los beneficios por derechos. Esto es lo que permitía a varios de los implicados figurar como autores de una pieza junto al nombre de grandes músicos del pasado, llegando incluso a aparecer la madre de uno de ellos –que no posee conocimientos musicales, según destacan en el periódico– como autora conjunta de obras pertenecientes a artistas de la talla de Bach o Chopin.

Valiéndose de estas artimañas se habrían registrado miles de títulos a través de los cuales cobraban grandes cuantías gracias a la mencionada rueda de la SGAE sin haber, en efecto, aportado ningún valor original ni de relevancia al panorama musical. La ironía se hace mayor aún cuando desde la propia SGAE se ha criticado tan duramente la piratería y a las personas que se aprovechan ilegalmente del contenido creado por otras personas. ¿Quién dijo hipocresía?

La rueda que gira y gira

Estas nuevas grabaciones son solo la última nota de la melodía que lleva sonando en las oficinas de la Sociedad desde que comenzó a investigarse el caso bautizado posteriormente como La rueda de la SGAE. Una corruptela que implica a altos cargos del organismo y mediante la cual se abrían recaudado millones de euros conjuntamente con televisiones que ayudaban a que esto fuera posible.

La jugarreta era sencilla de llevar a cabo: se hacían las modificaciones anteriormente descritas en obras que ya no aplicasen para derechos de autor, acordando posteriormente con cadenas televisivas la reproducción de estas en programas emitidos de madrugada. Así, en las horas más intempestivas, durante la franja horaria en la que la televisión con un 1% de audiencia, se perpetraba un golpe que valió a la SGAE para llegar a percibir hasta el 70% de la recaudación anual haciendo uso de esta estratagema.

¿Dónde surge entonces todo el asunto de la rueda? Precisamente, en los puestos de más alto poder dentro de la SGAE. Los directivos se sientan en unas sillas carcomidas por el abuso donde el que más poder de mando tiene es el que más recauda, y el que dispone de esa autoridad para hacer y deshacer las normas, también lo tiene para hacer las trampas necesarias sin que se note demasiado. Un círculo perfecto.

El incierto presente

A día de hoy, con un presidente sobre el que recaen serias sospechas de haber sido partícipe de esta laboriosa y nocturna trama, habiendo este salvado su posición tras una reciente moción de censura, el presente y futuro de la SGAE son desconcertantes. Por un lado, nadie se cree ya lo que salga de la propia Sociedad; por otra, un Ministerio de Cultura que parece –por fin– dispuesto a tomar cartas en el asunto.

Durante los pasados meses se han remitido ciertos requerimientos a la organización solicitando un extracto exacto del estado de las cuentas, los cargos, el reparto de votos, la incidencia de los mismos en el estado presente de los puestos en la dirección y un largo etcétera para esclarecer puntos que se consideran esenciales para garantizar el correcto funcionamiento de la misma. La cuestión es si estos llegan demasiado tarde y si realmente surtirán algún efecto.

La llana realidad que se percibe a día de hoy es que la SGAE parece tener una mala o ninguna solución tal y como se ha concebido durante todos estos años. A las repetidas malas prácticas que arrastra tras de sí se suma una nula respuesta por parte de los propios artistas y socios de la misma que, a lo sumo, han llegado a firmar algún que otro documento para mostrar disconformidad. Por tanto, son dos las cuestiones con claras respuestas sobre la mesa: ¿el futuro? Incierto. ¿El presente? Nefasto.

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