En 2011, los flagships montaban pantallas que oscilaban entre las 4 y las 4,5 pulgadas. Se consideraban como teléfonos grandes, y cualquier cifra superior se rechazaba abiertamente —que se lo digan al Dell Streak 5—.
Pero entonces llegó Samsung con el primer Note. Lo vendieron como la herramienta de productividad total: stylus, pantalla de gran tamaño, software, prestaciones de primer nivel... Era, sencillamente, uno de los teléfonos más avanzados de la época. Y eso, pese a las 5,3 pulgadas de pantalla, gustó mucho.
Hola, Samsung Galaxy Note 8
Desde entonces, Samsung repitió el experimento cada año, hasta que acabó consolidando la familia Galaxy Note como la segunda más importante de la marca.
Pero en 2017, la identidad que ha hecho crecer la gama Note ha quedado completamente diluida. Todo lo que le diferenciaba del Galaxy S coetáneo ha desaparecido, y el único elemento que sigue definiendo su identidad es el stylus —que, además, tiene una utilidad y relevancia real muy discutible—.
https://hipertextual.com/analisis/samsung-galaxy-s8
La gran superioridad en autonomía se ha esfumado —de hecho, monta una batería de menos capacidad que el [Galaxy S8+](https://hipertextual.com/analisis/samsung-galaxy-s8
). Lo mismo ha ocurrido con la pantalla de gran tamaño (solo 0,1 pulgadas más grande que el S8+), las mejoras en procesador (inexistentes), el software, etc. El Note 8 es más un S8 Plus Plus que un teléfono nuevo. Apenas hay diferenciación.
En otras palabras: lo que antes era único y definía la personalidad de un Note, ahora es lo estándar. Y eso es una buena y mala noticia para Samsung. Buena porque significa que lo que comenzó como un experimento ha acabado conquistando toda una industria. La mala —o relativamente mala, mejor dicho—, es que el Note, pese a ser uno de los mejores teléfonos del mercado, ha perdido esa originalidad que le caracterizó durante años. Por suerte, eso no afectará en absoluto al éxito de la gama. Ni a corto ni a medio plazo. Para eso están los de marketing.