the handmaide's tale

Hulu

No hay más remedio que sentir interés por *la adaptación de una novela con una premisa tan atrayente como la de The Handmaid’s Tale*, publicada por Margaret Atwood en 1985 y ganadora de los premios Governor General de Ficción en Lengua Inglesa y el primer Arthur C. Clarke para las mejores novelas de primerizos en la ciencia ficción. Su responsable, el yanqui Bruce Miller*, tenía más de veinte años de experiencia en televisión antes de haberla creado, y formó parte del equipo de guionistas de series como UR (Michael Crichton, 1994-2009), Eureka (Andrew Cosby y Jaime Paglia, 2006-2012) o The 100* (Jason Rothenberg, desde 2014).

Pero esta adaptación es su primer trabajo como showrunner, con el apoyo de Hulu. Comienza en una situación de sumo peligro, y da un gran salto hacia delante para explicarnos a qué se debe la misma y sacudir así buenamente nuestra curiosidad. Si pensábamos que la sensación opresiva era cosa de la secuencia de apertura de “Offred” (1x01), pronto descubrimos que es lo que vamos a experimentar durante prácticamente cada segundo de metraje, una tesitura difícil de mantener para que nos aprisione con eficacia pero que Miller y su cuadrilla conquistan sin demasiados problemas. Los flashbacks constituyen el recurso primordial para explicarnos cómo se ha llegado hasta este terrorífico régimen totalitario, violento, ultraconservador, tradicionalista, teocrático, misógino y podrido de homofobia, que representa la exacerbación de la moral de las tres religiones de libro o su simple puesta en una práctica coherente, en lo que antes era Estados Unidos.

La californiana Elisabeth Moss, que ya cuenta con una solvente trayectoria en series televisivas como Picket Fences (David E. Kelley, 1992-1996), The West Wing (Aaron Sorkin, 1999-2006) o *Mad Men* (Matthew Weiner, 2007-2015), encarna con total convicción a la protagonista, Offred o June Osborne; y la voz en off de su monólogo interno sirve para apreciar el contraste de cuanto piensa, lo que ansía y siente, y cómo se comporta y lo que dice en su situación de mujer reeducada y cautiva del mundo que le arrancaron de las manos recias a la Estatua de la Libertad, de infrapersona cosificada, utilizada y sin voz ni voto, cuya resistencia interior conocemos y cuyo estallido intuimos que se producirá en breve.

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La cámara lenta se usa, principalmente, para las secuencias escalofriantes y perturbadoras que exhiben algunos de los peores protocolos y rituales sociales del régimen, como la ceremonia, la particicución o las detenciones, y sus consecuencias. Aunque no siempre, como al mostrar los interrogatorios, los castigos y la barbarie burocrática, intolerante y asesina en “Late” (1x03). Pero en el fondo de todo ello subyace la lucidez ante lo que supone el advenimiento del fascismo que aniquila la libertad individual y los derechos humanos, siempre frágiles y amenazados por los fundamentalismos de cualquier jaez, que se aprovechan de los climas de apuro y la tensión general que provocan para imponerse y sojuzgar a toda la población bajo la bota de su fanatismo, sus disparates ideológicos y su intemperancia.

La revelación que se produce en “A Woman’s Place” (1x06) lleva la misoginia y la degradación de las condiciones vitales de la mujer un paso más allá, con una lógica implacable; y el giro que ocurre en su último tramo se desarrolla ampliamente en “The Other Side” (1x07), donde nos narran los acontecimientos concretos que acabaron en la angustiosa secuencia inicial del primer episodio. El pasado de varios personajes se explica también mediante flashbacks para que los espectadores comprendan su trayectoria, su posición y sus posteriores actitudes. Los villanos son perversos, moralmente corruptos, pero ambiguos en alguna de sus aristas, y de veras creen en la causa por la que han traicionado y destruido los logros liberales, el bienestar y la paz de su país, que no toman por tales, lo que los aleja de los estereotipos de costumbre en la narrativa cinematográfica para esta clase de caracteres.

Aun así, **la banalidad del mal de la que hablaba Hannah Arendt sigue siendo invencible, por mucho que Ann Dowd tenga lo que hay que tener para bordar a la pérfida iluminada de la Tía Lydia después de enamorarnos con su Patti Levin en The Leftovers** (Damon Lindelof y Tom Perrotta, 2014-2017), que nos creamos a Joseph Fiennes como al hipócrita del comandante Fred Waterford y a Yvonne Strahovski como la víctima agarrada al clavo ardiendo de su poder aparente que es Serena Joy, fuera de sí. Max Minghella no necesita demasiado para interpretar a Nick Blaine ni Amanda Brugel para Rita, pero O-T Fagbenle debe esforzarse para meterse en la piel de Luke Bankole como Alexis Bledel en la de Ofglen, Samira Wiley en la de Moira y Madeline Brewer en la de Janine.

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El camino de la congruencia más elemental termina en la desesperación que contemplamos en “The Bridge” (1x09), no por esperada menos inquietante y desoladora, y el ejercicio de absoluta crueldad, primero, y la gran demostración de fuerza que le sigue en “Night” (1x10) convierten al capítulo de cierre en algo de veras satisfactorio, que cumple con las expectativas que albergábamos respecto de la historia y, además, nos emplaza a aguardar con entusiasmo lo que está por venir: más sufrimiento totalitario para nuestra protagonista, seguro, pero también más clarividencia frente a la brutalidad social.

La banda sonora de Adam Taylor es de lo más adecuada para esta fábula terrible, ambiental y asfixiante cuando resulta preciso y sutil y emotiva siempre que hace falta. Viendo **los diez primeros episodios que componen la primera y prometedora temporada de The Handmaid’s Tale**, no hay discusión posible sobre la gran importancia de una partitura justa y armoniosa para el estilo y el fondo de esta serie, que no empuje el miedo que la recorre en la superficie y en su profunda negrura hasta el paroxismo sino que lo apuntale, ese miedo atroz que ahoga a las víctimas del fascismo misógino, que hace prisioneras perpetuas y lo devora todo.