Probablemente te habrá pasado que las imágenes propias que más te gustan —esto cuando hay alguna que te gusta— son las que menos agradan a tus amigos. De hecho, es posible que además hayas tenido que enfrentar esa bendición y maldición simultánea que supone pedirle a un amigo su opinión sincera y sin anestesia sobre cómo apareces en una foto. Ya sabes, esto de que te sacas veinte selfies, te gustan dos, enseñas esas dos a tus mejores amigos y de tanto que la odian al final te quedas sin cambio de foto de perfil. O bien, si aplicas al máximo tu cabezonería y la usas de todas formas, aguantas semanas de malos comentarios sobre ellas y te maldices diciendo una y otra vez: "¿Quién me manda a mi a preguntarles?".

Ya hemos hablado del fenómeno de la automejora, o por qué nos creemos mejores de lo que somos: la investigación demuestra que independientemente de nuestra confianza, no lo hacemos tan bien como pensamos. Tampoco somos tan atractivos, competentes, simpáticos… y la lista continúa. Cuando nos ponemos “nota” más bien pecamos de redondear demasiado para arriba. Y algo parecido pasa con nuestras caras: estamos demasiado familiarizados con nuestros propios rasgos para juzgarlos con precisión. O, más específicamente, tenemos una opinión demasiado alta sobre ellos para juzgarlos con precisión.

Al parecer, debes confiar en la opinión de tus amigos, ellos tienen más posibilidades de tener razón, especialmente cuando la misma crítica se repite en más de uno. Aun si tú estás convencidísimo de que estás ante tu mejor retrato hasta la fecha, probablemente tus amigos saben mejor que tú cuándo sales guapo; al menos es así de acuerdo con un estudio publicado recientemente en la revista Cognitive Research: Principles and Implications.

Según los autores la gente es bastante mala cuando se trata de intuir en qué fotos causarán una buena impresión. En cambio, los retratos seleccionados por otros tienen impresiones más favorables en los demás. Para demostrarlo, en el estudio, cada participante proporcionó 12 fotos de su perfil de Facebook. Los investigadores luego recortaron cada foto para sólo dejar a la vista la cara y pidió a los sujetos que eligieran cuál de las 12 estarían más proclives a utilizar como foto de perfil. Por otra parte, los participantes también evaluaron sus 12 fotografías en función de la capacidad de atracción, la honradez, la dominación, la competencia y la confianza que creían que proyectan.

Como paso siguiente, los investigadores reclutaron a un nuevo grupo de voluntarios, cuya finalidad era calificar ese mismo lote de fotos anterior. El resultado fue que no había casi ninguna coincidencia entre lo que la gente piensa de sus propias fotos y cómo otras personas las perciben.

Llegamos a la conclusión de que las personas toman decisiones subóptimas la hora de seleccionar sus propias imágenes de perfil, de manera que la autopercepción impone límites importantes en las primeras impresiones faciales formados por otros. Estos resultados subrayan la naturaleza dinámica de la percepción de la persona en contextos del mundo real.

Al final, el feedback siempre es positivo y lo necesitamos para alinear la percepción que tenemos con el potencial que en realidad poseemos. Nos duele y la verdad a veces es incómoda pero, para saber la realidad, necesitamos que no los lo digan. Además, como consuelo, siempre es mejor que alguien que te quiere sea sincero contigo respecto a cómo te ves porque tú se lo solicitas, que enfrentarte a que los desconocidos sean aún más sinceros, sin que nadie se los pida y, a veces, hasta no para decírtelo a ti, sino a otros.