Hubo un tiempo en el que los médicos llegaba a recetar el tabaco para la salud. Por suerte, esa época negra pasó, más o menos. Y aunque a día de hoy, el tabaco es por todos conocido debido a su grave impacto en la salud, la industria tabacalera no ha desaparecido, ni mucho menos. Ni tampoco las consecuencias de su existencia. Y, aunque es fácil escuchar hablar sobre los efectos nocivos del tabaco, es mucho más complicado oír sobre el terrible impacto ambiental que tiene su cultivo y curación. Esta planta es muy exigente. Y su tratamiento es bastante pernicioso para la salud de nuestros bosques.
Así atenta el tabaco contra la naturaleza
Por supuesto, la culpa no la tiene la planta. Nicotiana tabacum es una especie típica de la América tropical, exigente en sus necesidades nutricionales y que necesita de cierta extensión para proliferar. Su cultivo tiene más de 3.000 años, según estimamos. Y como ocurre con otras especies, para poder explotarla hace falta destruir extensiones forestales. El problema que ocurre con el tabaco es la altísima demanda relacionada tanto con los hábitos sociales como sus consecuencias estimulantes como droga. Estas son las consecuencias ecológicas de un mundo lleno de fumadores:
1,5 mil millones de hectáreas de bosque perdidas
Esta impresionante cifra es la que se data hasta la fecha. Desde 1970 la pérdida de bosque, especialmente tropical, uno de los más ricos y delicados del mundo, ha ido creciendo hasta alcanzar una extensión de quince millones de kilómetros cuadrados. Eso implica una extensión mayor que la de Estados Unidos, Canadá o, incluso, la Antártida. Es decir, hace falta un enorme país deforestado y empleado para la producción del tabaco. Esto incluye la plantación, curación y el resto de actividades relacionadas con el tabaco. Además, en muchas ocasiones, debido a la zona en la que se encuentra, normalmente bosques tropicales de especial relevancia en biodiversidad, la flora es irrecuperable, produciendo la destrucción y, a veces, la extinción de cientos de especies. Las zonas más afectadas suelen ser países en vías de desarrollo debido a la economía de crecimiento rápido que ofrecen las hojas de tabaco. Esto incita a las clases menos pudientes a cultivar y vender este producto a costa de otros modelos económicos menos rentables a pesar de que el tabaco tampoco aporta demasiados beneficios en los entornos pobres, de los que se aprovechan algunos productores. En algunos países, como Malaui o la sabana boscosa de Miombo, el cultivo de tabaco ha reducido hasta en un 70% los bosques de la zona.
El tabaco potencia el cambio climático
Debido a esta enorme deforestación, el tabaco se considera también uno de los agentes más importantes en cuanto a la producción de gases de efecto invernadero y causante del calentamiento global. A la reducción de los bosques, que actúan como sumideros de carbono, "reciclando" el aire y eliminando parte de dichos gases de efecto invernadero, se une la producción, el curado, transporte y el consumo. El curado, por ejemplo, se suele realizar ahumando la hoja o secándose al fuego, lo que ayuda a producir más gases de efecto invernadero a la vez que se reduce la masa forestal.
Dos árboles por cada tres cartones de tabaco
Se estima que hacen falta unos 11,4 millones de metros cúbicos anuales de madera sólo para la cura del tabaco. Tras esto, por supuesto, se necesita papel para el embalado y para el rodado del cigarrillo. A pesar de que algunas compañías abogan por un papel ecológico y sostenible, lo cierto es que por cada 300 cigarrillos se necesita un árbol para su producción. Es decir, se consume un árbol al completo por cada 15 cajetillas de tabaco. Es decir, dos árboles por cada tres cartones de tabaco.
Degrada todo lo que toca
Como decíamos, Nicotiana tabacum es una planta muy exigente. Su cuidado requiere de un espacio y una nutrición muy especial. Además, por el interés económico se suelen emplear montones de pesticidas y abonos especiales para asegurar la máxima producción de la planta. Sin embargo, esto provoca una serie de problemas muy serios a su alrededor. Y es que todos esos productos se vierten al medio. Especialmente en pluviselvas, donde las lluvias actúan de vector en la movilización de dichos productos químicos. Estos llegan a ríos, lagos y tierras circundantes, deteriorando y alterando el ecosistema. Además, la plantación de tabaco provoca erosión del suelo, debido al tipo de vegetal monocultivo que es, lo que termina derivando en desertificación de una zona que antes era selva. Todo esto provoca una pérdida de biodiversidad que resulta peligrosa.
Fumar no es una opción
Como vemos, fumar es una decisión terrible, se mire desde donde se mire. A pesar del estímulo en la concentración, no existen beneficios en fumar. Todo lo contrario. Sólo perniciosas prácticas que van desde su producción a su consumo. Si somos personas comprometidas con la naturaleza, fumar es una práctica que debería estar en contra de nuestros principios. Si lo somos con nosotros mismos, también, pues no proporciona nada bueno a nuestro cuerpo. La satisfacción social puede ser reemplazada con otros productos mucho menos dañinos. Si en realidad nos sentimos más predispuestos a ayudar a los demás, también deberíamos dejar de fumar. El consumo de tabaco produce una emisión de gases y sustancias tóxicas mucho más grave de lo que pensamos. Y es que no sólo existen los fumadores pasivos. El humo de tercera también es un grave problema y a menudo desconocido. Así que si todavía no lo habéis decidido, es un buen momento para tomar el paso y dejar el tabaco. Vosotros, los que os rodean, y hasta la naturaleza, os lo agradecerán.