La gran mayoría de nosotros lucha por lograr completar diariamente todo lo que tiene que hacer. Pero a algunos, además, se nos hace difícil la etapa previa: tan solo averiguar qué es lo que tenemos que hacer, y recordarlo.

Las listas de tareas son, en teoría, la respuesta —y sus variantes, como las Bullet Journal, por ejemplo—. Pero parece que nuestro cerebro ama las listas o las odia, sin términos medios. A la mayoría nos gustan, pero hay algunos individuos que son capaces de transformar todas sus ventajas en una mala noticia.

El psicólogo y autor David Cohen cree que, a los que nos agradan, es principalmente por tres razones: amortiguan la ansiedad sobre el caos; nos dan una estructura y un plan que podamos seguir sin pensar; y representan la prueba de lo que hemos logrado, lo cual nos aporta sensación de progresos. De hecho, los sujetos cuando tachan una tarea recién realizada manifiestan hasta auténtica sensación de felicidad. Como se suele decir: nada como el orgullo del trabajo bien hecho.

Pero, en el caso contrario, también tienen su cara mala para algunas personas. Los objetivos no cumplidos persisten en la mente más que los sí cumplidos, como lo afirma, por ejemplo, el denominado efecto Zeigarnik, descubierto por Bluma Zeigarnik, la tendencia a recordar tareas inacabadas o interrumpidas con mayor facilidad que las que han sido completadas. De esta forma, la verdad, si amas u odias las listas es, al menos in primera instancia, una cuestión de cómo te las tomes. Puede ser que decidas sólo recordar o tener en cuenta lo que no has hecho y la lista se transforme en una crónica de tu fracaso. O podría ser que para ti suponga una forma de orden y gestión de avances. En este último caso, la investigación dice que, mientras que las tareas que no hemos hecho nos distraen, sólo hacer un plan para realizarlas ya nos puede liberar de la ansiedad inherente a una tarea por hacer.

“Comprometerse a un plan específico para una meta puede no sólo facilitar el logro de la meta, sino que también puede liberar recursos cognitivos para otras actividades. Una vez que se hace un plan por escrito para ellas, se suspende el impulso para alcanzar toda esa gran colección de metas, permitiendo que la actividad cognitiva relacionada con estas cese y se reanude en el momento especificado más adelante”.

La diferencia entre unos y otros

Si la mayoría de la conducta humana estuviera guiada por objetivos, podríamos ser más eficaces a la hora de lograrlos. Nos concentraríamos en ellos e ignoraríamos todo lo demás. El problema es que tan solo en el estudiante norteamericano de promedio ya se informa de 15 proyectos personales en curso —sin mencionar los objetivos a corto plazo, como vestirse y cepillarse los dientes— y, al mismo tiempo, incluso si la mente inconsciente tiene la capacidad de promover los 15 objetivos simultáneamente, los limitados recursos de la función ejecutiva no pueden perseguir múltiples metas a la vez.

Cuando el sistema ejecutivo está trabajando hacia un objetivo, no puede funcionar eficazmente si es frecuentemente bombardeado con recordatorios que le distraen.

¿Y qué distingue a una tarea apuntada para comprometerse de otra que nos distrae? A parte de que no sea ‘disparada’ a la atención, es decir, recordada; el paso crucial en esta transferencia es la concertación de un comportamiento específico: la forma de "si X, entonces Y".

  • Estaría bien: “[si es] lunes a las 9, [entonces] tengo una reunión en el banco”.
  • Estaría mal: ”llamar a mamá”.

Muchos estudios han confirmado que tales planes producen resultados mucho más favorables y confiables que las intenciones poco concretas de perseguir un objetivo.

Entonces, lo que en última instancia hará la diferencia entre si amas u odias las listas será si eres una persona que concreta planes para momentos determinados o eres de los que prefiere apuntar todo lo que tiene “cierta intención de hacer en algún momento”. De forma que los primeros verán un progreso ordenado, paulatino y lento pero constante, que les traerá felicidad por orgullo personal. En cambio, los segundos verán en la lista una tonga de acciones inconexas que crece y crece y no supone más que un recordatorio de todo lo que hay que hacer y no se ha hecho, por lo que no representará más que un pozo de ansiedad latente y un recordatorio que distrae más que ayuda.

Para que los últimos se transformen en los primeros, concreta y pasa a amar las listas.