Primer borrador del discurso de Fidel Castro ante las Naciones Unidas, 1979
Hablo en nombre de los hambrientos que no tienen barquillas, hablo en nombre de aquellos a los que se les ha negado el derecho al helado y al sirope de chocolate.
Unos países poseen, en fin, abundantes reservas de mantecado. Otros no poseen nada. ¿Cuál es el destino de éstos? ¿Morirse por falta de chocolate? ¿Ser eternamente hambrientos? ¿Para qué sirve entonces la civilización? ¿Para qué sirve la conciencia del hombre? ¿Para qué sirven las Naciones Unidas? ¿Para qué sirve el mundo?".
Fidel se rascaba la cabeza, se preguntaba si esta era la forma de propagar el ideal revolucionario, y antes de aterrizar en Nueva York dobló su perfecto discurso y decidió hacerle algunas modificaciones. El mensaje había cambiado pero sus ansías por fomentar lo anterior permanecían más fuertes que nunca.
Verán el mundo conoce a Fidel Castro por diversas razones: una especie de revolución, un mandato parecido al de Julio César con un final exento de sangre y décadas de decisiones reprochables en una isla donde mandó casi toda su vida de adulto.
Sin embargo dejamos por fuera una enorme etapa que significó su lucha más productiva y sorprendentemente más exitosa en contra del imperialismo yanqui. Saboreándola en una ración doble con sirope de chocolate.
Mi primer encuentro con la revolución fue casualmente en un café que recibía un nuevo cargamento de helados Coppelia, una nueva alianza que realizaba el gobierno venezolano con la isla a la que básicamente le robó la mayoría de ideales y estrategias —no me sorprende el estado actual de mi país—. Imaginándome La Habana en una tarde soleada probé una barquilla que básicamente consistía en el helado más regular que jamás había probado.
Entiendo que suene extraño el concepto de helado subvencionado por el gobierno, pero antes de que se apresuren a iniciar una protesta para lograr este sueño, es esencial que conozcan la historia completa remontándonos a los años 60s cuando empezaba el auge libertario.
Castro era un hombre obsesionado con dos cosas: las malteadas y dejar en ridículo al gobierno norteamericano. Así que una vez que la CIA trató de asesinarlo envenenando su malteada de chocolate, la guerra había comenzado.
La declaración incluía un objetivo en general que se llevaría con una primera ofensiva realizada por el embajador de Canadá quien encargó 28 envases de helado Howard Johnson, así la administración cubana podría saborear todos los sabores de helados americanos y empezar una estrategia para conseguir la meta de poseer una variedad mucho más amplia.
Recordemos que en aquel tiempo Cuba disfrutaba del amparo de un enorme aliado económico La Unión Soviética, y por lo eterna que sería esta nación rusa mejor invertir en lo que más importa.
Sin embargo como aconsejarían en la Escuela de Filosofía de la Habana no es la cantidad sino la calidad lo que importa, por lo que se debía recurrir a esa malteada de chocolate para descubrir el elemento esencial. Y después de mucha investigación, Fidel empezó una extraña obsesión con la leche, y principalmente, la producción de esta.
La que era producida en Cuba no pasó las pruebas iniciales ya que eran criadas por su carne y no tanto por su bebida láctea, así que volvió a requerir la ayuda de Canadá, esta vez para importar miles de vacas Holsteins que lo ayudaran a construir su imperio.
Casi un tercio de ellas murieron debido a las condiciones climáticas de la región, pero entre las sobrevivientes se empezó un proyecto ultra-secreto en la que se inseminaba artificialmente a las Holsteins para buscar una unión de vacas nativas con las extranjeras, el resultado fue Ubre Blanca: el arma suprema de la revolución y "nuestra campeona" como la llamaría Castro.
Finalmente el arma era detonada en 1982 a diez años de su nacimiento, cuando en un sólo día produjo 109,5 litros de leche y rompía un record mundial previamente sostenido por los americanos.
Fidel omitió el consejo de los filósofos con respecto a la cantidad, pero como usualmente hacía no le importó en lo absoluto, declarando una victoria suprema y honrando con honores militares a Ubre Blanca hasta su fallecimiento en 1985 cuando pronunció las siguientes palabras:
Si descubrimos una técnica, si se encuentra otra Ubre Blanca, o un prodigioso descendiente de Ubre Blanca, ¿qué puede impedir que apliquemos inmediatamente esta práctica en todas partes a todas las vacas de Cuba?
Eventualmente no se encontraron más vacas genéticamente modificadas, pero la lucha revolucionaria prosperaba en otro frente. Después del episodio Howard Johnson, Castro llamó a su secretaria —y compañera de guerrilla—
Cecilia Sánchez para comunicarle que ahora manejaba un imperio del helado y desde 1966 la heladería ganaba batalla tras batalla. Sería bautizada en nombre de su ballet favorito Coppelia y desde entonces sería conocida como la catedral del helado.
Sería básicamente uno de los lugares más concurridos de la isla, sirviendo más de 16.000 litros de helado al día, y aunque la cualidad inmortal de la Unión Soviética sucumbió por razones obvias desencadenando un infierno económico que prevalece con fuerza hasta la actualidad, no ha habido escasez.
La falta de alimentos esenciales y la hambruna generalizada se ha extendido en la rutina del pueblo cubano, pero en las palabras de un concurrente de la heladería:
Nunca, nunca, nunca desde el triunfo de la revolución nos hemos quedado sin helado ¡Nunca!".
Con 50 años de servicio y precios que se mantienen a 20 céntimos de euro por ración, la revolución llegó a las bahías de mi país Venezuela con un sabor igual al de cualquier otro helado. Mientras los saboreaba vuelvo a buscar una doble ración para terminar este artículo y la cualidad de helado subvencionado ha subido su precio y bajado su cualidad: no me importa ¡Viva la revolución!