Iniciativas como la de Pornhub, uno de los gigantes mundiales de la pornografía online, que va a incluir un consultorio sexual en su web, son dignas de un aplauso. Sobre todo cuando presumiblemente serían más lucrativos otros nuevos desarrollos enfocados en aumentar el volumen de contenidos o el alcance de estos. Pero deja un sabor agridulce: la misma web que acertadamente va a incluir ese consultorio sexual es la que vive gracias, en buena medida, a un tipo de porno vejatorio y asimétrico para la mujer.
Primera premisa: el porno es eminentemente masculino. No significa que ninguna mujer vea porno, pero si aceptamos algunas generalizaciones, la gran mayoría del consumo lo hacen los hombres. Por razones estadísticas, otra gran mayoría dentro de ese grupo de hombres serán heterosexuales (en la franja de edad de 15 a 29 años, el 6% de los jóvenes son homosexuales). Así que, si seguimos aceptando generalizaciones, la gran mayoría del porno lo consumen hombres para ver mujeres.
Empieza el problema: casi todo el porno sigue una estructura común: felación, penetración, eyaculación, a menudo sobre la mujer como símbolo de dominación y sumisión, de relación de poder. Porque la narrativa también se repite: durante ese esquema, quien importa es el hombre. Él marca los tiempos hasta el punto en que la grabación finaliza segundos después de la eyaculación. En el porno no tiene importancia si la mujer disfruta o no, incluso si lo está pasando mínimamente bien o no.
Vamos más allá: en muchas webs existen categorías específicas para quienes les da más morbo ver a la mujer sufrir, ser dominada de forma coercitiva o directamente ser golpeadas. Son categorías como "brutal", "humilliation", "forced", "slapping"... No se trata de crear porno "para mujeres", eso es otra cosa, simplemente se trata de crear porno igualitario, feminista, respetuoso, ético, o la etiqueta que ustedes le quieran poner mientras sea pornografía donde la mujer es un sujeto y no un objeto.
La actriz porno es por definición una trabajadora extremadamente vulnerable. No hay convenios ni sindicatos, y las medidas sanitarias de control quedan a voluntad de su empleador. Sus condiciones de trabajo y todo lo que no es evidente pero también implica a su profesión lo recogió a la perfección Netflix a través de un documental esclarecedor y conmovedor, Hot Girls Wanted. En él se pueden comprobar las condiciones a las que son sometidas las actrices -humillación y abuso a veces cercanas a la tortura-, el verdadero contexto de la industria y todo lo que hay detrás de los vídeos que nos dan diez minutos de placer y nunca volvemos a saber de ellos ni de sus protagonistas.
El porno feminista no es una vía para reivindicar derechos, la igualdad y el respeto a la mujer son valores transversales en él. No es un adorno ni debe conformarnos que tenga un volumen residual, debería ser el porno que prevalezca, el que se potencie. Mientras no sea así, el porno seguirá siendo un terreno fértil para perpetuar la cosificación y legitimar el abuso.