En el colegio aprendimos que los primeros seres humanos cazaban o recolectaban en grupos. A medida que fueron profesionalizándose, cada grupo contaba con sus propios y exclusivos bienes, de manera que para conseguir los de otro grupo se hacía necesario un trueque o intercambio, el primer medio de pago.

Pero, ¿cómo valorar de forma equivalente los diferentes bienes para, por ejemplo, saber cuántas piezas de fruta hay que dar a cambio de una piel curtida? De ahí surge la necesidad de utilizar un bien muy valorado por todos que sirva de referencia.

Las civilizaciones han contado con valores de referencia (desde el 3000 aC), como las joyas, el oro o la sal para así adquirir bienes. Es conocido, por ejemplo, que en la Antigua Roma se pagaba a los soldados en bolsas de sal, muy preciada como conservante natural, y que da origen a la palabra salario.

La moneda como medio de pago

Aproximadamente en el siglo VII aC el valor de referencia deja de ser un mineral o un bien preciado y se decide acuñar monedas. Así pues, ya no dependemos de un elemento que podemos encontrar en la naturaleza, aunque en pequeñas cantidades, sino de algo creado específicamente como medio de pago para facilitar el intercambio.

De las monedas damos un gran salto con el papel moneda (el billete de toda la vida). Los primeros se crearon en China aproximadamente del siglo VII dC y surgieron ante la falta de cobre para crear monedas. En Europa llegarán en el siglo XVII gracias al intercambio habitual de mercancías entre Europa y Asia.

El papel moneda o billete también ha evolucionado con el tiempo, y en la actualidad se imprimen billetes con métodos de alta tecnología con el fin de impedir la copia o falsificación, como marcas de agua, relieves y tintas o papeles especiales que destacan ante una fuente de luz especial.

De aquí surgen otras muchas opciones para realizar intercambios, si bien menos populares, como son los cheques o talones (usados principalmente en el ámbito empresarial) o los pagarés (también de uso empresarial).

Del plástico a los bytes

Las tarjetas de débito y crédito están en las carteras y bolsillos de prácticamente todo el mundo, ya que supone llevar encima una cantidad sin especificar de dinero con mayor seguridad y comodidad.

Desde la primera tarjeta de finales del siglo XIX a las actuales ha habido muchos cambios: los chips son más seguros y modernos, y los pagos ya no requieren pasar la tarjeta por un lector de banda: con acercarla al dispositivo, este la detecta e inicia el proceso.

Además, la segunda mitad del siglo XX nos brindó más sorpresas: la informática nos trajo la digitalización e Internet. De ahí que el dinero sea hoy en día algo virtual más que algo físico, sin perder por ello su importancia, claro está.

Distintas empresas ofrecen ya dispositivos que con pulsar un botón realizan una compra online y tampoco es necesario indicar el número de tarjeta para realizar una compra, ya que, con una cuenta de usuario asociada, es más que suficiente.

Qué nos depara el futuro

Es difícil hablar del futuro cuando todo evoluciona tan rápido. Hace 10 años del primer iPhone, que popularizó los teléfonos inteligentes.

Hoy, todo el mundo tiene un smartphone y cada vez sea más habitual pagar con el móvil y prescindir de monedero o billetera. Hay mil y una aplicaciones para ello e incluso las entidades bancarias facilitan esta opción de pago.

¿Y el día de mañana? Los wearables o tecnología ponible se están volviendo muy populares. Hablamos de pulseras, anillos, gafas e incluso ropa inteligente. A día de hoy, por ejemplo, puedes pagar con tu reloj inteligente asociado a tu teléfono.