Un equipo de investigadores ha descubierto la primera evidencia de que la contaminación provocada por los seres humanos ha alcanzado los sitios más recónditos del planeta. A más de diez mil metros de profundidad, bajo el océano y muy lejos de zonas industriales, se localizan las fosas de las Marianas y de Kermadec, donde los científicos han encontrado compuestos químicos prohibidos desde hace más de cuarenta años.
El trabajo, publicado en la revista Nature Ecology & Evolution, muestra el hallazgo de "niveles extremadamente altos de contaminantes orgánicos persistentes" en el tejido graso de algunos organismos vivos procedentes de las profundidades oceánicas. En particular, los investigadores muestrearon tres especies diferentes de anfípodos, un tipo de crustáceos muy pequeños que habitan en las fosas de las Marianas y en la fosa de Kermadec. Sus resultados prueban que los seres vivos estaban contaminados por compuestos químicos como los bifenilos policlorados (PCB) y los polibromodifenil éteres (PBDE).
"Todavía pensamos en el océano profundo como un reino remoto y prístino, a salvo del impacto humano, pero nuestra investigación muestra que, lamentablemente, esto podría no ser cierto. Los anfípodos que muestreamos contenían niveles de contaminación parecidos a los hallados en la Bahía de Suruga, una de las zonas industriales más contaminadas del noroeste del Pacífico", explica el Dr. Alan Jamieson, de la Universidad de Newcastle.
Perjudiciales para la salud y el ambiente
En opinión de la Dra. Montserrat Solé, del Institut de Ciències del Mar (ICM-CSIC), el trabajo resulta "novedoso" al haber analizado organismos que viven a profundidades superiores a los 7.000 metros. "Los PCBs están actualmente prohibidos, pero los PBDEs no y ambos tienen una presencia universal", señala la investigadora, que no ha participado en la realización del estudio. A su juicio, las cantidades de contaminantes halladas en los anfípodos "no son suficientes para causarles la muerte", pero sí pueden producir "daños sub-letales", al pasar a través de la cadena trófica a otras especies y persistir en la naturaleza. El proceso, denominación bioacumulación, supone "el aumento de la concentración de contaminantes en los organismos vivos respecto al medio donde viven, en este caso agua". "La entrada de contaminantes se produce a través de su alimentación y respiración (filtración de agua)", comenta Solé.
Según el Dr. Joan Grimalt, del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA-CSIC), el artículo ofrece "un resultado espectacular porque muestra que hay concentraciones importantes de PCBs y PBDEs en uno de los lugares mas remotos imaginables, como las fosas oceánicas a mas de 10.000 metros de profundidad". Sin embargo, el experto se muestra escéptico sobre la contaminación de estos rincones por culpa de los PBDEs. "No estoy convencido de que los datos sean fiables", apunta, ya que a su juicio, el artículo no aporta suficiente información para asegurar que las muestras no estén contaminadas. "No hablan del PBDE209, que es mayoritario. Por otro lado, los PBDEs se están utilizando desde hace poco tiempo y es difícil imaginar que estos compuestos se hayan incorporado a la cadena trófica de estas fosas", sostiene.
En el caso de los PCB, los bifenilos policlorados son compuestos químicos orgánicos que presentan una apariencia de líquidos aceitosos o sólidos con tonalidades que varían desde incoloras hasta amarillentas. La producción de estos materiales comenzó en 1929 y, desde entonces, fueron utilizados ampliamente en equipos eléctricos como transformadores y condensadores, intercambiadores de calor, sistemas hidráulicos y también en la fabricación de pinturas y plásticos. Sin embargo, la creciente evidencia de los innumerables perjuicios a la salud y al medio ambiente que causaban hizo que los PCB fueran prohibidos en los años setenta en los Estados Unidos y en China. Europa y Rusia cesaron la producción en los ochenta y en los noventa, respectivamente.
En España, los bifenilos policlorados, que agrupan a más de doscientos congéneres, fueron prohibidos en 1986 por su poder cancerígeno y otros efectos tóxicos. A juicio de Solé, "hay indicios de que pueden afectar al sistema inmune, alterar la reproducción y causar tumores en los organismos que viven en zonas contaminadas". El gran peligro, sin embargo, reside en su potencial contaminante. Una vez que estos compuestos químicos eran liberados al medio ambiente, ya fuera por vertidos o por accidentes industriales, los bifenilos policlorados y compuestos similares no se degradan, por lo que permanecen durante décadas en la naturaleza.
Hace unos meses, un estudio internacional en el que participó la Universitat de Barcelona demostró que las orcas y los delfines de aguas europeas contaban en sus tejidos con altos niveles de PCB. El trabajo ahora publicado es todavía más preocupante, ya que demuestra que estos peligrosos compuestos químicos, prohibidos hace décadas, han alcanzado los lugares más recónditos del planeta. "El hecho de que hayamos encontrado niveles tan extraordinarios de estos contaminantes en uno de los sitios más remotos e inaccesibles de la Tierra prueba el impacto devastador y a largo plazo que la humanidad provoca en el planeta", señala Jamieson.
En un comentario independiente publicado en Nature, la científica Katherine Dafforn, de la University of New South Wales, señala que el trabajo ofrece una "clara evidencia de que el océano profundo, lejos de ser un lugar remoto, está muy conectado con la superficie y ha estado expuesto a concentraciones significativas de contaminantes de origen humano". Según la Dra. Solé, la investigación demuestra "la conectividad entre la plataforma y las profundidades marinas", aunque no es la primera vez que se obtiene un resultado similar. Estudios anteriores llevados a cabo en el mar Mediterráneo, como los realizados en el cañón de Blanes, ya habían apuntado conclusiones parecidas.
Los océanos son los grandes ecosistemas del planeta, al mismo tiempo que las profundidades oceánicas funcionan como un "lavabo potencial" para los contaminantes y la basura que se vierte a los mares. Estos compuestos químicos se acumulan posteriormente a través de la cadena alimentaria, por lo que cuando alcanzan los miles de metros de profundidad, las concentraciones de los PCBs y otros materiales son mucho más elevadas que en las aguas superficiales. "El estudio muestra que, lejos de ser un lugar remoto, el océano profundo está íntimamente conectado con las aguas superficiales; lo que significa que lo que volcamos en el fondo del mar, algún día volverá de una forma u otra. Lo que todavía no sabemos es lo que estos resultados significan para un ecosistema más amplio. Comprenderlo será el próximo gran desafío", concluye Jamieson.