Siempre tuve problemas en la escuela, sobretodo de infante, pero no tienen nada que ver con lo que estás pensando. La primera vez que llamaron a mis padres en busca de una reunión sobre mi comportamiento, me pintaron de fanático religioso preocupados porque dibujaba muchas cruces —quizás por el simple hecho de que cada lunes pintábamos nuestras actividades del fin de semana, y no puedes culpar a un niño que olvida siempre los sábados—.
Volviendo con una prohibición de invocar la imagen del señor en vano —ya pueden imaginarse la calidad de los dibujos—, empecé a interesarme por otro tipo de arte: paisajes o cualquier cosa que requiriera una inmensa cantidad de detalles. Al parecer era tan holgazán que esto tampoco resultó, y mi carrera fallida tocó el fondo hasta que ingresé a la secundaria. Un nuevo mundo en donde podía reconocer finalmente el simbolismo fálico de mis obras, y dibujar lo más cercano a una línea recta sin rayar la mesa.
Esa secundaria que usualmente se convierte en la peor etapa para cualquier ser humano, fue mi oportunidad perfecta para abrir los canales de la experimentación artística y mejorar de una vez por todas. Y aprendí a copiar muy bien todas las imágenes que veía, dejando eventualmente el papel cebolla para buscar la originalidad más allá de cruces y hombres barbudos lamentándose.
Me encanta dibujar, o más bien lo hago cuando simplemente tengo la necesidad —lo que convierte a la actividad en una ocasión anual—. Mi problema, además de los innuendos, siempre fue las numerosas horas que me tomaba dibujar cualquier cosa, y ha llegado el reto definitivo para mejorar mis habilidades. El ilustrador Mark Crilley decidió retar a sus colegas con el reto de los 10 minutos, 1 minuto y 10 segundos, donde se tendrá que hacer un mismo dibujo en los tres tiempos respectivos, a continuación mis favoritos: