Una de las cosas que compartimos todos y cada uno de los seres humanos que hemos caminado, caminamos y caminaremos sobre la faz de la Tierra y más allá es el gusto y quizá la necesidad de contar y de que nos cuenten historias; hoy en día y siempre, para entretenernos sobre todo, y durante siglos, para aleccionarnos sobre el comportamiento que una sociedad y en una época concretas consideraban correcto según lo que se tenía por incuestionable entonces. Y, **entre el montón de historias que conocemos todos gracias al largo proceso de globalización cultural en el que vivimos, está El libro de la selva**, cuya última adaptación cinematográfica podremos ver desde el próximo 25 de diciembre en Movistar Estrenos de Movistar+.
Su origen se encuentra en una serie de narraciones con la misma denominación que el indobritánico Rudyard Kipling, primer Nobel de Literatura de Reino Unido, publicó en varias revistas entre 1893 y 1894 con ilustraciones de su propio padre, antes de que aparecieran en formato de libro a partir del segundo año por cortesía de Macmillan Publishers. También se las conoce como El libro de las tierras vírgenes, Kipling las escribió en la localidad estadounidense de Dummerston, en el estado de Vermont, y en ellas se utiliza a animales de la selva india con cualidades antropomórficas para ofrecer lecciones morales.
Su protagonista es, por supuesto, Mowgli, un niño que una pareja perdió de bebé en la selva de Seeonee, inspirada en el parque natural de Kanha, durante la agresión de un pérfido tigre y que fue adoptado y criado por una manada de lobos, lo cual recuerda ineludiblemente a la leyenda de Rómulo y Remo, fundadores de Roma. En 2010, se halló una de las primeras ediciones en la National Trust’s Wimpole Hall de Cambridgeshire, con una dedicatoria manuscrita para Josephine, la hija del autor que falleció de neumonía a los seis años, en 1899. Cuatro antes, Kipling publicó El segundo libro de la selva, con cinco relatos más sobre las andanzas de Mowgli.
El mundo en el que se mueve el niño entre los animales se rige por la Ley de la Selva, unas normas jerárquicas con las que garantizar la seguridad y la justicia para todos, que el autor expuso en forma de poema. Sin embargo, en una carta de 1895 vendida por el anticuario neoyorkino Adam Andrusier en mayo de 2013 por 2.500 libras, Kipling le explicaba a una destinataria desconocida que parte de la Ley la había tomado directamente de “las reglas del Sur de Esquimaux para la división de botines” y que, “de hecho, es extremadamente posible que se hubiese ayudado a sí mismo promiscuamente” de forma similar en sus textos, pero “no podía recordar de cuáles historias había robado”.
No cabe duda de que las aventuras de Mowgli con los lobos, la pantera negra Bagheera y el oso Baloo, entre elefantes como Hathi y contra la pitón Kaa, los monos de Bandar-log y, sobre todo, el tigre Shere Khan se han hecho un hueco en nuestro imaginario colectivo. Para empezar, si Robert Baden-Powell, fundador del movimiento Scout, le había solicitado a Kipling que le permitiese utilizar el juego de la memoria de su novela Kim para el desarrollo de la moral y las buenas aptitudes de los chavales urbanitas de la clase obrera, luego le pidió también que El libro de la selva pudiera ser el de motivación de los más jóvenes en el movimiento. Y, en la actualidad, los líderes de los lobatos en los Scouts se siguen llamando Akela, nombre del lobo jefe en la obra de Kipling.
Por otro lado, **tanto el escritor estadounidense Robert A. Heinlein como su colega inglés Neil Gaiman se han basado en El libro de la selva para escribir sendas novelas*, la galardonada Forastero en tierra extraña, de 1962, y El libro del cementerio, de 2008. También el cómic Superman: El salvaje hombre de acero*, de 1994, escrito por Darren Vincenzo e ilustrado por Frank Fosco y Stan Woch, se inspira en él; y Mary Jo Duffy y Gil Kane lo adaptaron para Marvel en 2007. Incluso Stuart Paterson elaboró su propio trasvase teatral en 2004. Además, hemos visto diversas versiones para la gran pantalla, y habrá más en los próximos años.
La primera de ellas fue dirigida por Robert J. Flaherty y Zoltan Korda en 1937, y el propio Korda se encargó de la siguiente en 1942. Más tarde le siguieron, por ejemplo, la famosísima animación de Wolfgang Reitherman para Disney de 1967, que es la que más personas han visto de todas sin discusión y cuyas características se han fijado en la memoria de los espectadores como las esenciales de Mowgli y compañía, la avanzada de Stephen Sommers en 1994, la de Duncan McLachlan en 1997 y, por último, la de Jon Favreau de este 2016, muy influida por la de Reitherman, que para eso es también de Disney, hasta el punto de que prácticamente reitera determinados planos de esta en imagen real.
No obstante, se la promocionó como la adaptación más fiel hasta la fecha de los relatos de Kipling, lo cual es más o menos cierto si exceptuamos que, como en el caso de su célebre predecesora, la descafeinaron para hacerla menos terrible, y que el Rey Louie, el enorme orangután que manda sobre los monos de Bandar-log, no existe en la obra literaria. Pero ninguna de esas circunstancias le resta el vigor por el que merece ser señalada como una de las películas más recomendables de este año, que se podrá ver en Movistar+ a partir del día de Navidad, bien en el canal lineal o cuando se quiera bajo demanda. Y no solo en la tele sino en el móvil, la tableta, el ordenador o la consola. No hay excusas para no verla.