La última saga de videojuegos en contar con su correspondiente adaptación a la gran pantalla es Assassin’s Creed. Ha venido de la mano del director australiano Justin Kurzel, y parece que tiene propósito de continuidad tras esta primera entrega.La industria del cine es voraz, casi tanto como el devorador de mundos al que en cierto momento mencionan en el filme. Así, procura agarrar toda narración atractiva o exitosa que tenga a su alcance para trasvasarla a su propio terreno; y es lo que ha hecho la Fox, Regency, Ubisoft y compañía con **Assassin’s Creed, el videojuego de acción, aventuras y mundo abierto creado por los canadienses Patrice Désilets y Jade Raymond*, inspirado a su vez en Alamut*, novela del esloveno Vladimir Bartol y estrenado en noviembre de 2007, con una última edición de 2015.
El caso es que su saga multiplataforma, de nueve juegos y siete spin-offs hasta la fecha e hija espiritual de *Prince of Persia (Jordan Mechner, 1989-2010), ya había sido adaptada a películas como seis cortometrajes contextuales animados de la propia Ubisoft, pero la de Kurzel es la primera de imagen real para estreno en salas comerciales. Y, conociendo los dos anteriores largos de este realizador, no parece descabellado sugerir que Assassin’s Creed* es su intento de demostrar que puede enfrentarse a un proyecto palomitero sin problemas, si bien contando con un equipo que le haga sentirse cómodo por haber trabajado antes con él.
De este modo, ha vuelto a recurrir a su competente compatriota Adam Arkapaw para la dirección de fotografía, quien tan buena labor había desarrollado en Snowtown (2011) y, sobre todo, *Macbeth* (2015); a su hermano, Jed Kurzel, para la banda sonora como ya había compuesto la de las mismas; a Michael Lesslie para el guion, el cual había escrito también el de la tragedia del matrimonio shakespeareano; y, por supuesto, a esa estupenda pareja de actores que interpretaron a los terribles Macbeth, el alemán Michael Fassbender y la francesa Marion Cotillard. Sin embargo, pese a que está clarísimo que aquí hay criminales de sobra, **Kurzel ha dejado a un lado el interés por los engranajes psicológicos del crimen que demostró en Snowtown y *Macbeth en aras del más puro espectáculo de acción.
Pero no es lo único que se ha dejado por el camino. Pese a que durante el visionado de Assassin’s Creed* se nota mucho que la encabeza un cineasta dado a la estilización, en esta película la ha reducido a lo mínimo esencial para que resulte reconocible como obra suya y, a la vez, cumpla con los estándares visuales del cine comercial, de modo que los espectadores acostumbrados a este no sientan extrañeza ante lo que están viendo.
A Kurzel le ha dado por los planos aéreos de las ciudades prerrenacentistas, pero no de manera arbitraria, sino relacionando el nombre del implacable asesino español de Fassbender con un águila que las sobrevuela. De hecho, buena parte de las escenas que protagoniza se mueve por los tejados y las azoteas de los edificios, por las alturas, de ahí la coherencia de estos recursos conceptuales.
La alternancia del ritmo frenético de las obligatorias y rapidísimas secuencias de persecuciones y luchas, con el lúcido montaje paralelo respecto al Animus, y el de las que incluyen tensas conversaciones, que sólo sirven para perfilar superficialmente a los personajes y proporcionar la información justa, de modo que no profundizan demasiado en ningún aspecto, refuerza la sensación de inquietud constante que no abandona al espectador hasta el final. Y a ello contribuye sobremanera la potente partitura de Jed Kurzel, que no destaca por su virtuosismo pero sí por su absoluta concordancia con cada secuencia del filme.
Pero el gran problema del mismo es el vacío conceptual del que adolece la trama en su conjunto, al cual se ven arrastrados los personajes, y eso es responsabilidad de Lesslie y sus coguionistas Adam Cooper y Bill Collage, y en última instancia, del propio Kurzel como director. Y, en segundo lugar, un hecho francamente inverosímil que sucede en la última parte de la película: la facilidad de acceso de los Asesinos, gracias a la que parece que se tienen más ganas de terminar con la historia pronto que de rematarla como sería lo debido, provocando además finalmente un comportamiento de cierta incoherencia en Sophia Rikkin como excusa para señalar el futuro de la inevitable secuela.*Los miembros del reparto cumplen con su profesionalidad habitual, sin faenas ni personajes memorables: Fassbender como los desdibujados Callum Lynch y Aguilar de Nerja, Cotillard como la ambigua Sophia, Jeremy Irons y Charlotte Rampling como los rutinarios Alan Rikkin y Ellen Kaye, Denis Ménochet y Hovik Keuchkerian como los rudos McGowen y Ojeda, Michael K. Williams (The Wire*) como el agradecido Moussa, Ariane Labed como la peligrosa María, Javier Gutiérrez como el pérfido Tomás de Torquemada y unos desaprovechados Carlos Bardem y Brendan Gleeson como el insulso Benedicto y el viejo Joseph Lynch, respectivamente.
Conclusión
En definitiva, esta primera entrega de Assassin’s Creed se queda como una adaptación que entretiene e inquieta a partes iguales, con la que Justin Kurzel reivindica su disposición y capacidad para dirigir películas comerciales sin perder su propio estilo, pero carente de la profundidad de que podrían haber dotado a los conceptos de su propia premisa, a las motivaciones de los personajes y a su personalidad. Un filme digno sin demasiadas pretensiones.
Pros
- La estilización justa del director Justin Kurzel.
- El buen ritmo de las secuencias de acción y su lúcido montaje paralelo.
- La sensación de inquietud constante.
- La potente y ajustada partitura de Jed Kurzel.
Contras
- Que los conceptos y detalles de la trama están poco desarrollados.
- Que los personajes se perfilan escasamente.
- La facilidad de acceso inverosímil de los Asesinos al final de la película.
- Cierta incoherencia en el personaje de Sophia Rikkin.