A lo largo de la historia, los seres humanos han sido capaces de todo para garantizar su libertad. Desde las épicas batallas de la edad media, pasando por la Guerra Civil Estadounidense hasta la Segunda Guerra Mundial, se evidencia que la humanidad valora bastante su derecho a ser libres, amos de su destino y responsables por sus decisiones.
Es seguro decir que los criminales encarcelados son los que experimentan este sentimiento más seguido y con más intensidad. Sus vidas son monótonas y sin sentido, pagando con años los daños causados a otros o, peor aún, encerrados por capricho de unos cuantos. Algunos deciden suicidarse, otros cumplir calladamente su condena. Los individuos que verán a continuación pertenecen al grupo de los que cuentan con mucha imaginación y suerte, los que le permitió vencer todas las posibilidades y alcanzar la libertad.
5. El narcotraficante que escapó de una cárcel alemana en una caja de cartón
Mientras cumplía su sentencia de siete años, un ciudadano turco de cuarenta y dos años de edad decidió idear un ingenioso escape. El día en que sabía que cajas llenas de productos realizados por los propios presos eran enviados fuera de la prisión, el criminal anónimo se metió en una caja de cartón común y corriente y fue sacado de la prisión por los empleados del servicio de envíos.
Cuando la camioneta que llevaba las cajas atravesó las puertas de la prisión, supo que era el momento perfecto para huir. Rompió la caja sellada en la que se encontraba, abrió la puerta del camión de carga y corrió hacia la libertad. Sus cómplices lo esperaban en un automóvil, listos para huir.
Un año después, en el dos mil nueve, un escape similar sucedió en Francia. El convicto sospechoso de doble homicidio, Jean-Pierre Treiber, se encontraba esperando juicio desde el dos mil cuatro. Construyó una caja de cartón en el taller de la prisión y se metió dentro. Fue transportado hacia el exterior por un camión de envíos, en pleno recorrido saltó del vehículo. Desafortunadamente para él, lo capturaron a las pocas semanas. Un año más tardé se ahorcó en su celda, dejando una nota en donde expresaba que estaba cansado de que lo tomaran por un asesino.
4. Cuando un grupo de prisioneros se quedaron sin comida en plena huida de la justicia, no dudaron en empezar a comerse entre ellos
Setenta y cinco mil convictos fueron transportados a la isla Van Diemen entre mil ochocientos y mil ochocientos cincuenta y tres. Alexander Pearce y su grupo de allegados formaban parte de esos miles. Un día decidieron escapar a través de la tupida jungla de la isla.
Cuando su odisea llevaba varios días, el grupo se encontraba demasiado hambriento para seguir. Por lo que echaron a la suerte quién iba a ser asesinado y devorado. El mismo proceso se repitió varias veces hasta que solo quedaron dos. Pearce no se iba a dejar engañar por su aliado y decidió asesinarlo y canibalizarlo antes de que el otro tuviera la misma idea.
Alexander fue capturado por las autoridades ciento trece días después de su escape. Nadie creía su historia de lo que había sucedido, pensaban que sus compañeros seguían escondidos en algún lugar de la jungla.
El criminal decidió escapar otra vez de prisión, ahora aliado con un joven convicto llamado Thomas Cox. Alexander fue capturado a los diez días. Las autoridades estuvieron obligadas a creerle acerca de sus tendencias caníbales ya que, esta vez, contaba con pedazos del pobre Thomas en sus bolsillos.
Alexander Pearce fue condenado a muerte por canibalizar a sus pares de la prisión. Sus últimas palabras antes de ser colgado fueron: "La carne humana es deliciosa. Sabe mucho mejor que la de pescado o la de cerdo".
3. Un hombre ruso preso por cometer doble homicidio escapó de una prisión de máxima seguridad tan solo con la ayuda de una cuchara
Oleg Topalov, un hombre ruso de treinta y tres años de edad se encontraba cumpliendo su condena en la prisión Matrosskaya Tishina. Preso por doble homicidio y tráfico de armas, a Topalov le tocaba pasar algunas cuantas décadas detrás de los muros de la prisión de máxima seguridad rusa.
Durante dos años, Oleg usó una cuchara común y corriente para abrir un agujero en el techo de su celda, muy al estilo de la película The Shawshank Redemption. Cuando el trabajo estuvo terminado, Topalov salió por el hueco que daba a un ducto de ventilación. Se arrastró hasta conseguir acceso al techo. De ahí logró bajar hasta el exterior de la prisión usando sábanas atadas, así pudo saltar la cerca de la Matrosskaya Tishina.
El escape de este hombre ruso no fue tan glorioso como el del protagonista de la película mencionada. Fue atrapado días después en Moscú, incapaz de oponer resistencia por una herida en la pierna.
2. Helicópteros y granadas falsas. El escape del francés Michel Vaujour estuvo lleno de drama
A Michel Vaujour no le bastaba con escapar de la cárcel, tenía que hacerlo de la manera más estrafalaria y alocada posible. Mientras su esposa, Nadine Vaujour, aprendía a manejar un helicóptero, él se encargaba de pintar melocotones para que parecieran granadas mientras cumplía su condena por intento de homicidio y robo a mano armada.
En mayo de mil novecientos ochenta y seis, Michel amenazó a los guardias de la prisión con sus falsas granadas, logró llegar al techo en donde se encontraba su esposa con un helicóptero, lista para despegar. Aterrizaron en un campo de fútbol y de ahí manejaron hacia su guarida.
Poco después de la fuga exitosa, Nadine Vaujour fue arrestada y a Michel le dispararon en la cabeza mientras trataba de robar un banco, pero sobrevivió.
1. Al parecer, todo lo que se necesitaba para escapar del brutal campo de concentración de Auschwitz eran unos pocos uniformes nazi y una confianza de acero
Es bien sabido que Auschwitz representó al infierno en la tierra durante la Segunda Guerra Mundial. Kazimierz Piechowski, un judío polaco, se encontraba preso allí, obligado a cargar los cadáveres de otros convictos asesinados por los guardias solo para ahorrar suministros y evitar la sobrepoblación del campo. Él sostenía los cuerpos por los tobillos mientras otro preso los tomaba por los brazos. Juntos los lanzaban en carros de carga, dirigidos hacia la sala de incineración.
Cuando un amigo de Piechowski apareció en una lista de prisioneros para asesinar, supo que era hora de escapar. Kazimierz tenía la suerte de estar trabajando en la sala de suministros en donde se guardaban tanto las armas como las uniformes de los guardias. A pesar de la situación crítica, el polaco se encontraba reacio a ejecutar sus planes. El director del campo había anunciado que, por cada prisionero que escapara, ejecutaría a otros diez. Para evitar esta represalia tuvieron que formar un grupo falso para que los presos de su sector no fueran perjudicados por su fuga.
Los miembros del grupo acordaron que si el escape no resultaba exitoso se suicidarían de inmediato. Las consecuencias que les esperaban de lo contrario eran aterradoras. Animados por esta fuerte motivación, se pusieron en marcha. Luego de pasar por varios puntos de control, pretendiendo estar llevando fuera del campamento los desechos de la cocina. Los prisioneros pudieron llegar al salón de suministros. Se vistieron con uniformes de oficiales mientras uno de ellos entraba al garaje con una llave copiada, obteniendo acceso al automóvil que utilizarían para salir definitivamente de Auschwitz. Escogieron un vehículo sin igual, cuyo uso era exclusivo para el comandante del lugar.
Manejaron a través de la puerta principal, cruzándose con hombres de las SS a los que saludaron con el tradicional "Heil Hitler". A pesar de todo, todavía quedaba la prueba más dura, la barrera final. Normalmente necesitarían un permiso formal para traspasarla, pero planearon que Piechowski interpretaría su papel de oficial tan eficientemente que no lo necesitarían.
Mientras se aproximaban a la barrera, el grupo notó (probablemente, al mismo tiempo que tenían un ataque de pánico) que el guardia no se movía a abrir el portón, a pesar de observar a los supuestos oficiales aproximándose. Tuvieron que estacionarse. Mientras veían que los guardias comenzaban a sospechar, Kazimierz empezó a gritar órdenes frenéticamente. Los hombres de las SS se precipitaron del susto y dejaron pasar a los supuestos oficiales.
Aunque este pareciera un final feliz, es solo una fachada. Los padres de uno de los miembros del grupo fueron encarcelados en represalia y murieron en Auschwitz. Este escape fue la causa de que empezaran a tatuar a los prisioneros con números de serie. Los nazis pensaron que los presos tratarían de pasar inadvertidos luego de escapar, pero cuando la gente viera los tatuajes sabría la verdad y los deportaría. Auschwitz fue el único campo de concentración en establecer esta cruel práctica.
Desafortunadamente para Piechowski, el protagonista de esta historia, cuando los comunistas llegaron a Polonia lo condenaron a diez años de cárcel por haber formado parte del ejército nacional que se resistió a la instalación del nuevo régimen soviético. Cuando salió libre tenía treinta y tres años.