Con el escrutinio virtualmente finalizado, y un ajustadísimo resultado en número de votos pero holgada distancia gracias a la victoria en la mayoría de estados clave o indecisos (como Ohio, Florida o Carolina del Norte) Donald Trump ha sido elegido presidente de Estados Unidos.
Ocho años con un presidente negro fueron demasiado para demasiados, como para soportar ahora la llegada de una mujer a la presidencia, que ahora queda como un sueño que no se cumplirá, al menos hasta 2020. La teoría del voto oculto ha acabado teniendo la razón.
Gana alguien que hace apología de la violación, un grosero, alguien que ha vivido explotando las leyes al límite para su propio beneficio, que se enorgullece de pagar la menor cantidad de impuestos posible o directamente de evadirlos. Alguien racista, xenófobo, clasista. Con su victoria, la sociedad entera pierde.
Ninguna encuesta de las cientos que se realizaron durante los meses previos al día de las elecciones daba una ventaja de este tamaño a Trump. Sólo queda la esperanza de que igual que Obama fue rápidamente domesticado por los hilos del poder real, que le dejaron mucha menos libertad de movimientos que la que él esperaba, Trump se vea coartado por las cámaras y no pueda llevar a cabo sus propuestas y planes.
Así y todo, estará legitimado y tendrá capacidad para decidir en materia de política exterior, para revocar el Obamacare, o para modificar los derechos de los inmigrantes, que irán en un sentido: recortarles beneficios y ventajas para pasar a una política mucho más restrictiva y reaccionaria.
Las primeras reacciones internacionales han llegado en forma de un desplome en la bolsa japonesa y una fuerte caída del peso mexicano en el mercado de divisas hasta alcanzar su mínimo histórico, 20,41 pesos por dólar.