mozart

Sin duda Mozart es conocido como un músico excepcional, uno de los más influyentes en la historia. Su magnífica obra y su talento que desde temprana edad fue descubierto y cultivado por su padre, también es más que conocido.

A veces sucede con los grandes personajes de la historia que nos olvidamos un tanto de la vida común que llevaban, es decir, el día a día; enfrentándose a los asuntos más terrenales y cotidianos. A veces la obra, en este caso la magnífica obra de Mozart, puede desdibujar al hombre de carne y hueso; por eso, en esta ocasión nos fascinamos con sus cartas personales. Registro de sus preocupaciones; del amor a su padre y a su familia; de su lenguaje a veces pícaro y a veces melancólico y enamorado.

Las cartas de personajes famosos de la historia nos muestran, pues, un lado pocas veces revelado en otros momentos (como cuando Einstein escribió a Marie Curie. Para conocer todas las cartas de Mozart se puede acceder al Internet Archive, en donde se encuentran alojadas en varios formatos; o en Gutenberg.org donde están publicadas cronológicamente. También existe una serie de libros con la recopilaciones de sus cartas.

Recordemos que Wolfgang Amadeus Mozart nació en 1756 en Salzburgo (en la actual Austria, que en esa época era un arzobispado independiente del Sacro Imperio Romano Germánico). Su padre era Leopold Mozart, músico al servicio del príncipe del arzobispado y el segundo maestro de capilla en la corte. Leopold también fue un prominente compositor y profesor. Su relación con Wolfgang siempre fue muy estrecha y estricta; será él el remitente de muchas de sus cartas, así como su hermana mayor quien también fuera una destacada músico y con quien compartiría escenario y viajes a lo largo de Europa en varias ocasiones.

Carta a su padre
Viena, 9 de mayo de 1781

Mon très cher père!
¡Todavía estoy lleno de cólera!... y usted, mi excelente, mi queridísimo padre, lo estará sin duda conmigo... Se ha puesto a prueba mi paciencia durante tanto tiempo... Hasta que al final no ha podido más. Ya no tengo la desgracia de estar al servicio del soberano de Salzburgo... Hoy ha sido un día de felicidad para mí. Escuche. Por dos veces ya, ese... no sé cómo debo llamarlo... me ha dicho a la cara las mayores tonterías e impertinencias, de tal calibre que no he querido escribírselas y así evitarle a usted el trago... y por tenerle siempre a usted ante los ojos, amado padre, no me he vengado allí mismo. Me ha llamado bribón, y disoluto... me ha dicho que me fuera al diablo... Y yo... lo he soportado todo. Me daba cuenta de que no sólo era mi honor, sino también el de usted el que era herido... pero... usted lo quería así...: me callé... y ahora escuche... Hace ocho días subió de improviso el mensajero y me dijo que me largara en aquel mismo instante... todos los demás habían sido avisados la víspera, solamente yo no... Así que recogí deprisa todas mis cosas en el cofre y... la anciana Madame Weber tuvo la amabilidad de ofrecerme su casa. Allí tengo una bonita habitación y estoy entre gentes serviciales, que están a mi disposición para todo aquello que a menudo se requiere rápidamente y que a uno le falta cuando vive solo (...) Hoy, cuando me presenté allí, los ayudas de cámara me dijeron que el Arzobispo quería darme un paquete para que me lo llevara... Pregunté si era urgente. Me contestaron que sí, y de una gran importancia (...) Cuando me presenté ante él, lo primero que dijo fue: «Bueno, ¿cuándo se marcha este chico?» «Yo quería (le contesté) marcharme esta noche, pero no había ninguna plaza libre...». Entonces él siguió, de sopetón: ...que soy el mequetrefe más gandul que conocía...; que nadie le ha servido peor que yo...; que me aconseja que me vaya hoy mismo, de lo contrario escribirá para que me supriman el sueldo. Imposible que yo dijera una palabra: aquello crecía como un incendio... Yo escuchaba todo aquello con calma... Me ha mentido a la cara al hablar de 500 florines de sueldo... Me ha llamado canalla, piojoso, cretino... ¡Oh!, no podría contarle a usted todo. Por fin, como la sangre ya me hervía demasiado, le digo: «Entonces, ¿Su Alteza no está contento conmigo?» «¡Cómo! ¿Quiere amenazarme este cretino? ¡Ahí está la puerta! ¡Con semejante bribón no quiero volver a tener nada que ver!»... Para acabar, volví a intervenir: «¡Y yo con vos tampoco!» «¡Entonces, fuera!» Y yo, al retirarme: «Como quedamos así, mañana recibirá mi dimisión por escrito.» Dígame, pues, amadísimo padre, si no lo dije más bien demasiado tarde que demasiado pronto... Ahora escuche... mi honor es para mí lo más importante, y sé que para usted es también así... No se preocupe en absoluto por mí... Estoy tan seguro de mis asuntos de aquí que me hubiera marchado sin tener la menor razón... Ahora que ya tengo una razón, y hasta tres..., ya no tengo nada que ganar esperando. Au contraire, he sido por dos veces un simple cobarde... ¡ya no podía serlo una tercera vez! Mientras el Arzobispo esté aquí, no daré ningún concierto... La creencia que usted tiene de que así quedo mal con la nobleza y con el mismo Emperador es radicalmente errónea... Aquí el Arzobispo es odiado, sobre todo por el Emperador –precisamente una de las razones de su cólera es que el Emperador no le haya invitado a Luxenburgo–. Le enviaré a usted algún dinero con el próximo correo, y así se convencerá de que aquí no me muero de hambre. Por lo demás, le ruego que esté contento..., porque es ahora cuando comienza mi fortuna, y espero que mi fortuna será también la suya... Escríbame, en clave, que está usted satisfecho de todo ello –y ciertamente puede estarlo–, pero aparente que me riñe usted severamente, de modo que no pueda reprocharle a usted nada... (...) No me envíe usted más cartas a la Deutsches Haus, ni paquetes... No quiero saber nada de Salzburgo... Odio al Arzobispo hasta el frenesí. Adieu... Le beso 1.000 veces las manos, abrazo a mi querida hermana de todo corazón y soy para siempre su hijo obedientísímo.

WOLFGANG AMADEUS MOZART

En la anterior misiva podemos ver el trato a su padre y las explicaciones al renunciar el puesto que tenía en la corte de Salzburgo. También habla de la responsabilidad que profesaba por enviar dinero; se dice que porque Leopold le insistía a Wolfgang que él tenía que proveer "a sus padres y su hermana". En repetidas ocasiones el destacado compositor se vería en problemas económicos y en varias cartas se expresa esta preocupación. En la siguiente carta podemos ver cuando escribe a su amigo (y hermano masón), Johann Michael Puchberg, a quien recurriría constantemente para éste propósito.

Carta a su amigo Puchberg
Carta a su amigo Puchberg

Carta a M. Puchberg
Viena, abril de 1790

Como, una vez más, y la última, estoy aquí en el momento más crítico de todos, que debe decidir todo mi porvenir, recurro de nuevo a usted, lleno de confianza en esa amistad y ese afecto de hermano que usted me depara, para que venga en mi ayuda en la medida de su poder. Usted sabe cómo es mi actual situación, si se conociera, me perjudicaría en mis gestiones ante la Corte... ;de qué modo es necesario que permanezca en el secreto. Pues se juzga en la Corte, no según las circunstancias, sino únicamente, por desgracia, según las apariencias. Usted sabe, por otra parte, y de seguro que está persuadido de ello, que si, como ahora puedo esperar formalmente, tengo éxito en mis aspiraciones, usted no habrá perdido absolutamente nada... ¡Con qué placer satisfaré entonces todas mis deudas con usted!... ¡Con qué placer os daré entonces las gracias!... ¡sin dejar por ello de sentirme en deuda con usted de por vida!... ¡Qué agradable impresión una vez que por fin alcance el objetivo perseguido!... ¡Qué divina impresión si me he visto ayudado en ello!... Mis lágrimas me impiden dejar terminada esa escena... En una palabra, toda mi felicidad futura está en sus manos... Obre según se lo dicte su noble corazón..., haga lo que pueda, y piense que lo hace por un hombre leal y agradecido para siempre, al que su situación hace más desgraciado a causa de usted que a causa de sí mismo.
M.

El 4 de agosto de 1782, sin el consentimiento paterno, Wolfgang Amadeus se casó con Constanze Weber. Este hecho también se ve reflejado en varias cartas a su padre y supuso una crisis familiar pues tanto Leopold como su hermana mayor jamás aceptarían del todo a la elegida por Wolfgang.

Carta a su mujer
Viena, 7 de julio de 1791

¡Queridísima y amadísima mujercita! Ya me perdonarás no recibir esta vez más que una sola carta mía. La razón es: he de coger al vuelo a un tal N.N. y no dejarle escapar.. Todos los días, desde las 7 de la mañana estoy ya en su casa. Espero, además, que hayas recibido puntualmente mi carta de ayer (...) Ahora tan sólo deseo una cosa: tener arreglados mis asuntos, para poder estar otra vez contigo. No puedes imaginarte lo largo que se me ha hecho el tiempo, tanto tiempo lejos de ti... No puedo explicarte mi sensación: es una especie de vacío... que me hace mucho daño, una cierta ansia que no se ve nunca satisfecha y, por tanto, nunca cesa..., que dura siempre y que incluso crece día a día. Cuando pienso con qué alegría infantil hemos pasado el tiempo juntos en Baden... y qué tristes y aburridas horas vivo aquí... Hasta mi trabajo deja de alegrarme, ya que me había acostumbrado a levantarme de vez en cuando para charlar un ratito contigo y esa satisfacción me resulta, por desgracia, imposible... Si me pongo al piano y canto alguna cosa de mi ópera, tengo que pararme enseguida...; ¡mis sentimientos son demasiado fuertes! ¡Basta!... ¡Si llega una hora en que este asunto se acabe, en la hora siguiente ya no estaría aquí! No tengo nada nuevo que escribirte (...) Adieu, queridísima mujercita.
Hasta siempre, tu
MOZART

Así pues, estas son solo algunas de las cartas de Wolfgang Amadeus Mozart, todas muestra de un lado de la personalidad de éste músico que no muchas veces conocemos, el del Mozart amigo, hijo y esposo, que nos puede ayudar a completar la imagen de este genio único de quien Joseph Haydn escribió que «la posteridad no verá tal talento otra vez en cien años».