Pese a devaneos con algunas apuestas poco fructíferas, la Apple de los últimos cinco años es más valiosa que nunca. Cinco años después de la muerte de Steve Jobs, cuando se despertó la incertidumbre entre críticos y adeptos en torno a un "ahora qué", a un sentimiento de orfandad y a una voz relativamente unánime en torno a la incógnita de qué sería de la Apple innovadora y las presentaciones mediáticas en las que Jobs era un rodillo, Apple se siente fuerte.

Apple sigue siendo una empresa polarizadora, seguramente la mayor de todas las tecnológicas, por encima de Tesla o de Facebook. O se le odia o se le ama, y los términos medios se difuminan en una u otra dirección. Apple no despierta indiferencia, para bien o para mal. Así y todo, en el último lustro se ha visto cierta tendencia a la madurez, a la consolidación de una idea, de un modelo: el de Tim Cook. Seguramente porque en Apple ya no queda espacio para el mesianismo. La búsqueda del heredero de Jobs terminó sin necesidad de encontrarlo.

El hechizo se desvaneció, el modelo persiste. El consumidor promedio con interés en la industria tecnológica o en sus productos para el mercado de consumo, valga la redundancia, ha aceptado la figura de Cook como la de un gestor en la sombra. O al menos, mucho más en la sombra de lo que estaba Jobs, un encantador de serpientes legitimado por un carrusel de productos que, con sus fallos (Ping, MobileMe, never forget), puso los cimientos y las primeras plantas de lo que terminó siendo la empresa más valiosa del mundo, acercándose por momentos al billón (no billion, billón en español) de dólares.

Paralelamente, la Apple post-Jobs equivale a una Apple más abierta que nunca. En estos cinco años hemos visto entrevistas por parte de ejecutivos, algunas promovidas desde la propia compañía, cosa impensable antes de 2012 en una empresa de siete cerraduras y cinco centinelas.

En el parqué, la Apple de 2016 no es la de 2015: su valoración ha bajado hasta los 600.000 millones de dólares. Pero lo mollar del asunto es que eso es más del doble de lo que tenía en 2011. Su beneficio neto en el último ejercicio se disparó hasta los 53.000 millones de dólares. Únicamente algunas turbulencias como los problemas fiscales en Irlanda han empañado una dinámica arrasadora.

El iPhone está a punto de cumplir diez años. Durante la primera mitad, de la mano de Jobs. Durante la segunda, de la de Cook. En esas dos etapas, donde se ha pasado por auge, explosión y consolidación, ha quedado un reguero de sangre, muchas empresas han sido víctimas, directas o indirectas, en mayor o menor grado, del efecto iPhone. Muchas compañías no han vuelto a ser las mismas desde que Jobs se subió al escenario con aquel tres en uno: BlackBerry, HTC, Palm... E industrias enteras para las que Apple también ha contribuido a su absorción por parte de un único producto, el smartphone, donde ella es la reina del baile, Samsung la princesa, y el resto se reparten como pueden el diminuto trozo de pastel restante llamado "beneficios por la fabricación de smartphones".

Si queda algún reducto de nostalgia por la Apple de la era Jobs es en cierta forma comprensible. Es la época primigenia para muchos de los que descubrieron sus productos y su estilo. La época en la que se le daba cierto protagonismo al Mac. La nostalgia es un terreno baldío, y Jobs es la madre de todas las plagas. Pero en este tema, a veces nos empeñamos en rechazar algo obvio: las cosas maravillosas, como los besos de los quince años o las primeras palabras de un hijo, nunca duran más de lo que tienen que durar. Su carácter inmortal va supeditado a una belleza de carácter frágil y pasajero. Y a ese plano, aunque nos empeñemos, no se puede acceder más de una vez.

Algo así ocurre con la Apple de aquellos años: extrañamos los trucos de prestidigitador de Jobs, su toque para sacar un MacBook Air de un sobre de oficina, su forma de comunicar como en la arrolladora presentación del iPhone original. Pero ya no están. Formaron parte de una etapa que se terminó, tanto por cuestiones de estrategia empresarial como por la más irreversible: Jobs murió el 5 de octubre de 2011. El visionario ya no está, pero los cinco años que llevamos sin él invitan a pensar que con el fin del mesianismo, todos ganamos en algo que con él seguramente no hubiese sido posible.

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