En 1980, en el pueblo de Ambato, en Ecuador los habitantes sufrían desesperados por la súbita desaparición de varias jovencitas del lugar. Como si se tratara de una enfermedad altamente contagiosa, múltiples muchachas se hallaban perdidas, por lo que se sospechaba que quizá algún maníaco estuviera acechando el lugar. Las familias tomaron precauciones y todos estaban pendientes de cualquier información que pudiera aclarar el asunto.

Hasta que un día, en el mercado, una vendedora que trabajaba con su hija notó que un extraño individuo le dirigía miradas lascivas a su pequeña. Luego esta le confirmó a su madre que ese hombre ya había tratado varias veces de convencerla para que lo acompañara a algún lugar. La valiente mujer no esperó un segundo más y motivó a los demás mercaderes a que la ayudaran a someter al sujeto para entregarlo a las autoridades. Motivados por la sospecha colectiva, juntos atraparon a Pedro López, un inmigrante de origen colombiano.

Al principio se declaró inocente de cualquier crimen, pero no tardó en comenzar a confesar la verdad. López declaró que en 1978 había empezado a asesinar a niñas en Perú, llegando a matar a cien, luego de abusar sexualmente de ellas. Cuenta que fue secuestrado por una tribu nativa con el objetivo de ejecutarlo (vertiendo una sustancia dulce en todo su cuerpo para que fuera devorado por las hormigas) pero que un misionero intercedió para que en vez de eso lo entregaran a la policía. Así procedieron, pero debido a dificultades legales entre varias naciones y la poca motivación de la policía para buscar evidencias, fue liberado en una locación secreta para que no fuera linchado.

Una de las muchas oportunidades desperdiciadas por la policía para detener la barbarie.
Una de las muchas oportunidades desperdiciadas por la policía para detener la barbarie.

Pedro se mudó a Ecuador. Luego afirmaría que, durante su estancia en ese país, asesinaba a por lo menos tres niñas a la semana. Confesó haber matado a trescientas muchachas, hecho que la policía dejó de dudar cuando López los condujo alegremente a los lugares en donde había enterrado los cuerpos. Los oficiales afirmaban que el asesino no parecía avergonzarse ni un poco, sino que por el contrario ostentaba una especie de orgullo. Incluso trató que le tomaran una foto con el cráneo de una de sus víctimas.

López acostumbraba a tener una actitud calmada y sabía que las bizarras y anticuadas leyes de Ecuador estaban a su favor. Al no permitir sentencias consecutivas, el número de víctimas pasaba a segundo plano. Una víctima, cien, mil, no importaba, la sentencia sería la misma, la máxima de dieciséis años. Es decir, en su caso específico, Pedro recibiría diecinueve días de castigo por cada asesinato que cometió.

Este hecho increíblemente injusto escandalizó a varios países andinos, incluyendo a Colombia, Perú y Ecuador. El asesino apenas cumplió catorce años de la sentencia y fue liberado en 1994 por buen comportamiento. Los familiares de las víctimas entraron en cólera, la justicia por la que tanto habían luchado acababa de desvanecerse.

Las sentencias de miles de años que ponen los estadounidenses dejan de parecer estúpidas.
Las sentencias de miles de años que ponen los estadounidenses dejan de parecer estúpidas.

López luego sirvió algunos años más en un hospital psiquiátrico colombiano, luego de ser declarado mentalmente incapaz por las autoridades, pero fue liberado otra vez en 1998. Actualmente, no se sabe dónde está o si sigue vivo.

La razón detrás de los crímenes de López ha sido muy discutida. Incluso él no parece tener seguros sus motivos. Todo empezó con la muerte de su padre en la guerra civil colombiana. Su madre, una prostituta colombiana, había tenido trece hijos, Pedro fue el séptimo. Cuando tenía nueve años, lo sorprendió tratando de mantener relaciones sexuales con su hermana menor. La madre lo botó de la casa y López comenzó a vagar sin rumbo por las calles de Bogotá.

Pedro afirma haber sido abusado sexualmente siendo un muchacho indigente. También se unió a varias pandillas, supuestamente buscando protección. A los doce años fue adoptado por una familia estadounidense pero un nuevo abuso sexual por parte de un maestro de colegio enfureció a López y volvió a desaparecer.

A los veintiún años fue encarcelado por robar autos. En la prisión fue brutalmente violado por tres presos a los cuales, lleno de furia, asesinó días después. Los asesinatos fueron considerados defensa propia y solo se le añadieron dos años a su condena.

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Habiendo vivido más experiencias traumáticas que muchos villanos de cómics combinados, Pedro pensó que sería buena idea comenzar a enseñarles a otros cómo se sentía. Justo después de salir de la cárcel, López inició su masiva ola de asesinatos y violaciones por todo Perú, Colombia y Ecuador.

Luego de ser arrestado en Ecuador, la policía envió a un sacerdote a que intentara sacarle una confesión. El plan fue un éxito rotundo, tanto que dicho religioso no pudo aguantar más y renunció a su labor luego de ser bombardeado de cientos de hechos repulsivos e historias repugnantes por el criminal.

Pedro López ostenta el deprimente título del asesino en serie con más víctimas. Aunque no todos los cuerpos han sido encontrados, las autoridades estiman, tomando en cuenta los informes de personas desaparecidas en los tres países que el criminal visitaba, que es bastante probable que López sea responsable por asesinar a más de trescientas muchachas.

Muchas reformas legislativas han surgido luego de semejante desastre judicial, pero ninguna será capaz de consolar a los seres queridos de las trágicas víctimas.

La cadena A&E se encargó de hacer un interesante documental acerca de este hombre.

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