Imaginémonos en el corazón de nuestro laboratorio de última generación. Contamos con la tecnología más puntera, incluyendo cosas que ni los científicos más prestigiosos saben que existen. Todo para cumplir con nuestras malvadas intenciones: destruir el mundo. Sí, somos unos megalómanos antropófobos que queremos destruirlo todo al más puro estilo Plague Inc. Pero, ¿cómo lo haríamos? Por ahora hemos decidido ir a lo más elegante: la guerra biológica. Pero estamos indecisos. ¿Qué escogemos? ¿Un virus o una bacteria para que haga el trabajo sucio? En nuestra búsqueda habremos de resolver esta cuestión: qué es más peligroso de los dos. Así que nos ponemos a investigar.

¿Qué diferencias hay entre virus y bacterias?

Lo primero es lo primero. Hemos de tener clara la diferencia entre unos y otros. Las bacterias son microorganismos unicelulares, es decir, constan de una sola célula (al contrario que cualquier otro ser vivo pluricelular, cuyo conjunto de células forma tejidos especializados). Las bacterias pueden comer casi de todo, convirtiendo los productos más inimaginables en energía y elementos básicos para su manutención. Además, son súper resistentes, contando con varios mecanismos para sobrevivir virtualmente para siempre en la peor de las condiciones. Los virus, sin embargo, no están vivos. Son más pequeños que las bacterias y también bastante más simples. No necesitan comer ni nada por el estilo. Sencillamente se reproducen; esa es su única función en su no-vida. Las bacterias pueden transmitir genes de forma horizontal.

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Eso quiere decir que pueden "pasarse" propiedades y habilidades de unas a otras, aunque sean de especies distintas, a través del material genético. De esta manera pueden transmitir, por ejemplo, la resistencia a un antibiótico o la virulencia. Los virus no. Y tampoco lo necesitan. Sus pequeños cuerpos, formados básicamente por proteínas y material genético, no pueden pasarse información de unos a otros. Sin embargo, mutan muy fácilmente. Mucho más que las bacterias, que también mutan muchísimo. Las bacterias, por tanto, se adaptan mejor. Los virus, sin embargo, no necesitan adaptarse. La transmisión, por otro lado, es bastante sencilla en ambos. Tanto bacterias como virus son tan pequeños que pueden transmitirse a través del aire, el agua, el contacto... sin demasiada dificultad. Todo depende del microorganismo que escojamos. Bien, por ahora seguimos sin tenerlo claro, ¿verdad? Habrá que pedir ayuda externa.

Los factores a tener en cuenta

Para solucionar nuestra maquiavélica duda, Hipertextual se ha puesto en contacto con Enrique Royuela Casamayor, virólogo experto en el campo de la biología molecular de los virus y director, además de editor, en el magazine de divulgación científica Principia. "Hombre, en la actualidad no existe un solo microorganismo que sea capaz de acabar con toda la población humana", nos explica pensativo. "Pero si tuviera que escoger entre los dos, por supuesto, elegiría un virus. La diferencia es muy simple: para la inmensa mayoría de bacterias existen antibióticos y existe tratamiento. Para la inmensa mayoría de virus, no". Pero vayamos un poco más lentos. ¿Qué factores tendríamos en cuenta en la elección? Enrique nos explica algunos buenos ejemplos. Un microorganismo efectivo ha de tener un modo de replicación rápido y virulento. Pero también ha de poder transmitirse fácilmente. Por el aire, por ejemplo.

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Virus infectando una bacteria, en falso color. Fuente: Prophage

Otro aspecto básico es que permanezca el máximo tiempo posible en el cuerpo, maximizando las posibilidades de transmisión. También importante es el hecho de que curse la enfermedad de manera asintomática, es decir, que tarde lo máximo posible en dar la cara. Estos factores son los básicos para permitir que un microorganismo se extienda adecuadamente entre una población, un paso imprescindible para su efectividad. El siguiente, por supuesto, es su letalidad. Y su especificidad. Ningún cuerpo es igual ni reacciona de la misma manera. "Hay que tener en cuenta el grupo objetivo al que va dirigido el microorganismo", nos cuenta el virólogo, "no es lo mismo que afecte a un grupo de riesgo como a una población joven. Sería más efectivo cuanto menos específico sea en la población".

El asesino perfecto

Así, teniendo en cuenta estos aspectos, Enrique escoge su arma: "ahora mismo imagino que todo el mundo elegiría el ébola; porque tiene una tasa de mortalidad muy elevada, no hay vacuna, el tratamiento es complicado... Pero yo me quedaría con un virus tipo gripe. [...] Un virus que las mate callando, que tenga alta tasa de mutabilidad y ciclos de replicación muy rápidos; y sobre todo que tenga la capacidad de cursar de manera asintomática con una frecuencia mayor que el resto." nos cuenta. "Esto permitiría que aumentara enormemente la transmisibilidad. Por supuesto, doy por hecho que cualquiera de estos virus sería extremadamente virulento". Pero virulento no implica que mate rápido, como decimos. Ni que los síntomas sean muy evidentes. En cualquiera de los casos, tanto la velocidad como la visibilidad de los síntomas haría que la enfermedad fuera menos efectiva, ya que se tomarían medidas inmediatas para aislar a los afectados.

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NIAID (Flickr)

"Un virus que las mate callando, con alta tasa de mutabilidad y ciclos de replicación muy rápidos; y que sea asintomático"Entonces, ¿nos hemos decantado por un virus? Una bacteria, a pesar del auge de las peligrosas enfermedades panresistentes, parecen menos efectivas. Suelen estar sujetas a localizaciones (como las enfermedades nosocomiales, a hospitales) y necesidades propias de lo que está vivo. Los virus son más rápidos y difíciles de tratar. Mutan más rápido y tardan más en dar la cara, lo que hace que muchas veces sea tarde tratarlos, si es que es posible hacerlo. "La principal barrera contra las enfermedades, además de las barreras geográficas, es cada uno", comenta, Enrique. "El sistema inmune, el cuerpo, que se adapta y resiste. Cada cual es completamente distinto y nunca sabes como va a resistir ante un ataque microbiológico". Y es cierto. Nuestro sistema inmune es probablemente el medio más sofisticado que poseemos en nuestro cuerpo; capaz de adaptarse y evolucionar de forma inmediata y automática, aprendido de cada nuevo ataque, esta es nuestra principal defensa. Y así, mascullando esta información lentamente, volvemos a nuestro oscuro laboratorio, listos para dar el siguiente y calculado paso de nuestro malvado plan.

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