Nuestro uso omnipresente de herramientas tecnológicas ha sido demonizado durante muchos años: hay investigadores que sostienen **que la tecnología nos está volviendo tontos, sencillamente, haciéndonos perder capacidades intelectuales y analíticas. Aunque esta afirmación haya sido refutada una y otra vez, lo que sí es cierto es que nuestra manera de consumir información escrita puede estar viéndose afectada por los dispositivos que usamos, la estructura de las plataformas en las que hacemos vida social, y la manera en que la información y la cultura nos es presentada en estos tiempos.

De la misma manera en que nuestra forma de ver películas y series ha cambiado con el auge del binge-watching, la cantidad de tiempo que pasamos leyendo tweets y actualizaciones de Facebook podrían impactar nuestra capacidad de leer textos más largos. Sin embargo, no debemos confundir esto con un impacto directo en nuestra inteligencia, sino con una adaptación que nos permitiría lidiar con el constante bombardeo de diferentes tipos de estímulo, pero que al mismo tiempo, inevitablemente, afectaría nuestra capacidad de regresar y permanecer por más tiempo en textos más largos.

De acuerdo con un estudio realizado por la científica noruega Anne Mangen, la manera en la que nuestros cerebros procesan el texto (en el caso de su estudio, un cuento) es diferente incluso al comparar las experiencias entre papel y la pantalla de un Kindle, que -podríamos argumentar- es el dispositivo más cercano a un libro físico: quienes leen en papel pueden reconstruir más fácilmente el argumento del libro, lo que indica que quienes defienden la experiencia táctil podrían tener un punto a su favor**.

El auge de la narrativa hipertextual

Quizás no todos hayamos llegado al punto de tratar de hacer clic con el dedo en la página de un libro antes de darnos cuenta de lo que estábamos haciendo, pero el acto de hacer scroll en una línea de tiempo está engranado en nuestros cerebros. La ruptura reiterada en nuestra atención nos facilita lidiar con una gran cantidad de piezas pequeñas de información, y nos hace más fácil entender nuevas formas de literatura, como la narración interactiva o la literatura multimedia o transmedia.

Por otra parte, quienes consumen su contenido cultural primariamente en pantallas, en lugar de en papel, son más propensos a verse interrumpidos inclusive si están leyendo un texto más largo, como un libro: las notificaciones exigen, de nuevo, un salto constante en el foco de nuestra atención, del mismo modo que los enlaces llevan a otros enlaces y cuando nos damos cuenta tenemos 56 pestañas abiertas y no hemos terminado de leer el primer artículo.

habitos de lectura
Imagen: kaboompics, bajo CC0 Public Domain.

Pero precisamente ésta es la tragedia y la belleza de la hipertextualidad: cuando un texto se enriquece con múltiples capas de significado (cuando podemos buscar esa referencia o esa palabra que no comprendemos en la Wikipedia al mismo tiempo que estamos leyendo, y abrir nuevos caminos dentro del texto, o para tuitear sobre el artículo o iniciar una discusión en Facebook), dejamos de ser consumidores pasivos y pasamos a ser **prosumidores de contenido.

Otros estudios han demostrado que las personas, simplemente, somos más impacientes cuando leemos texto en una pantalla. Puede parecer una enorme pérdida la cantidad de esfuerzo que un autor tiene que llevar a cabo en esta época para conservar la atención de un lector durante más de 140 caracteres, pero al mismo tiempo podríamos elegir verlo como una ganancia: la realidad es que estamos leyendo más que nunca y más rápidamente, no menos. Las estadísticas de aplicaciones como Pocket demuestran que estamos leyendo durante el desayuno, en el bus al trabajo, en todos los tiempos muertos en los que nos habría gustado tener un libro a mano: el móvil siempre está en el bolsillo, y dentro de él, el mundo.

De modo que nuestra queja no es cuantitativa, sino cualitativa: lo que echamos en falta es el estado de trance que alcanzamos cuando un texto captura nuestra atención. La buena noticia, sin embargo, es que hay estudios que comprueban que esta brecha no alcanza a los nativos digitales, es decir, que éstos son capaces de derivar el mismo placer y la misma capacidad de comprensión de un texto en papel o en la pantalla. Y quizás eso signifique, simplemente, que necesitamos producir contenido de mayor calidad si deseamos ganarnos la atención de nuestros lectores**. De modo que si después de seiscientas palabras, todavía estás aquí, me doy por bien servida.

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