Por aquello de que todos han querido contar con uno, parece que un estado sin himno nacional no es un estado en condiciones. La mayoría, como es lógico, fueron compuestos durante cada proceso de formación nacional, no pocos de ellos en el siglo XIX. Unos largos, otros breves, su melodía suele ser simple y fácil de recordar, y se entonan por costumbre en los actos de conmemoración nacionales, cada mañana en las escuelas de algunos países y, en fin, antes de que comiencen determinados eventos deportivos. Pero sabed que **el de Finlandia se diferencia de los demás. Veamos por qué.

Lo que se canta en la inmensa mayoría de los himnos nacionales

Todo el mundo debería ser consciente de que el nacionalismo, tanto como en teoría fomenta la unidad de los pueblos en sus características culturales diferenciadas, también aviva la oposición entre las distintas naciones, hoy desdibujadas y prácticamente inexistentes por la globalización. Esto se puede comprobar en algo tan propio de los estados como sus himnos nacionales: en la inmensa mayoría de ellos encontramos referencias a enemigos de la patria, a glorias bélicas pretéritas, al sacrificio sangriento de los antepasados, al poder no democrático de monarcas y a la protección que Dios le brinda al país frente al de otros, lo cual ya no pertenece a las ideas morales más civilizadas.

Sin embargo, no todos los himnos nacionales son tan así. De hecho, se puede apreciar cierta gradación**, desde los que más hunden sus versos y estrofas en la lucha guerrera, quizá por la autodeterminación del propio estado, hasta los que se centran más en las alabanzas patrióticas, pero todos incluyen algo sobre enfrentamientos o la adscripción divina.

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*El francés es uno de los más famosos, La Marsellesa* (1792), que, entre otros muchos que se podrían mencionar, encierra versos como: “¡A las armas, ciudadanos! / ¡Formad vuestros batallones!”, y más adelante: “¡Cómo, cohortes extranjeras, / harían la ley en nuestros hogares!”, o: “¡Dios santo! Encadenadas por otras manos, / nuestras frentes se inclinarían bajo el yugo”. El de Estados Unidos, La bandera tachonada de estrellas (1814), también se ha difundido lo suyo por su penetración cultural en el mundo entero, y dice cosas como: “Y el rojo fulgor de cohetes, las bombas estallando en el aire, / dieron prueba en la noche de que nuestra bandera aún estaba ahí”, o: “Luego conquistar debemos cuando nuestra causa sea justa / y este sea nuestro lema: «En Dios está nuestra confianza»”.

En de Reino Unido cantan Dios salve a la Reina (1744)*: “Oh, Señor, nuestro Dios, levántate, / dispersa a sus enemigos y haz que caigan”. El canto de los italianos (1847) proclama: “Juntémonos en cohorte, / estamos preparados para la muerte”, y: “Unidos, por Dios, / ¿quién nos puede vencer?”. En *Oh, Canadá (1880), escuchamos: “Así como tu brazo sabe llevar la espada, / así también sabe llevar la cruz. / Tu historia es una epopeya / de las más brillantes hazañas”. El de Egipto, Mi país, mi país, mi país (1878), : “Oh, mi patria, será libres para siempre, / a salvo de todos los enemigos”, y: “Mi objetivo es repeler a los enemigos / y confío en Dios”. El de China, Tres principios del pueblo (1924)**, azuza así: “Oh, ustedes, guerreros, / por el pueblo, estén a la vanguardia”.

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El de *India, El espíritu de todo el pueblo* (1911), dice: “Rezan por obtener tu bendición, y cantan tus glorias. / La salvación del pueblo descansa en tus manos, / de la India eres quien traerá la fortuna, / victoria, victoria, victoria a ti”. El Himno estatal de la Federación Rusa (2000) asegura: “¡Eres única en la faz! Eres inimitable. / Protegida por Dios, tierra natal”. El de Japón, uno de los más breves, cuyo nombre se traduce habitualmente como Que su reinado dure eternamente (entre el 794 d. C. y 1185), dice así: “Que su reinado, señor, / dure mil generaciones, / ocho mil generaciones, / hasta que los guijarros / se hagan rocas / y de ellas brote el musgo”.

Los mexicanos entonan el siguiente estribillo (1853): “Mexicanos, al grito de guerra / el acero aprestad y el bridón; / y retiemble en sus centros la tierra / al sonoro rugir del cañón”. El coro venezolano que canta Gloria al bravo pueblo (1810) empieza así: “Gloria al bravo pueblo / que el yugo lanzó…”. El himno de Brasil (1889) contiene estos versos: “Mas si se yergue de la Justicia a la muerte fuerte, / verás que un hijo tuyo no huye de la lucha, / ni teme, quien te adora, a la propia muerte”. El de Argentina (1812)**, estos otros antes de 1900: “Pero sierras y muros se sienten / retumbar con horrible fragor. / Todo el país se conturba por gritos / de venganza, de guerra, y furor”, y siempre este estribillo: “Sean eternos los laureles / que supimos conseguir: / coronados de gloria vivamos, / o juremos con gloria morir”.

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Pero los hay más contenidos. En **La canción de Alemania (1841) se pregona: “… así será si en la protección y la defensa / siempre nos unimos como hermanos”. Y en Avanza, Australia justa (1878) se anuncia: “Bajo nuestra radiante Cruz del Sur, / marcharemos con el corazón y las manos / para hacer a la Commonwealth nuestra / renombrada en todas las tierras…”.

Y hasta el de Bulgaria, Querida patria (1885), contiene una referencia bélica aunque no lo aparente, pues dice así: “Orgullosa Montaña Vieja, / al lado del Danubio azul, / el Sol ilumina Tracia, / brillando sobre el Pirin. / Querida Patria, / eres un paraíso terrenal, / tu belleza y tu encanto, / ah, no tienen fin”, y en la Montaña Vieja, la cumbre del Shipka de la Cordillera Balcánica, hay un monumento dedicado a los soldados que consiguieron la liberación búlgara en 1878 tras siglos de dominación otomana. Lo que, desde luego, es mucho más sutil que el grecochipriota Himno a la libertad (1823)**, que comienza de la siguiente manera: “Te conozco por el filo / tan terrible de tu espada…”

La peculiaridad del himno nacional finlandés

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El himno de Finlandia carece por completo de menciones a conflictos y protecciones de la divinidad frente a otros. Fue compuesto por el suecofinés Johan Ludvig Runeberg en 1846, y su melodía, por el alemán Fredrik Pacius en 1848. Se titula Nuestra tierra, y dice así: “¡Nuestra tierra, nuestra tierra, nuestra patria, / que suene alto tu nombre, esas palabras tan queridas! / No existe una colina que se levante hacia el cielo, / ni valle que baje, ni playa que bañe el mar / que sea más amada que nuestro lugar en el Norte, / más que el suelo de nuestros ancestros. / Eres una flor que espera aún como pimpollo, / pero madurarás y saldrás de tu confinamiento. / ¡Mira! De nuestro amor se levantará / tu luz, tu brillo, tu alegría, tu esperanza. / Y sonará otra vez fuerte y clara / ésta, nuestra canción a la patria”.

Como podéis comprobar, deja a un lado todas las alusiones a cualquier aspecto que pueda tomarse como una división negativa entre personas a un lado y otro de la frontera finesa, quedándose brevemente con una expresión de amor a la patria. Muy conocida es esa sentencia del británico Oscar Wilde acerca de que “el patriotismo es la virtud de los depravados”, pero no se refería a la que conduce a los versos del himno finlandés, sino a la que impulsa las arengas del resto.

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Quizá lo más conveniente sea que los himnos carezcan de letra, como el de España, Bosnia-Herzegovina y San Marino. De ese modo nos libraríamos de estas cancioncitas simplonas en las que se declara pomposamente, con la mano en el corazón y mirando al horizonte en pose augusta, que la tierra de uno es la repanocha, la pera limonera, lo más chévere y padrísimo, la mejor por encima de las demás; y lo curioso es que todas lo declaran a la vez. La paradoja patriótica, podríamos llamarlo; una paradoja lamentable.

**O puede que lo más beneficioso para los ciudadanos del mundo sea olvidarnos de los himnos nacionales y reivindicar aquellos que celebran la concordia humana, como el Himno de la alegría** compuesto por Beethoven entre 1817 y 1824 con la letra de la oda escrita por Friedrich von Schiller en 1786, al que precisamente la Unión Europea escogió como su himno, tristemente sin su letra. Porque habla de júbilo y hermanamiento de todos los seres humanos, y pese a su deísmo —no nacionalista, eso sí—, resulta difícil encontrar otro himno más inspirador y con más fuerza que esta maravilla de Beethoven.