María es un nombre ficticio en una historia muy real. María es la hija menor de una familia normal, con unos padres afectivos aunque algo mayores. Ella nació casi sin ser esperada, cuando sus hermanos ya eran prácticamente adultos. Por eso, creció siendo una auténtica princesa. Carismática, más madura que sus compañeros y muy activa, María siempre destacó. Hasta que comenzó sus primeros años de secundaria. Esa forma de llamar la atención o tal vez su actitud confiada por haber obtenido siempre lo que quería despertó el interés de algunos de sus compañeros. Un interés muy insano. Pronto, las primeras riñas entre jóvenes se convirtieron en amenazas propias de mayores mezquinos. María volvía a casa a veces con moretones de los que no quería hablar. Se sentaba sola en el patio, esperando que el grupo liderado por Natalia (también un nombre ficticio) la dejase en paz. Pero no quedó ahí la cosa. Natalia y sus amigas comenzaron a buscarla por la calle o a desperdigar rumores desagradables y sin sentido.

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Su historia no mejoró. María dejó de ser la niña alegre que había sido, sintiéndose rechazada, humillada y agredida todos los días. Esto duró casi dos años. María cambió de instituto con esperanzas nuevas. Solo para descubrir unas semanas después que a Natalia también la habían cambiado. Y como se conocían, los profesores decidieron que sentarlas juntas era la mejor opción para promover la integración de las niñas. Hicieron caso omiso de unos informes poco claros sobre conflictos escolares, por supuesto. Un año después, cuando el rendimiento de María estaba por los suelos, comenzaron a sospechar que algo grave pasaba. Las quejas de su madre no eran sobreprotección. Algo estaba ocurriendo de verdad entre las dos niñas. Tres años y medio fueron más que suficientes para acabar con la niña alegre y dicharachera que había sido María. Para siempre.

El fenómeno del bullying

Actualmente vivimos una época en la que gracias a nuestros conocimientos y a la información disponible es mucho más fácil detectar fenómenos como el bullying. El acoso escolar u hostigamiento no es nuevo. Siempre ha existido en las aulas. Probablemente siempre ha existido, incluso antes de la aparición de las instituciones educativas. Por ello, cada vez son más los expertos que tratan de acercarse a él desde un punto de vista clínico. Para poder entenderlo mejor, desde Hipertextual nos hemos puesto con en contacto con Mª Fuensanta Illán Abellán especializada en psicología clínica y de la salud, con amplia experiencia en Protección Civil como responsable y psicóloga dentro de la Unidad de Primeros Auxilios Psicológicos (UPAP) y en la actualidad, componente del ERIE Psicosocial de Cruz Roja..

Adolescentes en Internet
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"En la dinámica bullying los implicados directos son las víctimas y los agresores", nos cuenta. "Pero también nos encontramos a otros alumnos implicados en este fenómeno: los espectadores que pueden asumir varios roles, apoyando la intimidación, manteniéndose neutrales o tolerando los comportamientos. También tenemos a los "defensores", también denominados "héroes", que se enfrentan al agresor asumiendo los riesgos de su acción". Los casos de acoso no suelen ser sencillos de diagnosticar. Según el Estudio estatal sobre la convivencia escolar en la educación secundaria, es difícil saber cuántos casos reales de bullying existen porque muchos de los mismos ni siquiera salen a la luz. "Cuando a consulta llega un niño y se observa que engloba una problemática de bullying, hay que saber si el centro educativo de referencia es consciente de ello y si se están tomando medidas. Si se ha identificado en el centro educativo, se informa a los padres y docentes y se llevan a cabo charlas y talleres de concienciación en el grupo-aula". explica la psicóloga.

"En el caso necesario habrá que intervenir tratando con la víctima. Pero también con el agresor. Los niños que comenten la agresión pueden desarrollar conductas de riesgo social y disruptivas a lo largo de su vida"

"En el caso necesario habrá que intervenir tratando con la víctima. Pero también con el agresor". Fuensanta hace hincapié en que es muy importante no olvidar que también hay que trabajar con los agresores. "Los niños que comenten la agresión pueden desarrollar conductas de riesgo social y disruptivas a lo largo de su vida: falta de control, actitudes violentas e intolerantes, muestras de exceso de autoridad, imposición de puntos de vista, fracaso escolar... Hay que trabajar con ellos para que entiendan qué está mal en la agresión". Pero, además, también es importante trabajar con el resto del grupo, desde el centro educativo, tanto con la víctima como con el agresor y el resto de la clase. Este tipo de actos tienen consecuencias a medio y largo plazo. Especialmente cuando no se detectan a tiempo.

Los mecanismos tras la agresión

Vaya por delante que tratar de simplificar un comportamiento no es buena idea. Sin embargo, en el intento de comprender como funciona nuestra forma de pensar y sentir, los investigadores han de reducir los problemas y mecanismos para poder estudiarlos. Así, el equipo de la Escuela de Medicina Monte Sinaí ha encontrado un mecanismo neuronal que actúa en los procesos de bullying o acoso. En el comportamiento de los mamíferos la actitud agresiva es normalmente asociada a una intención: imposición, defensa... Normalmente, el acto de agresión provoca una respuesta aversiva, es decir, una señal que despierta en el cerebro una sensación desagradable. A nadie nos gusta ver una acción violenta "gratuita" (si es que esta frase tiene sentido).

La agresión en el bullying es capaz de provocar una recompensa en ciertos individuosSin embargo, existe la posibilidad de que una agresión desencadene una respuesta de recompensa en nuestro cerebro. Esto no es común y normalmente se asocia a un desorden neurofisiológico o psicológico. Precisamente, lo que han conseguido encontrar los investigadores es la primera evidencia de que, efectivamente, la agresión en el bullying es capaz de provocar una recompensa en el cerebro; además, han hallado el mecanismo por el que ocurre esto. Para que sintamos desagrado a una actitud agresiva, una porción de nuestro cerebro, la habénula lateral, se encarga de "codificar" la señal de aversión, de manera que nos resulta desagradable. ¿Qué ocurre cuando esto no funciona?

cerebro
_DJ_ (Flickr)

Los investigadores han encontrado que en algunos individuos "inhiben" el trabajo de la habénula lateral. En vez de activar el mecanismo de aversión, activan el de recompensa, pues están muy relacionados, fisiológicamente hablando. Es decir, en vez de sentir desagrado, sienten placer al agredir y acosar a una posible víctima. Aunque este mecanismo ha sido descrito en ratas, es bastante probable que los seres humanos tengan algo similar, lo que podría implicar desarrollar tratamientos para combatir el bullying. Pero, ¿qué tratamientos? Como ya hemos dicho más de una vez, simplificar en el comportamiento no es buena idea.

Entender el acoso

"Las personas tenemos muchas esferas: la cognitiva, la fisiológica, la conductual... no podemos simplificar tanto un problema tan complejo", afirma Fuensanta al preguntarle por la investigación. "Está claro que hay un factor genético. Pero estamos seguros de que existen muchos otros factores a tener en cuenta como el contexto familiar, el socio-cultural o el educativo.. El comportamiento de los agresores está muy influido por estilos parentales o la dinámica familiar". Tal y como nos explica, generalmente no es sólo una cuestión de "satisfacción". El agresor se siente que su actitud está justificada sólo por la mera provocación. Una provocación muchas veces inexistente. Eso sí, existen algunos perfiles asociados a la figura del agresor, quien suele ser más fuerte físicamente, desconfiado, de conducta defensiva y taimado: aplican sus agresiones en el momento justo para evitar una reprimenda por parte de otra autoridad. Estas actitudes se convierten en su modo de socializarse, impidiéndoles que entiendan las emociones de los demás, especialmente las de la víctima.

A veces, las víctimas activas mezclan este papel con el de agresores, son víctimas y a la vez agresoresPero, ¿qué hay de ella? Las víctimas, como María, pueden presentar dos tipos de perfiles. Están aquellas que reciben la vejación de forma pasiva. Las víctimas pasivas viven una situación social de aislamiento, con frecuencia no tienen un solo amigo entre sus compañeros y presentan dificultad de comunicación. Por el contrario, las víctimas activas presentan una tendencia impulsiva a actuar sin elegir la conducta más adecuada a cada situación. Suelen emplear conductas agresivas, irritantes o provocadoras. A veces, las víctimas activas mezclan este papel con el de agresores, son víctimas y a la vez agresores. Estos últimos suelen tener peor pronóstico. Y, ¿qué se puede hacer con ellas? "En función de cómo se encuentre a nivel emocional, psicológico y social se trabajaría a través de la psicoeducación", nos cuenta la psicóloga. "Entrenamiento en habilidades sociales, modificación de pensamientos y emociones negativas, trabajar en proporcionarle las herramientas necesarias con el fin de mejorar su autoestima y autoconcepto para poder hacer frente a la situación que está viviendo... Dependiendo de la persona y de su situación particular se utilizarán una serie de técnicas, herramientas o medios parar paliar esta situación." explica. En cualquier caso, hay que comprender que el acoso no es una materia sencilla, en la que exista un mecanismo o tratamiento único. Más bien hace falta un conjunto de acciones y consideraciones a nivel colectivo, social, para poder combatirlo.

autismo
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Pues como ya hemos dicho, los protagonistas no son sólo la víctima y el acosador. María, probablemente, no recibió la ayuda necesaria en el momento adecuado. Esto muchas veces ocurre por el desconocimiento de un asunto sumamente complejo. Otras es por cuestiones distintas. Sin querer buscar culpables, su familia entiende que a pesar de sus denuncias, se negó un problema que estaba ocurriendo, algo que pasa demasiado a menudo. María, es ahora una adolescente que ha cambiado por tercera vez de instituto. Pero la carga la sigue llevando consigo. Natalia hace tiempo que desapareció de su vida. Pero fruto de su acoso, la actitud de María ha provocado la atracción de otros agresores potenciales. Pero eso no es lo importante. Lo importante es que día a día, María trabaja para borrar su experiencia. Ahora tiene inquietudes y crece día a día, conociendo gente nueva y entendiendo que el mundo no son golpes e insultos cada día. Y lo sabe porque los que están a su alrededor se lo demuestran a cada momento, acallando las voces de aquellos que tratan de hacerle daño; de convertirla en una persona que no es, ni volverá a ser nunca.

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