Durante muchos años, la banca en España parecía tener un problema sin solución. Acudir cualquier día a las oficinas de un banco podía ser una experiencia poco complaciente debido a las colas que se generaban, especialmente, por aquellas personas que no tenían ningún acercamiento a la tecnología, personas en su mayoría de avanzada edad esperando para realizar, de manera física, lo que desde hacía años y años se podía hacer por teléfono o Internet. Una brecha digital generacional, que gracias a los avances en accesibilidad, cada vez va a menos.
Lo primero que hay que tener en cuenta, antes de profundizar, es que hablamos de dinero. El mismo grupo de personas que para otros aspectos sí puede confiar más rápidamente en avances tecnológicos, con el dinero tiene ciertas reticencias. Y es normal, obtenerlo es difícil, y perderlo es una desgracia. Por ello, gran cantidad de personas no sólo no sea fiaba de realizar gestiones por Internet, sino que, a día de hoy sigue utilizando las cartillas como modo de registrar físicamente el saldo disponible, porque, de otra manera, en su concepción, podría suceder algo extraño e incontrolado. Sin embargo, gracias a la explosión de la revolución móvil y la accesibilidad, hemos tenido la suerte de que cada vez más gente confíe en sistemas electrónicos no presenciales.
Según podemos ver en datos del informe La Sociedad de la Información en España 2015, de Telefónica, el uso de Internet para operaciones bancarias en personas de entre 55 a 64 años pasó de estar en el 36,2% en 2014, a estar en el 46,5% en 2015. Lo mejor de todo es que la cifra de ese segmento se sitúa ya incluso por encima de la media del acceso de personas de todas las edades, algo realmente increíble. Aunque el ordenador sigue siendo el dispositivo más utilizado para acceder, el smartphone es ya el dispositivo de acceso favorito de quienes lo usan, por lo que su futuro no puede ser más prometedor.
La usabilidad y seguridad que proporcionan las aplicaciones móviles han logrado convencer a gran parte del público escéptico.
Al principio cabía pensar que la aportación del smartphone al problema de la brecha digital sería ínfima, o incluso lo agravaría. Y era un razonamiento lógico. Pero viendo cómo se ha desarrollado todo, podemos explicar por qué no ha sido así. Los smartphones y tablets han brindado al usuario interfaces mucho más fáciles y directas de manejar, con gran usabilidad y flexibilidad (donde la web y muchos cajeros fallaron en un primer momento al no homogeneizar sus interfaces), con cientos de opciones más enfocadas a expertos que a usuarios que sólo pretendían hacer dos o tres consultas y operaciones sencillas.
Las aplicaciones móviles han hecho comprensible, con una curva de aprendizaje corta, lo que antes asustaba. Incluso un tema tan delicado como la seguridad, con factores agregados, como el miedo a introducir un PIN en Internet, se han solucionado de manera satisfactoria en smartphones con la integración en aplicaciones del uso de variables biométricas como la huella dactilar para una identificación segura e invisible, o de manera más universal, con el uso de factores de doble autenticación.
Lo mejor de todo esto es que todo el mundo ha ganado. Las oficinas están mucho más libres para los problemas y gestiones que de verdad requieren atención personalizada por parte de un experto, y las personas de las franjas de edad mencionadas ahorran mucho tiempo accediendo en segundos a todos los datos y operaciones que, de otra manera, les hubiera tomado buena parte de una mañana. Lo mejor, es que esto es solo el principio. Resulta paradójico, pero en vez de separarlas, el avance tecnológico cada vez acerca más a las distintas generaciones.