Para 1933, el pintor holandés Vincent Van Gogh se incluyó en la lista de artistas “degenerados” para el nazismo. Muchas de sus obras más conocidas fueron expropiadas a sus dueños legítimos y se expusieron disimuladamente en museos. Una de esas pinturas fue el famoso retrato del Dr. Gachet. Cuando finalizó el cuadro, el propio Van Gogh envió una carta a su hermano para hablarle de ella: “Acabo de hacer un retrato de M. Gachet con una expresión melancólica que bien podría parecer una mueca a los que la contemplan. Triste, pero suave, clara e inteligente…”
En el caso de esta pintura, los nazis no la robaron de un coleccionista privado, sino que la extrajeron del Museo Stadel de Frankfurt en Alemania. El museo había adquirido el retrato en 1911 y fue confiscado en 1937. De hecho, Hermann Goring, Mariscal del Reich, dándose cuenta del enorme valor de la obra, decidió venderla para obtener importantes beneficios. Así, el cuadro fue subastado y finalmente comprado por un coleccionista alemán que a su vez rápidamente lo vendió a Siegfried Kramarsky. Curiosamente, este individuo era un financiero judío que huyó en 1938 a Nueva York para escapar del Holocausto. Pagó la nada despreciable cifra de 53.000 dólares de la época.
Pasó medio siglo hasta que hubo de nuevo noticias sobre la pintura. En 1990, la familia Kramarsky, que aún residía en Nueva York, la vendió por 82,5 millones de dólares. Un hito en el mercado del arte que situó a esta obra como la más cara de la historia jamás vendida hasta ese momento. Fue adquirida por Ryoei Saito, un hombre de negocios japonés. Pero tras su muerte en 1996, se perdió la pista del cuadro y jamás se volvió a saber de él. No obstante, en 2007 se publicaron varios informes en los que se aseguraba que había sido vendida al fundador de una compañía de fondos de inversión austríaca llamado Wolfgang Flöttl. Un dato que nunca se confirmó.
Hoy en día quedan muchas cuestiones por resolver sobre la historia del retrato del Dr. Gachet. Al menos, podemos disfrutar de la segunda versión de la pintura en el Museo de Orsay en París.
Otras obras robadas no gozaron del prestigio de un buen apellido o de ser concebidas por artistas universales, pero algunas han tenido un final feliz mucho más reciente. Es el caso del Retrato de un Hombre Joven del pintor polaco Krzysztof Lubieniecki, también expropiada por orden de Goering.
La familia Bobb devolvió la pintura sin recibir recompensa alguna
La pintura se perdió durante el transcurso de la guerra y un soldado norteamericano la encontró en Austria y se la llevó a su casa en Columbia. De esta forma, el cuadro cruzó el charco para acabar en manos de John Bobb, un experto en Historia del Arte por la Sorbona de París y amante del barroco. El caso es que la procedencia de la pintura no tardó en adivinarse. Al realizar una limpieza de la casa donde residía la viuda de aquel soldado, se encontraron un par de fotografías en las que el joven posaba con la pintura junto a una etiqueta que decía “Museo Nacional de Varsovia” en polaco.
A partir de ese instante, las sospechas de la familia Bobb fueron en aumento y optaron por contactar con el Gobierno. A pesar de las advertencias del FBI sobre la nula recompensa por devolver la obra, los Bobb decidieron honrar su amor por el arte devolviendo el cuadro tras 20 años presidiendo su salón.
Si hablamos de Polonia, las cifras hablan por sí solas. Más del 70% del patrimonio artístico polaco fue confiscado durante por el nazismo durante la 2º Guerra Mundial. Existe además una web, elaborada por el FBI en colaboración con el Ministerio de Cultura polaco, dirigida a posibles compradores de arte para comprobar si una obra concreta fue robada durante el conflicto.
Pero, ¿y un salón entero puede robarse también? Pues no sólo robarse, sino también desaparecer. Es el caso de la legendaria Cámara de Ámbar, un gran salón del Palacio de Charlottenburg en la antigua Prusia. Gottfried Wolfram, un escultor danés especializado en el ámbar, esculpió en 1701 junto al arquitecto Andreas Schluter, toda una habitación con este material precioso. Seis toneladas de ámbar para una estancia llena de joyas, pinturas y oro.
En 1716, el salón se regaló a Pedro el Grande para celebrar la paz entre Rusia, Prusia y Suecia Finalmente, pero en 1755 fue trasladado al Palacio de Catalina hasta que casi dos siglos después, el régimen nazi decidió darle una nueva ubicación. La Cámara de Ámbar de desmontó en 27 gigantescas cajas
Hitler estaba familiarizado con la Cámara de Ámbar y consideró que debería estar en posesión de Alemania. De esta forma, tras tomar el control de Leningrado, el Fuhrer envió un equipo de hombres para desmantelarla. En total, desmontaron el salón en 27 inmensas cajas y las enviaron a la ciudad de Konigsberg, en la Prusia Oriental. Sin embargo, al ser bombardeada meses más tarde, se perdió para siempre el rastro de esta inmensa obra. Sin duda, uno de los grandes misterios de la guerra contra el nazismo.
En la actualidad existen numerosas teorías sobre su paradero. Desde las que aseguran que fue destruida por las bombas, hasta las que defienden que fue escondida en algún bunquer de la región. No obstante, a finales de 2015 se anunció el descubrimiento de unas cámaras subterráneas en la Baja Silesia (Polonia) que parecían guardar un convoy nazi. Ahora se baraja la hipótesis de que en algunos de sus vagones se encuentre la legendaria Cámara de Ámbar, esperando para ser rescatada.