Hay quien considera **el suicidio** En un suicidio colectivo, un montón de personas se quitan la vida de forma simultánea y por idénticas razones, se conozcan o no
una derrota frente a las circunstancias de la vida; otros, en cambio, lo respetan por tratarse de una decisión propia sobre el final de nuestra existencia, una valiente afirmación de la libertad personal. De lo que no cabe duda es que este se produce en malos momentos personales por un serio desajuste bioquímico, y que no es lo mismo optar por la eutanasia, por la muerte provocada ante una enfermedad o estado de salud sin posibilidad de cura, que pegarse un tiro porque nos ha abandonado un amante.
Pero hay otras circunstancias extremas muy particulares que llevan al suicidio colectivo, aquel en el que un montón de personas se quitan la vida de forma simultánea y por idénticas razones, se conozcan o no. Y **las guerras son una causa habitual de hechos como estos; es lo que quiero ejemplificaros a continuación.
El sitio de Numancia
De entre las posibles muestras de este fenómeno, he seleccionado en primer lugar el ocurrido durante el sitio de Numancia, una población de los celtíberos a pocos kilómetros de la actual Soria española** que llevaba dos décadas resistiendo los embates de las tropas romanas.El suicidio colectivo de Numancia se produjo tras trece horribles meses de hambre y epidemias a causa del cerco romano
Hasta que, en octubre del 134 antes de Cristo, Escipión, el Joven, se propuso obligar a los numantinos a que se rindieran, cortándoles cualquier vía de subsistencia, para lo que, entre otras cosas, cercó la ciudad y arrancó y quemó las cosechas de los vácceos, con los que Numancia comerciaba para abastecerse de suministros. El único que fue capaz de atravesar el cerco de Escipión mediante escalas con unos cuantos hombres era conocido como Retógenes, el Caraunio; pidió socorro a sus vecinos y sólo Lutia accedió, motivo por el que Escipión, puesto sobre aviso por ancianos traidores de la ciudad, cortó las manos a 400 jóvenes lutiakos.
Y, en el verano de 133 a. C., Numancia fue tomada finalmente tras trece horribles meses de hambre y epidemias, no sin que antes la mayoría de su población, entre 1.500 y 2.000 habitantes, se hubiese suicidado tras incendiar la ciudad. El reducido grupo que sobrevivió fue condenado a la esclavitud.
El asedio de la Masada
Lo que tuvo lugar en la Masada, un conjunto de edificaciones palaciegas y fortificadas en lo alto de una montaña del desierto de Judea, no lejos del mar Muerto, en el año 73 d. C. también es digno de contarse. Sucedió a finales de la Primera Guerra Judeorromana o Gran Revuelta Judía, un enfrentamiento armado que se originó por los conflictos religiosos entre judíos y griegos contra la ocupación de Judea por parte del Imperio Romano.Únicamente sobrevivieron al suicidio colectivo de la Masada una anciana, una madre y cinco niños, que se habían ocultado en un corredor subterráneo
La rebelión fue liderada por los zelotes y los sicarios, grupos violentos, fanáticos y rivales del judaísmo, y los segundos le arrebataron la Masada a la Tercera Legión Gala, de la que había estado a cargo casi tres décadas. Cuando cayó Jerusalén en manos de Tito en el año 70, únicamente quedaban tres fortalezas que resistían a los romanos; entre ellas, la Masada. Hasta que, dos años más tarde, Lucio Flavio Silva, hasta el gorro del difícil estado de cosas, la asedió con la Décima Legión del Estrecho Marino.
La noche antes de la prevista toma de la fortaleza, Eleazar ben Yair, jefe de los sicarios, propuso a sus hombres llevar a cabo un suicidio colectivo para evitar que les hiciesen prisioneros y les vendieran luego como esclavos. Pero, como el suicidio es un pecado para los judíos, asesinaron primero a sus familiares y echaron a suertes suertes qué diez de ellos acabaría con la vida del resto y quién de esos diez mataría finalmente a los demás. Así ocurrió y, antes de suicidarse él mismo, provocó un incendio en la fortaleza, dejando a salvo los víveres: querían que los romanos supiesen que no habían actuado por desmoralización.
Cerca de 1.000 personas murieron por su propia mano aquella noche; únicamente sobrevivieron una anciana, una madre y cinco niños, que se habían ocultado en un corredor subterráneo que llevaba a las cisternas. Estas mujeres fueron las que explicaron lo que había pasado en la Masada en la víspera de su caída.
Los suicidios forzosos de japoneses en la II Guerra Mundial
Cuando las tropas japonesas fueron repelidas por las estadounidenses en la Segunda Gran Guerra, se puso de manifiesto de la peor manera posible la idea nipona de que entregarse con vida al enemigo era un acto deshonroso, y en algunos lugares, se convenció a los civiles de que, cuando las tropas americanas llegaran, cometerían atrocidades con ellos, así que lo mejor que podían hacer era suicidarse; y quienes se negaban eran obligados a ello o incluso directamente ejecutados.En la Segunda Guerra Mundial, se puso de manifiesto de la peor manera posible la idea nipona de que entregarse con vida al enemigo era un acto deshonroso
Esto sucedió, por ejemplo, en la isla de Saipán, hoy parte del territorio libre asociado a Estados Unidos de las Islas Marianas del Norte. El 9 de julio de 1944, la población comenzó a arrojarse por los acantilados de Marpi Point. Madres se lanzaban con sus hijos en brazos, o primero los dejaban caer y luego se iban ellas con sus esposos, los abuelos y demás familiares. El horror llegaba al punto de que había niños que no morían al caer y, más tarde, soldados estadounidenses como Michael Witowich los encontraban entre las rocas, en agonía y chillando de dolor, y no les quedaba otra que rematarlos de un tiro para que no sufrieran más. A Witowich, esto le marcó de por vida.
En el archipiélago de las Islas Ryukyu, entre marzo y junio de 1945, la coacción para el suicidio colectivo se repitió. En Tokashiki, más de 300 civiles se mataron entre ellos estrangulándose o partiéndose el cráneo con piedras y ramas de árboles. En Okinawa, familias enteras se golpearon también con palos y piedras, se ahorcaron, hicieron estallar granadas en el interior de sus casas o se arrojaron por los acantilados del Cabo Kiyan. Pero, al igual que los soldados tras haberse asegurado de la efectividad de los suicidios, muchos civiles fueron contra las tropas estadounidenses, y a cada uno se le entregaba un par de granadas: una, para estos, y otra, para ellos mismos.
Los soldados americanos se esforzaron por contrarrestar la idea de que eran unos bárbaros que pretendían torturar, violar a las mujeres y masacrar a la población. El mexicano Guy Gabaldón apresó a más de un millar de japoneses y les convenció de ello, logrando que no se suicidaran, motivo por el que le condecoraron con la Cruz de la Armada. Pero en Okinawa, donde unos 250.000 civiles murieron entre los suicidios, el combate y los bombardeos, un sinnúmero de jóvenes japonesas fueron violadas por los soldados estadounidenses.En Okinawa, muchas jóvenes japonesas fueron violadas por soldados de EEUU: allí se hicieron realidad las razones de los suicidios colectivos
Y famosos son los kamikazes, que se estrellaban con sus aviones contra los barcos enemigos, y si bien la mayoría se suicidaron de esta forma, para morir matando, con el convencimiento de que era lo que debían hacer, los hubo que consideraban este comportamiento un auténtico delirio, y fueron voluntarios porque, de no acatar así el principio social japonés de cumplimiento con la colectividad, les horrorizaba lo que pudiesen hacer con ellos o contra sus familias.
Temor que no era ninguna tontería: el avión del soldado kamikaze Kenichiro Oonuki fue alcanzado por un caza en abril de 1945, cuando se disponía a estamparse contra un barco, así que aterrizó en una isla próxima; y por haber sobrevivido, le encarcelaron tachándole de cobarde y le torturaron. Fue uno de los pocos kamikazes que seguía con vida después de la guerra.
La histeria colectiva en Demmin
Cuando los habitantes de esta ciudad alemana fueron conscientes de que el Ejército Rojo iba a tomarla, que ellos no podrían resistir su ataque y que su país estaba perdido a finales de la Segunda Guerra Mundial, en mayo de 1945, entre 700 y 2.000 personas usaron cianuro, pistolas, cinturones, cuchillas de afeitar o se tiraron al río Peene atados a sacos de piedras para acabar con su vida. Días después, las orillas del río estaban llenas de cadáveres, muchos cuerpos colgaban aún de los árboles y de las casas salía un olor putrefacto por las familias que se habían suicidado en su interior.
Irene Bröke, que entonces era sólo una niña de diez años, fue testigo de todo: “Fueron excavadas fosas comunes en el cementerio porque no era posible darles entierro de otra manera. Los recogíamos en carretillas y los depositábamos a la fosa. Por el camino íbamos reconociendo a vecinos, la maestra del pueblo, el practicante...”Joseph Geobbles, ministro de Propaganda de Hitler, había insistido en que era mejor morir “que caer en manos de los rusos”
Las razones que produjeron este horror fue, por un lado, la histeria colectiva a causa de la derrota y la llegada del enemigo y, por otro, la insistencia en los discursos radiofónicos de Joseph Geobbles, ministro de Propaganda de Hitler, en que siempre era mejor morir “que caer en manos de los rusos”, es decir, el suicidio colectivo, que es precisamente a lo que el nazismo condujo a la propia Alemania, como otros fanatismo en otros lugares a lo largo de la historia.